Pensar la vocación en referencia a los demás.
Por Gustavo Cavagnari, sdb
cavagnari@unisal.it
Si vocación significa llamada, tal vez nos sorprenda de los Evangelios que el Señor sencillamente llama a seguirlo. De hecho, para algunos el encuentro con Jesús no fue más allá de un lindo episodio o de un evento curioso. Probablemente, a estos Él no les haya pedido nada más de lo que ya habían escuchado. Pero, para otros, su presencia y su palabra no quedaron ahí. Despertaron el deseo de algo más. Y, a estos –fuesen quien fuesen y viniesen de donde viniesen– su inquietud siempre se encontró con una propuesta: ¡sígueme! A Pedro y Andrés, ¡síganme! (Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11). A Mateo: ¡sígueme! (Mt 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27). A Felipe, ¡sígueme! (Jn 1,43). Al joven rico: ¡sígueme! (Mt 19,21; Mc 10,21). Seguirlo, sí… pero ¿para qué? Para ser sus discípulos. O sea, para vivir con Él y como Él. Algunos aceptaron la oferta. Otros, la rechazaron.
De una forma u otra, esta historia se ha venido repitiendo hasta hoy. A algunos, aunque hayan sentido hablar de Él, Jesús ni les va ni les viene. Pero, a otros, Él les despierta algo. Para estos, ¿cuál puede ser la propuesta del Señor? ¡Sígueme! Al final, ser cristiano es aceptar la llamada de Jesús a seguirlo y decidir ser su discípulo o discípula. ¡Y esta vocación es para todos y todas!
De la vocación universal a la individual
Ahora, si nuestra respuesta es positiva, es necesario dar otro paso. Tenemos que descubrir y concretar cómo queremos seguirlo, de qué manera, en qué forma de vida. Y tanto el Documento final del Sínodo sobre los jóvenes
del 2018 como la Christus Vivit de Francisco nos recuerdan que esto es cuestión de discernimiento. A este punto, la vocación universal se traduce en muchas vocaciones particulares. Según la tradición católica, casarse y formar una familia, ser consagrado o consagrada, ser sacerdote.
En cuanto a la vocación de base, es decir, seguir a Cristo y llegar a ser sus discípulos y testigos, el discernimiento tiene que responder a una pregunta esencial: ¿estoy dispuesto a dejarme iluminar y transformar por el gran anuncio del Evangelio, es decir, que Dios me ama, que Cristo me salva, que Él vive y me quiere vivo? (ChV 111-133). Y, sobre todo: ¿estoy dispuesto a aceptar las consecuencias? En efecto, “lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento fundamental” (ChV 250). No una amistad superficial, pasajera, sólo emotiva, sino capaz de transformarse en seguimiento. “Lo que Jesús nos propone para elegir es un seguimiento, como el de los amigos que se siguen, se buscan y se encuentran” (ChV 290). ¡Discípulos porque amigos!
La primera pregunta del discernimiento debe ser: ¿Me conozco a mi mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?
En cuanto a cada vocación individual, es decir, a la forma personal de seguir a Cristo, las preguntas se multiplican. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones? ¿Conozco lo que alegra o entristece mi corazón? ¿Cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? En esta tarea, el riesgo es quedarse atrapado en un autoanálisis infinito. Por eso, inmediatamente siguen otras preguntas: ¿Cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia? ¿Cuál es mi lugar en esta tierra? ¿Qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿Tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio? ¿Podría adquirirlas y desarrollarlas? (ChV 285). En este sentido, es fundamental que cada uno conozca sus cualidades, habilidades y competencias, pensando, pero también preguntando a quienes lo conocen bien.
Estas cuestiones, para no ser voladas, tienen que situarse no tanto en relación con uno mismo y sus inclinaciones, sino con los otros, frente a ellos, de manera que el discernimiento plantee la propia vida en referencia a los demás. “Por eso –dice el Papa– quiero recordar cuál es la gran pregunta. Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: ‘pero, ¿quién soy yo?’. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: ‘¿para quién soy yo?’. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros” (ChV 286).
La cuestión, entonces, es decidir no sólo por qué vivir, o para qué vivir, sino por quién vivir.
Si sos joven, y estás buscando tu lugar en el mundo, estas preguntas ¿cómo pueden ayudarte? Si sos adulto, y ya hiciste tu opción de vida, estas preguntas, ¿cómo echan luz a lo que estás viviendo?
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2023