Acompañar personas en la última etapa de su vida.
Por: Ezequiel Herrero y Valentina Costantino
redacción@boletinsalesiano.com.ar
“Estar acá me ayudó a ver la muerte cómo una etapa más de la vida, no es el final y a todos nos va a llegar tarde o temprano. Lo siento como algo natural y como algo que no tiene por qué ser malo”. Candela tiene veinticinco años y todas las semanas participa de un voluntariado de cuidados paliativos en “Casa de la Bondad” de la fundación Manos Abiertas, de Córdoba. La primera vez llegó acompañando a su mamá, quien tenía intención de sumarse como voluntaria. Conoció el trabajo de la Casa, cómo recibe a personas con enfermedades terminales, les brinda los cuidados necesarios y los acompaña en los últimos momentos de sus vidas. Se enteró que necesitaban voluntarios en la cocina y no lo pensó: “a mí gusta cocinar, y me mandé”.
A setecientos kilómetros de distancia, Florencia, también de veinticinco años, realiza una experiencia similar, en este caso en la “Casa de la Bondad” de Ciudad de Buenos Aires. Ella llegó a la Casita para acompañar a una amiga que tenía que realizar un trabajo práctico. Actualmente, va todos los sábados por la mañana a preparar el desayuno a los “patroncitos” –nombre que reciben los huespedes–. “Pienso que es una rueda: si alguien no fallece no le puede ceder ese lugar a otro para que también reciba esa atención, y que pueda transitar la última instancia de su vida acompañado y con los cuidados necesarios”.
Pero Candela y Florencia no son las únicas que brindan su tiempo para el cuidado de los demás. Paula es de Cipolletti, Río Negro, y tiene veinte años. Ella realiza un voluntariado en Casa Betania de la Fundación Solatium Patagonia, que también se dedica a ofrecer cuidados paliativos y acompañamiento a los ‘huéspedes’: “me fue muy difícil entender que son personas que un día están y al otro ya no. Con el tiempo comprendí que nuestra tarea se realiza cuando el huésped fallece, y nosotros le pudimos brindar confort, paz y mucho amor hasta el último suspiro de sus vidas”.
“Nuestra tarea se realiza cuando el huésped fallece, y nosotros le pudimos brindar confort, paz y mucho amor hasta el último suspiro de sus vidas”.
Conectar con otra realidad
Por un lado, tres jóvenes que se encuentran dando sus primeros pasos, por el otro, hombres y mujeres –principalmente de la tercera edad– que transitan los últimos momentos de la vida. A simple vista, parecería que existe una distancia abismal entre ambas realidades. Entonces, ¿cómo empatizar con una realidad tan diferente?
“Yo siento que podrían ser mis abuelos, desde las historias de vida que me cuentan, los mates compartidos y la ayuda que les puedo brindar, ya sea por el lado de la enfermería o con gestos tan simples como un abrazo”, comparte Paula, que está estudiando tecnicatura en enfermería.
Por su parte, Candela coincide en esta manera de sentir: “los quiero como si fueran mis abuelos. Me parece que, al ser joven y ver la muerte tan lejos, puedo entender ese proceso de una forma diferente”.
En el caso de Florencia, el voluntariado inevitablemente la remite a una situación familiar: “No es ajeno a mi historia ya que mi mamá falleció de cáncer. Y es una situación difícil para la persona que lo atraviesa, pero también para el entorno. Como familia fue difícil con todos los ‘privilegios’ que teníamos, me imagino que es peor para familias que no tienen los mismos recursos”.
La presencia de jóvenes en este tipo de fundaciones quizá no sea habitual, pero sin dudas es un signo de esperanza. “Yo fui de las primeras jóvenes que llegó a la Casita, pero cada vez veo caras más chicas, y se nota una predisposición distinta, permeables a adaptarse a distintas situaciones y dispuestos a ayudar en lo que haga falta”, comparte Candela, y Paula agrega que la presencia juvenil “es una esperanza para que el hogar continúe a lo largo del tiempo con nuevas ideas y más energía”.
Volver a casa
Al finalizar el voluntariado, las jóvenes regresan a sus casas, a sus amigos y a sus familias. ¿Cómo es volver a la ‘rutina’ después de vivir esta experiencia?
“Yo vuelvo recargada, la ‘Casa de la Bondad’ es eso, una casa, un hogar. Y es lo más lejano a un lugar triste”, explica Candela y destaca que poco a poco se van formando amistades con otros voluntarios. “Uno se termina llevando más de lo que da, conocés personas que se convierten en grandes amigos, y aprendés tanto de otros voluntarios cómo de los patroncitos”.
“Uno se termina llevando más de lo que da, conocés personas que se convierten en grandes amigos, y aprendés tanto de otros voluntarios cómo de los patroncitos”.
Paula se siente contenta por haber ayudado en una situación tan delicada: “Las personas que tienen este tipo de diagnóstico se sienten desahuciados y sin fuerzas para seguir. Nosotros intentamos que su paso y tiempo por la casa sean más llevaderos”. Desde que comenzó el voluntariado, Paula siente que comenzó a reflexionar más sobre su persona: “Entendí que muchas veces me enojo por cosas que no tienen sentido o le pongo atención a cosas que no son sanas para mí. Empecé a ver la vida desde los ojos ‘paliativistas’”.
“No es comprometerme con algo que va a terminar, sino acompañar la última etapa de alguien para que comience otra”.
“Me voy con el sentimiento de aportar mi granito de arena en algo. No me voy triste, me voy en paz. Para mí no es comprometerme con algo que va a terminar, sino acompañar la última etapa de alguien para que comience otra”, añade Florencia.
¿Dónde está Dios?
Cuando se presenta una situación difícil en nuestras vidas, cuando atravesamos un momento de incertidumbre, de enojo o de dolor, una de las primeras preguntas que nos hacemos es: ‘¿dónde está Dios?’.
“Yo me enojaba con Dios se llevaba las personas que quería mucho. Pero desde que empecé el voluntariado entendí que en realidad Él los viene a buscar para que dejen de sufrir y estén en un lugar mejor”, comparte Paula.
Por su parte, Candela expresa que “si bien me considero creyente, no tengo un vínculo tan cercano con Dios. Pero este voluntariado hizo que indirectamente me acerque más a Él. Me hizo entender la vida cómo una etapa más, siendo la muerte el fin de una etapa y el comienzo de algo nuevo”.
“Hay muchas cosas que no entiendo y que nunca voy a entender. Pero trato de pensar que todo en la vida es para aprender. Yo quiero dejar el mundo un poco mejor. No sé si este voluntariado lo hará o no, pero me quedo tranquila en que aporto mi granito de arena”, concluye Florencia.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2024