“Si vos estás, todo es mejor”

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El documental El dilema de las redes sociales pone nuestro uso de Internet en el centro del debate: “Si no pagas por el producto, el producto eres tú”

Por Zamira Montaldi
zmontaldi@gmail.com

Un manada de leones te persigue. Corrés y corrés pero la única opción te lleva a un acantilado. Allí hay que parar. No hay escapatoria. De un lado, el precipicio. Del otro, leones hambrientos. No hay nada más que hacer. La tragedia acecha. Antes de sucumbir a una muerte segura, algo te serena. Una simple vibración, casi imperceptible, te aleja de esa realidad. Ya no más leones. Ya no más acantilados. Ya no más pesadillas. Este breve relato narra la función principal de NightWare, una de las aplicaciones del “reloj inteligente” Apple Watch: detectar las variaciones de la persona al dormir y frenar pesadillas. En definitiva, dulces sueños.

Ya en el año 1964 se publicaba Apocalípticos e integrados, el ensayo de Umberto Eco donde el semiólogo realiza un análisis sobre los medios masivos de comunicación que fue fundante. Allí plantea que hay dos posturas opuestas: la apocalíptica, que considera como nocivo e inadecuado todo contenido de los medios, ya que impide el desarrollo de la sociedad; y la de los integrados, que consideran que los medios son necesarios y valiosos para garantizar un sistema democrático.

Si bien pasaron más de cincuenta años, lo interesante es que desde el inicio de las llamadas “nuevas tecnologías de la información”, las posturas también oscilaron entre estos discursos. ¿Es sólo una cuestión de “buenos y malos”?

“¿Me dejás tus datos?”

El documental El dilema de las redes sociales, incluido en Netflix, pone en el centro del debate a las redes sociales y sus posibles efectos. El film describe como Google y otras empresas crean herramientas digitales con el único fin de captar la atención de los usuarios para que dejen sus datos, mientras los anunciantes recogen su dinero por hacer uso de estos. 

Este fenómeno, conocido como “datificación”, no es nuevo. Siempre han existido estrategias de gobiernos y otras entidades en donde las personas han cedido, de modo consciente o no tanto, sus datos personales —pensemos, por ejemplo, en el registro civil, los censos o las tarjetas para el pago del transporte público—. Lo que ahora cambia, y hace necesario mirar este proceso con más atención, es la escala, los actores, la materialidad y el alcance de esta datificación. 

La frase “si no pagas por el producto, el producto eres tú” evidencia que el uso gratuito de redes como Instagram, Snapchat, Twitter, Facebook, Youtube y Tik Tok no lo es tanto. Mark Zuckerberg, creador de Facebook, afirma desde los inicios que su deseo más profundo es “que las personas tengan la posibilidad de encontrar lo que desean y de conectarse con ideas que les gustan en la red”. Nada nuevo y malo bajo el sol: que las personas busquen y encuentren es la lógica de Internet. 

¿Cuáles son los datos que dejamos como huellas mientras buscamos? ¿Qué usos hacen de esos datos estas empresas?

La cuestión es: ¿cuáles son los datos personales que dejamos como huellas mientras buscamos? ¿Qué usos hacen de estos datos estas grandes empresas? ¿Qué libertades individuales resignamos al aceptar “bases y condiciones”? ¿En dónde queda esa información subjetiva que fuimos desprendiendo para “conectarnos con ideas que nos gustan en la red”? ¿Quiénes son los dueños? ¿Cuáles son las normas de funcionamiento? ¿Qué me hacen firmar? ¿Cómo entrar en diálogo con quien piensa diferente, si ni siquiera lo veo en mis redes?

“Chupetes” digitales

Desde la dinámica del “like” (“me gusta”), que aporta un falso sentimiento de valoración y aceptación, el ex ingeniero de Google Tristan Harris señala en el documental que las redes sociales tienen la intención de manipular y generar adicción. En definitiva, lo que se creó fue “toda una generación de individuos que, cuando se sienten incómodos, solos o asustados, recurren a ‘chupetes digitales’ para calmarse”. Las notificaciones que se reciben en los smartphone generan en el sistema nervioso una breve pero intensa dosis de dopamina, un neurotransmisor vinculado con el placer. Por tal motivo, estamos pendientes y necesitados de ese estímulo. Lo que termina sucediendo es una batalla por la atención: las redes sociales nos quieren siempre disponibles.

Lo que encontramos en Internet ya no es lo que nos interesa, sino lo que los algoritmos creen que nos puede interesar… por ejemplo, un documental sobre redes sociales.

