María de la Paz Porres tenía 19 años cuando se propuso cambiar la realidad de otros jóvenes que nacieron con menos oportunidades que ella. Eligió hacerlo en el mismo lugar donde se conocieron sus papás hace 30 años, misionando en Santiago del Estero, en un pequeño pueblo al norte de esta provincia: San José del Boquerón. Allí las necesidades son grandes pero- según María de la Paz- más grande es la calidez y la generosidad de su gente.
A los 11 años sus padres llevaron a María de la Paz y a sus hermanos a visitar San José de Boquerón, aquel pueblo especial que los había unido. En esas vacaciones se adentraron en la vida de familias en situación vulnerable y compartieron una experiencia solidaria. Entonces germinó una semilla de servicio y entrega que dio frutos luego de unos años. En 2010 esta joven puso en movimiento sus ganas de ayudar y, de la mano de uno de sus hermanos, dio nacimiento al Grupo Misionero San Francisco Xavier.
«Cuando conocés una realidad así, no podés darle la espalda. Se trata de una de las zonas más pobres del país», cuenta María de la Paz, sobre el pueblo santiagueño que tanto quiere. Asimismo agrega: «Sus habitantes están dispersos en lugares inaccesibles, lo que hace sumamente difícil cualquier tipo de ayuda. En varios parajes no hay luz ni telefonía de línea. Las carencias son de todo tipo: trabajo, salud, alimentación, vivienda».
El Grupo San Francisco Xavier está compuesto por 25 jóvenes de entre 17 y 26 años de edad, que se reúnen semanalmente para prepararse de forma espiritual y, dos veces al año, viajan a Santiago del Estero. Muchos destinan sus vacaciones- y hasta hay quienes resignan las Fiestas de fin de año en familia- para tomarse un tren y dos colectivos y llegar hasta San José del Boquerón, porque lo que allí sucede lo justifica y vale la pena.
«Es mi cable a tierra y mi cable al cielo», afirma María de La Paz, quien al regresar de cada viaje siente que vuelve a tomar conciencia de «lo esencial» y que valora las cosas realmente importantes de la vida. «Es una sensación rara, uno va con la idea de servir y termina dejándose servir. Se genera un encuentro verdadero y profundo con la gente», comenta María de la Paz.
Además, una vez por año juntan donaciones como ropa, juguetes y alimentos para enviar en un camión y satisfacer algunas de las muchas necesidades materiales de la comunidad. También promueven un programa de becas que es impulsado desde la Parroquia de la zona, para que los chicos puedan terminar el secundario y hacer el terciario en lugares vecinos como Santiago capital.
En esta comunidad santiagueña hay pocas oportunidades laborales. Los que viven allí se las rebuscan para generar un ingreso, criando animales y sembrando maíz y zapallo, luchando con las dificultades de un terreno poco fértil y la falta de agua. «La única esperanza que tienen los jóvenes, para lograr una mejor calidad de vida, es poder estudiar», sostiene la coordinadora del Grupo.
«Los estudiantes que viven en los parajes vecinos, a varios kilómetros de la escuela secundaria que se inauguró en 2012, hacen un gran esfuerzo para viajar hasta allí. Además quienes quieren seguir una carrera terciaria, deben mudarse a otras ciudades, muy lejos de la zona y los papás no tienen dinero para pagar los costos que esto implica».
Las becas permiten cubrir los costos de traslado, el alojamiento y la comida, así como también los gastos de útiles, libros, ropa, zapatillas y atención médica u odontológica. La Parroquia, gracias al aporte de sus colaboradores, ha becado ya alrededor de 500 jóvenes.
«La educación produce una verdadera trasformación en los jóvenes. Confiamos en que podemos cambiar una realidad tan fuerte, tan pobre y complicada, a través de la educación para que las personas puedan salir adelante. Su efecto se multiplica en las generaciones siguientes, porque el que ha estudiado procura que sus hermanos y, después sus hijos, tengan también acceso a la educación», concluye María de La Paz.