Fin de ciclo

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Los rituales juveniles que celebran el cierre del secundario.

Por María José Milani
majmilani@gmail.com

“Hagamos de esta despedida la fiesta de nuestras vidas”. “Este infierno
estuvo encantador”. Mensajes, sentimientos, ¿provocaciones?, que se despliegan con las banderas que cuelgan en los patios de algunas escuelas, cuando llega el ansiado Último Primer Día de quienes terminan la secundaria.

Chicos y chicas viven ese particular tiempo, con intensidad, cargado de gestos que expresan lo especial de un momento vital, similar al último acto de una obra teatral. Cada gesto que ese día –y muchos otros días del último año– se pondrá en escena, condensa al menos tres sentidos: escribir la página de la historia institucional como “promo”; concluir una etapa vital personal y recoger lo que los y las configuró como grupo.

Dejar una huella

En la actualidad las instituciones tradicionales de la sociedad han perdido eficacia y por ello se puede pensar que los carteles y los cantos ponen en evidencia una malograda transmisión de valores y normas, que los y las jóvenes no respetan o no entienden y que en cambio intentan imponer otras prácticas.

Sin embargo es fundamental reconocer que la ritualidad en torno al Último Primer Día incluye una dimensión significativa de politicidad –las prácticas y acuerdos que regulan la vida en común– que cuestiona algunos parámetros convencionales de la vida escolar.

Ese día se expresan con prácticas más propias del recital o la calle,
que no están dentro de los modos esperables de habitar la escuela. Una fuerza de resistencia y provocación, que mejor mirada, puede encerrar la semilla de un ensayo juvenil sobre el uso de la libertad y de
la autonomía, como una forma de reapropiación de la institución y sus regulaciones, como una resignificación del espacio escolar. Traen la fiesta a la escuela: ¿por qué? ¿qué sentidos quieren comunicar? ¿Dónde está la amenaza? ¿Son ellos y ellas o nosotros los desprotegidos?

Es un minuto crucial en el que se debe tomar la decisión de cuidar la escuela del desborde –que no se rompa nada, que no pinten las paredes, que no inciten a otros al desorden– o cuidar a los chicos y chicas para que puedan celebrar y dejar registro con un momento inolvidable de ser “esta promo” y dejar su legado.

Las ceremonias y símbolos que acompañan el paso de una etapa a otra, pueden llenar de sentido lo que se pierde.

Nuestra mirada desconfiada puede venir de la mano de por lo menos tres cuestiones. En primer lugar la sospecha de que la previa está atravesada de consumos problemáticos, que nadie sabe bien cómo gestionar: ni los educadores ni las familias que oscilan entre mirar para otro lado e intentar incidir con alguna propuesta diferente.

Por otra parte en algunos casos las tensiones entre mundo adulto y
mundo adolescente, vienen gestándose desde mucho antes
de ese día, a partir conflictos sin resolver, entre pares o con docentes, pedidos o protestas que fueron desoídos, entre otras cuestiones.

En tercer lugar, la emocionalidad de alta intensidad de los y las protagonistas del festejo que los adultos a veces no saben como contener.

Ahora bien, si el Último Primer Día está escribiendo una página en la
historia de la escuela y de la promo, ¿por qué no aprovechar para escribir juntos, estudiantes y escuela, los modos en los que se entiende y se vive la autoridad, el poder y los valores por los que vale la pena jugarse: el respeto, el cuidado, el amor, la alegría de alcanzar una meta, entre otros?

Entonces estaremos participando de un diálogo entre generaciones, no de una confrontación: la escuela proponiendo prácticas subjetivantes, que colaboran a la construcción de identidades; los chicos y las chicas planteando versiones de autoridad, valores para compartir y modos originales de estar juntos.

Pasemos a otra cosa

Si esa fiesta ruidosa e inédita es indicio de que chicos y chicas están construyendo allí su propia identidad, a partir de una experiencia colectiva, vale la pena mirarla en su valor ritual.

En otros tiempos el paso de la infancia a la adultez, se hacía en una ceremonia colectiva para ayudar a que el pasaje se hiciera más fácil. El niño, por ejemplo, era “raptado” metafóricamente y debía afrontar una serie de desafíos que ponían a prueba su valor, tras superar la prueba se reintegraba a la comunidad como adulto, a veces con un nombre nuevo o alguna marca ritual. La ceremonia tenía algo de ruptura, de difícil, se hacía experiencia de lo que allí estaba sucediendo: “de un día para otro se dejaba de ser niño, todo el mundo lo sabía, se rompía un contrato y entraba en vigor otro. Se había cruzado la frontera”, señala Meirieu.

Hoy la iniciación se ha ido alargando al infinito, y al mismo tiempo se fueron desmantelando los rituales que acompañan esa transformación. Siguiendo a Philippe Meirieu, la invitación es a sacarse los anteojos oscuros, arremangarse y acompañarlos a “pasar la frontera…”.