A su vez, los matices personales quedan borrados. Nuestros gustos, y posibles exploraciones éticas y estéticas, quedan limitadas. Las búsquedas que realizamos en la web generan un perfil específico que termina direccionando nuestros consumos, gustos y sociabilización. Los algoritmos nos llevan de post en post para mostrarnos aquello que las empresas deciden hacernos ver. Lo que encontramos en Internet ya no es lo que nos interesa, sino aquello que los algoritmos, que ordenan lo que vemos, creen que nos puede interesar… como por ejemplo, un documental sobre redes sociales.

Del “link” al “like”

Varios autores hablan de una relación “totémica” con la tecnología; el “aparato” y sus posibilidades vuelven al sujeto dependiente. Ya no importa el hipervínculo, lo que sí era valioso en los inicios de la web 2.0, sino que se dio un pasaje al “like”. No nos interesa acceder a aquel enlace que aporta conocimiento o la información que necesitamos. Por el contrario, el sujeto ya no busca, sólo se busca a sí mismo siendo el portador de una mirada autoreferencial. Hay una carrera imperiosa por el “like” que nos vuelve más populares. Una popularidad efímera pero buscada hasta el hartazgo para esta nueva construcción del “yo”.

Esta visión es evidentemente apocalíptica. Queda la posibilidad de reflexionar en aquellos elementos de esperanza que, sin lugar a duda, están presentes: por ejemplo, el sociólogo español Manuel Castells señala que muchos movimientos sociales de los últimos años se llevaron adelante desde las redes sociales.

La web no es más que una herramienta. No es buena o mala en sí misma sino que la problemática radica en el uso que se haga de ella. Sin embargo, parece importante que cada uno pueda pensar qué pasa y qué nos pasa con las nuevas tecnologías. No esperemos a que las empresas digitales hagan visibles sus mecanismos o sus lógicas: construyámonos como ciudadanos críticos con la intención de hacer evidente aquello que ya es parte de nuestra cotidianeidad.

Para seguir reflexionando:

CASTELLS, Manuel; Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet.

VAN DIJCK, José; La cultura de la conectividad. Una historia crítica de las redes sociales

BOLETÍN SALESIANO – DICIEMBRE 2020

“Si vos estás, todo es mejor”

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El documental El dilema de las redes sociales pone nuestro uso de Internet en el centro del debate: “Si no pagas por el producto, el producto eres tú”

Por Zamira Montaldi
zmontaldi@gmail.com

Un manada de leones te persigue. Corrés y corrés pero la única opción te lleva a un acantilado. Allí hay que parar. No hay escapatoria. De un lado, el precipicio. Del otro, leones hambrientos. No hay nada más que hacer. La tragedia acecha. Antes de sucumbir a una muerte segura, algo te serena. Una simple vibración, casi imperceptible, te aleja de esa realidad. Ya no más leones. Ya no más acantilados. Ya no más pesadillas. Este breve relato narra la función principal de NightWare, una de las aplicaciones del “reloj inteligente” Apple Watch: detectar las variaciones de la persona al dormir y frenar pesadillas. En definitiva, dulces sueños.

Ya en el año 1964 se publicaba Apocalípticos e integrados, el ensayo de Umberto Eco donde el semiólogo realiza un análisis sobre los medios masivos de comunicación que fue fundante. Allí plantea que hay dos posturas opuestas: la apocalíptica, que considera como nocivo e inadecuado todo contenido de los medios, ya que impide el desarrollo de la sociedad; y la de los integrados, que consideran que los medios son necesarios y valiosos para garantizar un sistema democrático.

Si bien pasaron más de cincuenta años, lo interesante es que desde el inicio de las llamadas “nuevas tecnologías de la información”, las posturas también oscilaron entre estos discursos. ¿Es sólo una cuestión de “buenos y malos”?

“¿Me dejás tus datos?”

El documental El dilema de las redes sociales, incluido en Netflix, pone en el centro del debate a las redes sociales y sus posibles efectos. El film describe como Google y otras empresas crean herramientas digitales con el único fin de captar la atención de los usuarios para que dejen sus datos, mientras los anunciantes recogen su dinero por hacer uso de estos. 

Este fenómeno, conocido como “datificación”, no es nuevo. Siempre han existido estrategias de gobiernos y otras entidades en donde las personas han cedido, de modo consciente o no tanto, sus datos personales —pensemos, por ejemplo, en el registro civil, los censos o las tarjetas para el pago del transporte público—. Lo que ahora cambia, y hace necesario mirar este proceso con más atención, es la escala, los actores, la materialidad y el alcance de esta datificación. 

