¿A qué estamos jugando?

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Adolescentes, jóvenes y las apuestas online.

Por Ma. Susana Alfaro
salfaro@donbosco.org.ar

Mariano se acerca al grupo de compañeros que se reunió en el patio. “Estamos organizando para el recital del sábado, ¿te copás?”. “No tengo guita”, responde. Los pibes están entusiasmados pensando en la salida del sábado y Mariano repasa sus posibilidades: “A ver, bancá”. Se corre del grupo, saca el celular del bolsillo y se conecta. Justo con el toque de timbre, regresa al grupo: “Listo. Estoy adentro”.

En el último año y medio el número de adolescentes que se adentran desde sus celulares a los sitios de apuestas online fue creciendo considerablemente. Si bien los sitios más visitados son los relacionados con el deporte, también hay quienes hacen sus apuestas en los casinos virtuales, especialmente los patrocinados en las camisetas deportivas. Sin necesidad de trasladarse a ningún lado y sin tener que lidiar con la restricción que impide a los menores entrar a las casas de juego, los adolescentes acceden a los lugares de apuestas con absoluta libertad.

La edad de esta nueva ola adolescente que incursiona en los casinos virtuales es cada vez más baja, siendo los 13 o 14 años una edad de inicio cada vez más frecuente. Si bien las apuestas no eran totalmente ajenas a los espacios de entretenimiento adolescente, fue a partir del mundial de fútbol 2022 que cobraron fuerza y salieron de la esfera casera –»el que pierde paga la cancha»– para pasar a ser una forma habitual de entretenerse y de conseguir dinero.

Los palos de la baraja

Cuando algo nos golpea fuerte y no sabemos qué hacer, la tentación de encontrar explicaciones simplificadas que rápidamente nos indiquen una causa a la que hay que atacar es grande, pero no sirve. Las últimas conceptualizaciones en relación a los consumos problemáticos –tanto las que provienen del ámbito de la salud como del de la educación– enfatizan la importancia de abordar todo lo que se relacione con ellos desde el modelo de la complejidad, es decir, entendiendo este fenómeno como el resultado de varias dimensiones que se entrecruzan. 

Desde este paradigma vamos a tratar de echar algo de luz teniendo como punto de partida la palabra de los protagonistas, porque –más allá de cualquier construcción teórica– es escuchándolos a ellos donde vamos a encontrar las pistas para acompañarlos y cuidarlos. 

Juguemos en el bosque mientras el lobo no está

Martín, Lucas, Agustín y Franco van a la misma escuela, están terminando el secundario pero se conocen desde chicos:

“Ya desde segundo, tercero, empezamos a sentir que jugar sólo por jugar no alcanzaba y empezamos a  jugar por algo: un alfajor  o la cerveza post-partido. La sensación era que, si no había algo concreto en juego, no era tan divertido…”.

“También pasaba que apostábamos entre nosotros, pero  casi nunca terminábamos endeudándonos, porque el que ganaba le daba la revancha y quedábamos en cero, o le perdonabas la deuda para seguir jugando. Nunca entre amigos nos vamos a sacar la plata que no tenemos. Si podés pagar, joya. Si no, un amigo es un amigo”.

«Yo uso la plata que me dan mis viejos para mis gastos y la que gané trabajando en el verano. En lugar de pagar una salida, la uso para jugar una ficha con mis amigos, es lo mismo”.

Para ellos, este es un juego entre otros, la versión mejorada de los que jugaban antes.

En el lenguaje cotidiano, la actividad de las apuestas –sea del tipo que sea– está definida como “juego”. “Jugar una ficha”, “jugarle a un número”, “jugármela por el empate”, ”casa de juego”. Hasta la palabra que define el cuadro psicopatológico cuando esta actividad se convierte en una conducta compulsiva, “ludopatía”, entraña ese sentido. 

Sin embargo, el juego verdadero tiene algunos principios que lo definen y que acá parecen no cumplirse. Dos fundamentales son: permite ir y venir por la realidad armando y desarmando a gusto. Y el más importante de todos, el juego es siempre una ficción, un «como si» que no debería tener consecuencias en lo real. Si esto pasa, el placer desaparece. 

Usar la palabra “juego” para nombrar la actividad de las apuestas es una trampa peligrosa, porque vela su vínculo con la realidad, creando la ilusión de que “no pasa nada, estamos jugando”

En una etapa vital como la adolescencia, que se caracteriza por ser un tiempo de ensayo y experimentación de la adultez, en el que se transitan duelos e inseguridades relacionadas con el crecer, esto tiene una fuerza extra porque condensa el sentido infantil del jugar con la posición adulta de acceder a las apuestas por dinero. Es decir, permite ser niño y adulto a la vez. Pero tanto beneficio no es gratis.

Lobo, ¿estás?

Mientras los compañeros de Mariano están pensando cómo organizarse para comprar las entradas del recital, el algoritmo de la app de apuestas online le ofrece una multitud de opciones. Mariano hace su apuesta, gana, y la billetera virtual recibe la ganancia. “¡Bien! Lo sabía!…”. Apuesta desestimando la posibilidad de la derrota, que de haber ocurrido, no sólo lo hubiera dejado sin ir al recital, sino que le habría quitado también los últimos mil doscientos pesos que le quedaban para la SUBE y el alfajor del recreo; porque la apuesta no fue con un amigo que da revanchas interminables, sino con un programa que registra –y ejecuta– las deudas. El lobo está en el bosque, agazapado, esperando con paciencia.