Las ceremonias, los pequeños rituales, los símbolos que se ponen a circular para acompañar el paso de una etapa a otra, pueden llenar de sentido lo que se pierde –el cuerpo de niño, los juegos y juguetes, la imagen idealizada de los padres– y “ponerse en yo” en la nueva situación. “Soy yo quien decide esto. No porque mis padres me lo digan. Tampoco porque sea lo contrario de lo que mis padres me dicen que haga. Sino como resultado de algo que he pensado, donde he medido los riesgos, donde sé las dificultades que tendré que afrontar, pero también donde siento que habrá nuevas satisfacciones”.

Están aprendiendo a liberarse progresivamente del poder de los adultos para aprender a decidir usando su propia libertad.

Lo que se juega es un cambio de posición en las relaciones sociales,
dejar de ser un niño dependiente para convertirse en un adulto que
participa de la toma de decisiones. Están aprendiendo a liberarse progresivamente del poder de los adultos –con sus regulaciones, sus mandatos, sus normas– para aprender a decidir usando su propia libertad.

¡Cuántas oportunidades ofrece la vida de familia y la cotidianeidad escolar para “ponerse en yo”!: colaborar en casa, participar de acciones solidarias en el barrio, desarrollar iniciativas saludables para la recreación con otros jóvenes. Soltar la infancia y ponerse el traje de joven pasa por saber que también ellos pueden aportar soluciones a los problemas de la convivencia, que pueden cuidar de otros más pequeños o más grandes que tienen necesidades, que tienen talentos y capacidades para ofrecer. Ayudarlos a pasar la frontera quizás nos inspire a generar rituales en los que podamos transmitirles que están cambiando de rol, que se están poniendo otro traje, y que ahí estamos, para ellos.

Acá estamos, somos nosotros, nosotras

El Último Primer Día puede constituirse en un ritual para “ponerse en
yo”, elaborando una narrativa personal sobre su paso por la escuela
secundaria, pero también una narrativa acerca de quiénes son, qué vínculos construyeron y reconociéndose como jóvenes, parte de una generación que se proyecta hacia el futuro.

Cambiar de posición nosotros, los adultos, para en lugar de estar en alerta ponernos en posición de acompañar a pasar la frontera, implica asumir algunos desafíos. El primero es comprometernos con la construcción de climas institucionales seguros y dialógicos, en los que la anomia no se instale, sino que se sostengan normas y valores como prácticas de cuidado.

Si la fiesta es indicio de que chicos y chicas están construyendo allí su propia identidad, a partir de una experiencia colectiva, vale la pena mirarla en su valor ritual.

El segundo es desplegar la creatividad para co-implicarnos en alternativas y soluciones concretas, originales, que permitan construir una escuela mejor y una fiesta más linda.

Y en tercer lugar asumir y compartir con ellos una perspectiva crítica y propositiva, que va a la pesca de los significados de la celebración como pasaje y genera estrategias para que sea una experiencia positiva y segura para todos y todas. “Hagamos de esta despedida la fiesta de nuestras vidas”, dicen los chicos y chicas. Declinemos en clave de cuidado: que el Último Primer Día sea Un Posible Día de transmisión lograda, una fiesta de la conversación entre generaciones.


¿Siempre se hizo así?

El Último Primer Día, la presentación de los buzos, el último día de clases, la fiesta y el viaje de egresados… y la lista sigue… Son muchas y variadas las celebraciones que se les proponen a los chicos y chicas que están transitando el último año de su escuela secundaria.

La mayoría se presentan con esquemas y formas similares que implican desde coordinar el lugar, los traslados y el fotógrafo hasta los disfraces, la pirotecnia y otros consumos.

Pareciera que el mercado ya ni necesitara crear «necesidades»: año tras año, quienes están terminando la secundaria “deben comprar” el paquete cerrado, incluso en contextos de crisis económicas. Ahora bien, ¿quiénes compran? ¿Qué hacen los adultos frente a estas propuestas que son cada vez más previsibles y menos personalizadas? ¿En qué momento estos rituales tienen que ver con lo que transitan por la escuela secundaria?

Por otro lado, no pocas veces estas situaciones traen aparejado tensión, enojos y discusiones al interior del grupo familiar. Y como si eso fuera poco, a esta dificultad se le suman los conflictos entre familias del mismo curso o promoción. Así un momento de cierre de una etapa se convierte en el inicio de divisiones que cuestan recuperar.

Por supuesto que también están las escuelas y familias que logran alcanzar acuerdos con límites claros, sin dejar de acompañar y señalar las diferencias de criterios y miradas. Y también están quienes, incluso llegan a ofrecer propuestas de celebraciones o viajes alternativos a las tradicionales, que buscan poner a los chicos y chicas en el centro no solo sus posibilidades de comprar y consumir.

Sin lugar a dudas en ambos casos se trata de rituales juveniles que consciente o inconscientemente parecen querer hacer visible lo invisible: la finalización de una etapa fundamental en la vida, para dar paso a otra tan o más importante. Curiosa paradoja: en una sociedad que rechaza los rituales y reniega de todo lo que tenga que ver con las tradiciones, son los y las jóvenes quienes los vuelven a traer a la escena.

(N de R)

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2024

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