Most, que en checo quiere decir “El puente”, es un corto dirigido por Bobby Garabedian. Fue nominado al Oscar en 2003 como mejor cortometraje, y ganó varios premios por la historia que narraba. Generó muchas repercusiones y, sobre todo, interpeló a cada espectador porque lo situó en un lugar nada cómodo: ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a resignarme por el bienestar del otro, a entregar lo más preciado de mi vida para que otros tengan mayor vida?
Estos interrogantes son los que se desprenden de esta historia entre un padre y su hijo. Su relación está atravesada por el amor y la presencia; se aman, cuidan y completan. El padre es operario de un tren; el hijo, un niño pequeño, está siempre atento al trabajo de su padre. La tarea es rutinaria, y consiste en elevar un puente, según la circunstancia, para que pase el tren.
Un día las cosas no salen como estaban previstas. El tren se acerca a enorme velocidad con cientos de pasajeros que, cargados de sus problemas y ansiedades, no logran ver la tragedia que se avecina: el puente no está elevado. El hijo del operario se da cuenta y corre hacia su padre. Algo falla, y tropieza sobre la caja de cambios del puente. Sólo el padre escucha la caída y el llanto de su hijo; el tren sigue su camino, la gente que está dentro de los vagones no capta la tragedia; por el contrario, sigue metida en sus propias tragedias. La caída del hijo ha permitido que el puente esté en la posición necesaria para que el tren no caiga al vacío. El Padre y el Hijo se dan cuenta de esta situación. Saben que salvar al Hijo implica que todas las personas que están en el tren mueran; mientras que salvarlas implica la muerte del Hijo. Es el Padre quien toma la decisión; una decisión difícil pero necesaria…
El tiempo de Cuaresma nos invita a pensar en el infinito amor del Padre que entrega al Hijo para salvar a la humanidad. Este amor, desbordante hasta el dolor, se visualiza con mucha claridad en este corto. El gesto del padre y del hijo es muy distinto al que se evidencia entre las personas que van en el tren. Cada uno de los pasajeros está inmerso en su mundo, no hay conexión ni vínculo entre ellos, a pesar de estar todos juntos en el mismo tren. La tristeza atraviesa sus rostros, y no parecen captar las aspiraciones profundas que tienen en el corazón. El Padre intuye que esos corazones en algún momento van a despertar… por eso es necesaria la entrega. Para algunos, esto puede ser una locura. Para otros, los que piensan en la lógica de la cruz, del amor, este gesto es necesario. El Padre entrega lo necesario y hasta el extremo para que el hijo sea el puente; sólo así los pasajeros tendrán Vida. Esa es la gran decisión.
Tenemos que estar atentos. Si miramos enajenados de la realidad, nos olvidaremos lo que la Pascua nos recuerda: alguien nos amó y tomó una gran decisión. Nosotros también, gracias a una entrega primera, logramos ser salvados.
El tren siguió su curso; seguimos en camino. Tenemos día a día la posibilidad de sabernos salvados y de tomar nosotros mismos nuestras propias decisiones. El tren de la vida no se detiene ni da marcha atrás; tal vez la entrega más importante sea la de animarme a poder amar un poco más; a vivir mi “viaje”, que no siempre es tan ameno y tan directo, sintiéndome invitado a entregar-entregarme para también yo ser puente.
Por Zamira Montaldi y Federico Alustiza • zmontaldi@yahoo.com.ar
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Para reflexionar: • ¿Cómo vivís tu viaje en el tren? • ¿Y el tiempo de Pascua? ¿Te sentís salvado? |
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