Cada vez con más frecuencia adolescentes de 13 o 14 años incursionan en los casinos virtuales.

“Yo no estuve nunca con una deuda que me pusiera mal, sé cuándo parar, pero conozco amigos que sí. Y a pesar de eso no paran, porque esperan ganar y pagar lo que deben, pero cada vez es peor. Uno los distingue porque están todo el tiempo pendientes del celular”.

Desde la lógica de juego, ellos esperan poder desarmar las situaciones inconvenientes, pero en este juego no hay “Casa” como en la mancha,  ni “Carta de seguridad” como en el 1000 Millas, ni comodines. El carácter lúdico dura lo que dura la adrenalina de analizar las estadísticas que permiten decidir a qué equipo o a que número apostar. La ilusión puede alargarse un poco si se da una racha de aciertos, pero en la apuesta reiterada inevitablemente llega el momento de perder. La realidad irrumpe en el juego y hay que pagar: es como si al guardar la caja del “Monopoly” tocaran el timbre y apareciera un agente inmobiliario a cobrar las propiedades que uno compró.

Desconfío

A pesar del entusiasmo que puede despertar la posibilidad de obtener dinero fácil, ellos pueden advertir algunas señales de alerta que van comentando:

“Yo tuve una etapa en que andaba medio de bajón y ahí lo del juego fue más fuerte”.

“Fui de vacaciones con mi novia y administré mal el dinero. Me daba vergüenza pedirles a mis viejos y jugué los 200 pesos que me quedaban y gané y así me quedé toda la semana. Eso me preocupa, haber decidido apostar lo poco que me quedaba”.   

“Yo muchas veces digo que ya fue, pero como la pasamos bien, siempre termino volviendo”.  

“El día que festejé un gol de Boca me di cuenta de que estaba en problemas. No podía creer lo que estaba haciendo”.

Las luces rojas van apareciendo y ellos las ven. No llegan, aún, a preocuparlos tanto como para plantearse una pregunta más seria, pero algo hace ruido. La traición a los colores de la camiseta parece ser una señal fuerte, ¿será la que abra la pregunta por el límite o la que inaugure la serie de las convicciones que caen?

Número puesto

La imagen de un adolescente sentado en el aula apostando dinero por el celular nos enciende todas las alarmas. Sin embargo, sabemos que las intervenciones que van por el lado de los discursos moralizantes no llegan nunca a buen puerto. 

¿Qué podemos hacer los adultos para acompañar y cuidar en esta realidad?

Es probable que esta modalidad de juego haya llegado para quedarse un buen tiempo y posiblemente lo mejor que podamos hacer con ella sea mirarla de frente y tener presente que, aunque lo facilita, la presencia del objeto de consumo no alcanza para que una adicción se instale, sino que hay variables que tienen que ver con el sujeto, con el contexto, con la cultura y que determinan la conformación del cuadro. Quizá sean esos factores los que estén más a nuestro alcance.

No son los adolescentes los que se llenan los bolsillos organizando los sitios de apuestas online.

No son adolescentes los que se llenan los bolsillos organizando los sitios de apuestas online y las mesas de póker. Tampoco los que tienen la obligación de legislar y evitar los vacíos legales que facilitan el acceso de los más vulnerables a estos sitios. Somos los adultos los que, desde lugares muy diversos y con diferentes niveles de conciencia, creamos estas condiciones. Los empresarios y funcionarios que deliberadamente negocian publicidades millonarias sin preocuparse por cómo impacta en la voluntad de los pibes y los papás y mamás que andamos medio distraídos y les proveemos dinero sin preguntar para qué lo necesitan, tenemos una responsabilidad que asumir en relación a esto.

Para decidir dónde poner sus fichas, los chicos miran dónde ponemos las nuestras. A veces nos siguen y otras, se van a la punta opuesta, pero nuestras elecciones no les son indiferentes.

Quizá tengamos que prestar más atención a nuestros fanatismos, nuestras motivaciones, nuestras esperanzas. Y también a nuestras aversiones, miedos, tabúes, nuestros enojos y prejuicios y pensar qué les estamos diciendo con ellos. Como con todos los temas que atraviesan fuertemente la vida y el ser de nuestros chicos y chicas, lo mejor que podemos hacer es instalarespacios de diálogo abierto en las aulas, en los patios, en las calles, en los hogares, para que con confianza puedan hablar de lo que les pasa y hacer las preguntas que necesiten. Saber que cuentan con adultos que no se escandalizan de sus lenguajes ni de sus modos de entretenerse es un respaldo invaluable, que los fortalece y empodera y los hace menos vulnerables a las conductas compulsivas.

Quizá alguno necesite que lo acompañemos a ese patio cibernético que lo tiene tan atrapado y que estemos un rato ahí para después invitarlo a salir en busca de otros espacios más vitales. O tal vez necesite a un adulto que se la juegue y ponga el límite que no está pudiendo poner y lo salve de ese infierno que se ve venir.

Qué nuestra apuesta más significativa sea estar donde ellos están, ofreciéndoles el abrigo de nuestra presencia cercana y responsable para acompañar sus experiencias y ensayos, haciéndoles sentir que los escuchamos cuando toman la  palabra para nombrarse y nombrar lo que llevan dentro. Juguemos fuerte ahí todas nuestras fichas.

N.B Agradezco especialmente a los verdaderos Martín, Lucas, Franco y Agustín por el lindo momento de charla al sol en el que generosamente compartieron sus experiencias.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2023

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