La frase “si no pagas por el producto, el producto eres tú” evidencia que el uso gratuito de redes como Instagram, Snapchat, Twitter, Facebook, Youtube y Tik Tok no lo es tanto. Mark Zuckerberg, creador de Facebook, afirma desde los inicios que su deseo más profundo es “que las personas tengan la posibilidad de encontrar lo que desean y de conectarse con ideas que les gustan en la red”. Nada nuevo y malo bajo el sol: que las personas busquen y encuentren es la lógica de Internet. 

¿Cuáles son los datos que dejamos como huellas mientras buscamos? ¿Qué usos hacen de esos datos estas empresas?

La cuestión es: ¿cuáles son los datos personales que dejamos como huellas mientras buscamos? ¿Qué usos hacen de estos datos estas grandes empresas? ¿Qué libertades individuales resignamos al aceptar “bases y condiciones”? ¿En dónde queda esa información subjetiva que fuimos desprendiendo para “conectarnos con ideas que nos gustan en la red”? ¿Quiénes son los dueños? ¿Cuáles son las normas de funcionamiento? ¿Qué me hacen firmar? ¿Cómo entrar en diálogo con quien piensa diferente, si ni siquiera lo veo en mis redes?

“Chupetes” digitales

Desde la dinámica del “like” (“me gusta”), que aporta un falso sentimiento de valoración y aceptación, el ex ingeniero de Google Tristan Harris señala en el documental que las redes sociales tienen la intención de manipular y generar adicción. En definitiva, lo que se creó fue “toda una generación de individuos que, cuando se sienten incómodos, solos o asustados, recurren a ‘chupetes digitales’ para calmarse”. Las notificaciones que se reciben en los smartphone generan en el sistema nervioso una breve pero intensa dosis de dopamina, un neurotransmisor vinculado con el placer. Por tal motivo, estamos pendientes y necesitados de ese estímulo. Lo que termina sucediendo es una batalla por la atención: las redes sociales nos quieren siempre disponibles.

Lo que encontramos en Internet ya no es lo que nos interesa, sino lo que los algoritmos creen que nos puede interesar… por ejemplo, un documental sobre redes sociales.

A su vez, los matices personales quedan borrados. Nuestros gustos, y posibles exploraciones éticas y estéticas, quedan limitadas. Las búsquedas que realizamos en la web generan un perfil específico que termina direccionando nuestros consumos, gustos y sociabilización. Los algoritmos nos llevan de post en post para mostrarnos aquello que las empresas deciden hacernos ver. Lo que encontramos en Internet ya no es lo que nos interesa, sino aquello que los algoritmos, que ordenan lo que vemos, creen que nos puede interesar… como por ejemplo, un documental sobre redes sociales.

Del “link” al “like”

Varios autores hablan de una relación “totémica” con la tecnología; el “aparato” y sus posibilidades vuelven al sujeto dependiente. Ya no importa el hipervínculo, lo que sí era valioso en los inicios de la web 2.0, sino que se dio un pasaje al “like”. No nos interesa acceder a aquel enlace que aporta conocimiento o la información que necesitamos. Por el contrario, el sujeto ya no busca, sólo se busca a sí mismo siendo el portador de una mirada autoreferencial. Hay una carrera imperiosa por el “like” que nos vuelve más populares. Una popularidad efímera pero buscada hasta el hartazgo para esta nueva construcción del “yo”.

Esta visión es evidentemente apocalíptica. Queda la posibilidad de reflexionar en aquellos elementos de esperanza que, sin lugar a duda, están presentes: por ejemplo, el sociólogo español Manuel Castells señala que muchos movimientos sociales de los últimos años se llevaron adelante desde las redes sociales.

La web no es más que una herramienta. No es buena o mala en sí misma sino que la problemática radica en el uso que se haga de ella. Sin embargo, parece importante que cada uno pueda pensar qué pasa y qué nos pasa con las nuevas tecnologías. No esperemos a que las empresas digitales hagan visibles sus mecanismos o sus lógicas: construyámonos como ciudadanos críticos con la intención de hacer evidente aquello que ya es parte de nuestra cotidianeidad.

Para seguir reflexionando:

CASTELLS, Manuel; Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet.

VAN DIJCK, José; La cultura de la conectividad. Una historia crítica de las redes sociales

BOLETÍN SALESIANO – DICIEMBRE 2020

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