Vivimos tiempos donde la brújula de las certezas parece haber perdido su norte: no sabemos dónde encontrar tierra firme para mantenernos de pie ni cómo orientarnos. No es casualidad entonces que una película como Silencio haga, paradójicamente, tanto ruido.
En ella nos encontramos con la historia de dos misioneros jesuitas que viajan al Japón del siglo XVII, en donde el cristianismo se encuentra prohibido. En esta sociedad son castigados aquellos que muestran cualquier evidencia externa de ser cristianos, por más pequeña que sea; incluso son perseguidos aquellos de quienes se sospecha que practican su fe, aunque sea en secreto.
¿Por qué viajan los dos jesuitas? Han llegado rumores a su patria que dicen que su antiguo maestro, el padre Ferreira (Liam Neeson), no sólo ha abandonado su labor misionera, sino que es acusado de “apostasía”: renunciar públicamente a su fe. Los jóvenes sacerdotes deciden emprender el viaje a esas tierras con el fin de continuar la labor evangelizadora —el padre Ferreira era el último sacerdote que quedaba en Japón— pero por sobre todo para averiguar qué ha sido de aquel formador que tanto los marcó en su vocación.
En esta aventura se encontrarán con la sorprendente fe de un pueblo sencillo y pobre. Los humildes aldeanos viven oprimidos bajo un estado japonés que constantemente los pone a prueba obligándolos a pisar o escupir, como gesto de ofensa, imágenes de Jesús o de María. Incluso son forzados, bajo amenaza de perder su vida, a delatarse unos a otros.
Aquí el desafío ético más grande será para los jóvenes sacerdotes, ya que viven la siguiente contradicción: si ellos, como sacerdotes, son el símbolo vivo que la gente tiene de su fe, ¿qué hacer cuando el pueblo más sencillo está dispuesto valientemente a dar su vida y sufrir torturas inhumanas para defenderlos? ¿Deben mantenerse firmes en la declaración de su fe o apostatar? ¿Defienden mejor su fe manteniendo firme el símbolo del sacerdocio o cuidando la vida del pueblo? ¿Pueden sostener una sin la otra?
Esta es la horrible prueba que proponen los torturadores japoneses. Frente a tanta crudeza y deshumanización, el padre Rodrigo (Andrew Gardfield) cuestiona el silencio de Dios: “¿Te vas a quedar callado mirando todo esto?” Y Dios, en el silencio que acompaña a los que más sufren, responde.
Por Alejandro Fernández • alebu25@gmail.com
Boletín Salesiano, mayo 2017