La presencia salesiana en Palabek, Uganda.
Por Santiago Valdemoros y Juan José Chiappetti
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“En el año 2015 el Papa Francisco hace un llamado a las congregaciones para que no solo trabajen en los campos de refugiados, sino que además vivan ahí. Entonces los salesianos asumimos el desafío de estar dentro de Palabek. –explica el salesiano Máximo Herrera, argentino y misionero en África–. Otras organizaciones trabajan ahí pero no viven ahí. Ellos se van todos los días, pero los salesianos somos los únicos que estamos autorizados para vivir en el interior de Palabek y de Kakuma, en Kenia.”
Uganda es el país de África que más campos de refugiados tiene –en total son venitiocho–, y están destinados a personas que provienen de Etiopía, Somalia, Congo, Ruanda, Burundi y Sudán. Se calcula que allí viven en total un millón 700 mil refugiados. En el caso particular de Palabek, el mismo pertenece a la ONU y tiene una extensión de 400 kilómetros cuadrados, allí se alojan aproximadamente 72 mil personas, provenientes sobre todo de Sudán del Sur.
Los salesianos son la única organización autorizada para vivir dentro del campo de refugiados de Palabek.
Máximo Herrera es salesiano coadjutor, argentino y exalumno de las obras de Salta y Córdoba. Desde hace 28 años vive y trabaja como misionero salesiano en África y entre los lugares donde le tocó brindar su servicio se encuentra la comunidad salesiana en Palabek.
¿Cómo es vivir en un campo de refugiados siendo salesiano? ¿Cómo es la vida de la gente allí?
Los salesianos tenemos una casita chiquita, la mayoría de la gente vive en casas de barro o de paja, pero la nuestra por lo menos tenía chapa, tenemos luz, que la gente no tiene y agua de pozo. Hasta el año pasado éramos seis salesianos de seis países: un venezolano, dos tirocinantes –uno de Burundi y otro de Uganda–, un congoleño, un indio, y yo. Fue una experiencia muy linda. Nuestro día a día en el campo era una sorpresa, porque las condiciones humanas son muy limitadas, la ciudad donde se compra la comida está a 80 kilómetros por un camino de montaña y nosotros compartimos lo básico que come la gente, maíz y porotos.
Recuerdo que el primer domingo que llegué salí a correr y me encontré un montón de mujeres y niños partiendo piedra, y yo pensé “que vida tan triste, un domingo partiendo piedra”. Cuando volvía a casa lo conté y me dijeron: “Y sino qué hace esa mujer, no tiene nada que hacer”. El tiempo es un tema muy delicado para ellos porque pasan mucho tiempo libre.
Nuestra casa es como la sede de la misión, y a ocho kilómetros tenemos la escuela, que es de formación profesional, es la única que hay ahí. Y después nos encargamos de toda la actividad del tiempo libre: deporte, teatro, música. Lo más difícil para un refugiado es el tiempo, porque es eterno, no tienen nada para hacer.
¿Cual es la esperanza, la expectativa, de una persona que vive ahí?
Sudán, de donde provienen los refugiados, tiene solo 11 años de independencia y es muy inseguro, porque se matan entre las tribus. Entonces quienes entran al campo –en su mayoría son mujeres– y consiguen que los chicos puedan estudiar ya no se quieren volver.
Nosotros los salesianos tenemos un programa, sostenido con fondos provenientes de España y otras organizaciones para que los chicos puedan estudiar la secundaria fuera del campo. Entonces un chico que salió de Sudán, donde no tiene nada, y que está estudiando no quiere irse. Por eso la presencia salesiana es pensando en el futuro. Por supuesto que damos de comer, pero eso también lo hacen otros. Nosotros pensamos en el futuro, en darle herramientas a ese chico para que pueda conseguir los objetivos que se proponga.
A partir de lo que compartís pareciera que la misión salesiana en África está muy ligada al día a día de la gente, es “muy cotidiana”…
A mi me gusta mucho de la espiritualidad salesiana este aspecto de lo cotidiano, del día a día. ¿Cómo santificar, aunque no es una palabra que está muy de moda, las cosas comunes?
Nosotros pasamos el día entero con los refugiados en las diversas actividades: la formación profesional, proyectos de agricultura, en actividades de tiempo libre como el deporte, la banda de música, la danza y somos felices con eso. Entonces, cómo vivir con eso como cristiano, esa “cosa normal” del trabajo que todo mortal tiene que vivir. Es allí donde los salesianos nos acercamos a Dios.
Don Bosco tenía muy claro que la educación es el mejor regalo que podemos ofrecer en África. Él no se conformó con trabajar con los muchachos pobres, sino que quería que salgan de la situación en que se encontraban, porque creía que tenían futuro.
Frente a una realidad tan difícil, con tantas escenas impactantes que vive el misionero cotidianamente, ¿cómo se sostiene la fe?
Creo que hay dos claves: primero la profundidad de fe de cada misionero. Creo que aprendí a rezar estando en África, porque vi el esfuerzo y la convicción con la que rezan ellos. Hay dos detalles que me llamaron la atención: primero que entran descalzos a la Iglesia porque dicen que es un lugar sagrado, santo. Y también que cuando van a donde está el santísimo, se tapan la cara. Eso es de Moisés y del Éxodo, porque decían que la luz era tan fuerte que no se podía ver. Esa expresión de la Biblia, ellos la han tomado literal pero es una expresión preciosa.
En el campo de refugiados se recuerda mucho cuando Jesús va a Egipto, lo celebran como el día de los refugiados, porque ahí Jesús también fue un refugiado, fue uno de ellos.
Y finalmente rescato la devoción a María, durante el tiempo de Covid se prohibió ir a misa, pero los cristianos nos reuníamos a rezar el Rosario, porque esto estaba permitido. En el campo son muy devotos de la Virgen. Y como salesianos, trabajamos para difundir la devoción a María Auxiliadora, que como en el tiempo de Don Bosco, es la madre que nos acompaña en los tiempos difíciles. Creo que eso tiene mucho que ver con el contexto de África, donde las mujeres son las que escapan con los hijos a cuestas. Vos ves que vienen caminando con los chiquitos, llegan al campo y los siguen cuidando. Ellos recuerdan mucho cuando Jesús va a Egipto, lo celebran como el día de los refugiados, porque Jesús también fue un refugiado, fue uno de ellos.
Y también me parece muy importante para sostener la fe, la vida comunitaria, las misiones salesianas son comunitarias. La misión está encomendada a la comunidad. Nosotros tenemos mucha cercanía con las personas, pasamos todo el día en los talleres, y permanentemente escuchás o te enterás de situaciones difíciles y aunque no parezca a uno eso lo afecta. Pero la comunidad te ayuda a suavizarlo, a sobrellevarlo.Es importante entender la misión salesiana en conjunto, no está entregada a un misionero. El misionero hace su labor, pero todos los hermanos hacemos la misión. Entonces cuando ganamos el “campeonato” lo ganamos todos y cuando lo perdemos, lo perdemos todos. Eso nos sirve para vivir con cierta normalidad.
Palabek. Refugio de esperanza
Alice y Gladys son dos jóvenes madres que huyeron de la guerra y que quieren ofrecer un futuro mejor a sus hijos. Su día a día en el asentamiento ha cambiado gracias a la educación; ahora tienen esperanza en el futuro y confianza en que la paz definitiva llegará.
Su historia y el trabajo de los misioneros salesianos se puede ver en el documental que realizó Misiones Salesianas: Palabek. Refugio de esperanza.