“Libertad, libertad, libertad”

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¿Un límite, una restricción o una posibilidad?

Crédito: Unplash

Por: Ricardo Díaz //

redaccion@boletinsalesiano.com.ar

“¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!” 

Ese es el grito sagrado que deben oír los mortales, según nuestro Himno Nacional, cual demanda fundacional de la patria naciente. También es el grito que profieren los jóvenes asomándose a la vida y sus posibilidades. Un valor muy importante que merece ser tomado en serio.

Una primera aproximación, básica, a la libertad es su definición por la “negativa”: el hecho de no poseer restricciones, de no sufrir opresiones, de no perder posibilidades. Sin embargo, yendo más allá de esta mirada elemental y muy inicial, queda pendiente una aproximación más profunda. ¿En qué consiste “positivamente” la libertad?

La libertad refiere a la posibilidad de elegir concretamente un rumbo para la propia vida, sin quedarse en un regodeo por la mera ausencia de limitaciones –en una vida abstracta–. Asumir opciones nos involucra y nos inserta en un entramado de relaciones, nos compromete en una historia.

Entonces, podemos recordar y confirmar, una distinción tradicional que sigue siendo vigente, entre aquel primer aspecto, básico de la libertad “de” –connotación negativa–, y este segundo aspecto, más cabal, de libertad “para” –connotación positiva–.

Hacer los deberes

En la antigüedad, los griegos percibieron una relación entre libertad y nobleza, honorabilidad, compromiso. Pensaban que algunas personas tenían naturaleza de esclavos y, por eso, no podían alcanzar el valor del compromiso ciudadano con la comunidad. Por otro lado, veían muy mal a aquel que se desinteresaba de lo que afectaba al conjunto de la sociedad, encerrado exclusivamente en sus propios asuntos, sin aceptar complicaciones, limitado por una visión demasiado estrecha o corta: lo llamaban “idiota”una descripción crítica, sin las actuales connotaciones insultantes o intelectuales. En efecto, es triste constatar la vida de alguien ensimismado sólo en lo propio. Probablemente, hoy podemos establecer una relación inversa. Sólo quien se compromete y se involucra accede a los grados más altos de la libertad.

Sin embargo, el ser humano vive con otros seres humanos, y, necesariamente, debe convivir con ellos. Una frase de la modernidad bastante repetida recita que “mi libertad termina cuando empieza la del otro”. Curiosamente, esta posición tiene una mirada esencialmente negativa de los demás, quienes son vistos como un límite, perdiendo de vista que, los otros también pueden representar una oportunidad, una nueva posibilidad. ¿Es más libre un náufrago solitario que un ser en sociedad? ¿Cómo haríamos para jugar al fútbol sin otras personas, en el propio equipo, e inclusive, en un equipo rival?

Sólo quien se compromete y se involucra accede a los grados más altos de la libertad.

En todo caso, podemos entender que es necesario abordar el problema de la coexistencia de múltiples seres humanos y la complejidad de coordinar y armonizar sus deseos y elecciones. Algunas cuestiones son tan elementales que, de hecho, son exigibles por ley y sancionadas por la justicia. Pero esto no debe llevarnos a mirar con recelo a los demás que también buscan legítimamente su espacio en nuestra comunidad.

Ahora bien, esta armonización no se acaba en el mero respeto a los deberes mutuos entre los individuos. Para alcanzar un sentido de unidad, cohesión y pertenencia, que también hacen a la realización personal, parece necesario también incluir los deberes que tenemos los individuos hacia la sociedad en su conjunto –como se ve en el pago de impuestos, en las colaboraciones requeridas por los gobiernos a distintos ciudadanos, en el registro formal y legal de acciones y capacidades adquiridas, en la participación en actos electorales y los deberes que la sociedad tiene en su conjunto hacia sus miembros en particular –como es el caso de la publicidad de los actos de gobierno, la asistencia a los más “pobres, abandonados y en peligro”, la educación de los jóvenes–. Una libertad que quiera tener en cuenta un sentido elemental de equidad social debería poder sobrellevar algunas restricciones en vistas a un bien mayor y al interés público.

“Para ser libres nos liberó Cristo”

Desde el punto de vista cristiano, la libertad es una de las características que distinguen al ser humano del resto de la Creación, asemejándolo al mismo Creador todopoderoso. En efecto, el hecho de que el hombre pueda acompañar desde su propia voluntad las buenas acciones, respondiendo por ellas, sin que sea un autómata o un títere de Dios, es una elevada característica de las personas.

Sin embargo, esta propiedad abre también la posibilidad de errar, o de no elegir la mejor opción: el pecado. Según los relatos bíblicos, el hombre, desde el fondo de su ser, ha lastimado su ligazón con el Creador y ha quedado expuesto a la tentación, padeciendo desconfianzas, soberbias, envidias, odios y, en definitiva, sufriendo la muerte.

Ciertamente, una vida vivida desde el pecado queda determinada por la Ley, con sus obligaciones y prohibiciones (Rm. 5, 12-15). Para los cristianos, no obstante, la fe en Cristo Resucitado esclarece el misterio del hombre y nos ofrece una perspectiva que nos abre a la plenitud, a la novedad de vida (Apoc. 21, 5), a la Vida Nueva (Rm. 6, 1-11).

Jesús, al asumir lo humano, nos asegura que no hay límite más fuerte que el Amor de Dios manifestado en su persona.

Jesús presentó su misión como una liberación para los cautivos y oprimidos (Lc. 4, 18) y pasó su vida liberando de distintos males a quienes acudían a Él, sanando, enseñando, alimentando, perdonando. Jesús, al asumir lo humano, hasta en sus tentaciones, menos en el rechazo a Dios, padeciendo la misma muerte, y siendo rescatado de la misma por el Padre (Flp.2, 5-11), nos asegura que no hay límite más fuerte que el Amor de Dios manifestado en su persona, y nos da la esperanza de que, fortalecidos por su mismo Espíritu, emprendiendo su Camino, nos aguardará el mismo destino feliz. Ya desde ahora nos gloriamos de la “libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, “donde está el Espíritu, allí está la libertad” (2 Co 3, 17). El Espíritu Santo es la armonía, enseñaba San Basilio. 

Es interesante apreciar que la libertad es simultáneamente un regalo y una tarea: “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud…” (Ga.5,1ss). “Para ser libres nos liberó Cristo”, nos recuerda la Iglesia. La misma dinámica de amor, plenitud y vida con la que Jesús nos libera se constituye en meta con la cual comprometernos (Jn. 10, 10).

Además, el legítimo anhelo por la libertad va unido, para los cristianos, a una realización personal que excede en mucho la simple ausencia de restricciones, dado que en Cristo participamos de “la verdad que nos hace libres” (Jn 8, 32), y, por otro lado, el espíritu liberado está en mejores condiciones de acceder a la realidad profunda de Dios: “con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor” (2 Cor. 3, 18).

Como puede advertirse, la libertad es una condición humana que legítimamente debe ser defendida y que, por su valor, debe ser preservada de un abordaje superficial para ser vivida profundamente en nuestra comunidad, para poder educar a los jóvenes a la misma. Renovemos nuestro compromiso genuino con la libertad y la responsabilidad que trae aparejada su dignidad.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2024

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