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El mundo que recibe a los jóvenes.

Por Susana Alfaro
salfaro@donbosco.org.ar

La imagen de Don Bosco feliz en medio de sus pibes en el patio del oratorio de Valdocco es la representación que inspira todas nuestras acciones educativas, individuales y comunitarias. Posiblemente sea una escena algo
idealizada, pero así son las imágenes que nos invitan a soñar en grande. Son la estrella detrás de la que vamos cada día al levantarnos, convencidos de que vamos a poder alcanzarla aunque esté a cientos de años luz y nos lleve la vida.

El problema es que últimamente la realidad se está empeñando fuerte en interrumpir nuestro sueño. No nos pide que cambiemos de idea, pero le pone plazo y fija estándares de calidad. En un mundo marcado por el consumo la eficiencia es clave y hay que estar preparado para lo que se viene. No sea que el futuro nos agarre desprevenidos.

Nada es gratis

Pero a los sueños no se los puede apurar. Tener en el oído el tic-tac del reloj e ir tachando ítems transforma nuestro sueño en un mandato que nos hace dudar de nuestras capacidades y descreer de la fuerza transformadora de nuestras intervenciones.

Tenemos que poder acompañar a todos y a todas, tenemos que saber cómo hacerlo bien y tenemos que saberlo ya”. Frente a ese imposible, nos invaden el miedo y la culpa que muchas veces nos hacen abandonar la cancha: “Yo no estoy para esto”, “no nos prepararon para atender a estos chicos”, “no somos psicólogos”. O, lo que es peor, cargar las tintas sobre los más frágiles: “Este pibe nos arruina todas las iniciativas que planificamos, no para de hablar y de hacer monerías para captar la atención del resto. ¿No podremos ubicarlo en otro grupo?

Esta lógica de la eficiencia se nos mete sutilmente bajo la piel y dejamos de distinguir que hay cuestiones frente a las cuales la preparación, por muy completa que sea, siempre va a quedar corta. ¿Cuándo se está suficientemente preparado para acompañar a una niña-madre? ¿O a un joven que no encuentra sentido a la vida? ¿Cómo prepararnos para soportar la tristeza y el estupor que nos causa ver el crecimiento exponencial de niños, niñas y adolescentes que pasan sus días de terapia en terapia?

Los de ayer y los de hoy

Aquella escena de Valdocco de la que hablábamos al principio es una escena mítica. Seguramente, sus muchachos tenían también rasgos difíciles de acompañar, derivados de las circunstancias que les había tocado vivir. En ese momento, eran la orfandad, la calle, la falta de perspectiva de futuro, la discriminación, el contexto político inestable. Pero, ¿qué les pasa a los niños, niñas, y adolescentes que llegan hoy a la escuela y a los grupos
juveniles?

Por un lado, nos sorprenden porque manejan un enorme caudal de información, hablan de sexo, de género, de violencia, de derechos vulnerados y de un montón de otros temas con la misma tranquilidad con que cuentan lo que van a a hacer el fin de semana, y se paran frente al adulto como lo harían frente a un par. Y por otro lado, no tienen con qué hacer frente a pequeños inconvenientes de la vida cotidiana: entrar al colegio, un cambio de planes, perder en un juego, tener que esperar, no obtener un permiso, pueden ser desencadenantes de una crisis de angustia difícil de aliviar. ¿Qué es lo que pasa que hay tantos niños, niñas y adolescentes medicados, robotizados, hiperkinéticos, sin lenguaje?

Ningún ser humano que llegue al mundo podrá desarrollarse si no se encuentra con otro ser humano dispuesto a donarle su mirada y su sostén humanizante.

Detallar “lo que les pasa” es una tarea muy compleja, sobre todo si queremos no dejar afuera la singularidad de cada uno, pero lo que sí podemos afirmar es que, independientemente de cuán dotado esté desde el punto de vista biológico, ningún ser humano que llegue al mundo podrá desarrollarse si no se encuentra con otro ser humano dispuesto a donarle su mirada y su sostén humanizante. Las condiciones de salud son importantes,
pero es el abrazo que el mundo le ofrezca el que va a dar lugar al surgimiento de un sujeto particular que un día será capaz de autogobernarse. O no.

¿Y cómo es este mundo que hoy los recibe? En general, “estos chicos” son recibidos por un mundo que se encarga de transformar los sueños en mandatos de eficiencia. Un mundo en el que los adultos deben trabajar todo el tiempo para garantizar un mínimo de estabilidad. Un mundo que postula a grandes voces “con los niños, no”, pero que da lugar a que las redes sociales se pueblen de videos y fotos en las que la intimidad y las emociones de niños y niñas quedan a la vista de todos y todas a la espera de miles de pulgares para arriba.

Ceder el protagonismo

Acompañar la particularidad de la vida de nuestros chicos y chicas, tiene mucho más de artesanía que de trabajo en serie. Y no es una gesta heroica, de grandes despliegues, anuncios, complejas planificaciones, es más bien una tarea de hormiga, casi invisible, una sumatoria de “gestos mínimos” de bienvenida a su persona.

“Estar preparado para estos chicos” es trabajar sobre la propia persona, para vaciarla de los propios preconceptos, temores, necesidades y arrogancias. Es fortalecer el espíritu para dejar de sentir que “estamos en riesgo” y tomar libremente la decisión de “correr el riesgo” inevitable que implica poner el cuerpo para sostener a otro.

Es ser capaces de ceder el protagonismo al que a veces nos aferramos y entender que ya no se trata de nosotros, sino de ellos, de ellas, y celebrar la llegada de estos pibes y pibas, tan distintos, tan nuevos, tan desafiantes, con la profunda convicción de que cada uno y cada una es heredero legítimo del legado que también nosotros recibimos alguna vez y ahora nos toca transmitir. Y es negarnos a “soltar lo que nos traba” e insistir hasta el cansancio para dar con un punto de encuentro, un silbido, que nos permita seguir soñando.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2023

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