Ya es sábado, son las tres de la tarde, y la obra salesiana de Tucumán —este segundo hogar de muchos jóvenes— está abriendo sus puertas para el mejor día de la semana, el que todos estuvieron esperando con ansias y alegría: el sábado. Se empiezan a sentir los pasos, patinetas y bicicletas de los que poco a poco llegan, y en un pestañeo, el Templo se copó de niñas y niños que vienen a prepararse para su encuentro con Jesús en la catequesis; en un patio algunos de los jóvenes del grupo misionero van terminando los preparativos de sus actividades de un gran día de juegos, dinámicas y formación que les espera; en otro lugar, en comunidades van navegando mar adentro muchos mallinistas dispuestos a echar sus redes; en ese mismo instante se siente un grito unísono de “recreo” de los nenes de la catequesis que salen con pelota en brazo listos para compartir todos juntos ese momento. Pero esto, no es lo único que se escucha: con voz bien fuerte se los oye a los misioneros con sus cantos, mientras que Mallín se prepara para sus buenas tardes y merienda; estos tres mágicos mundos de tantos, que se transforman en un solo oratorio por el cual camina María, que late con todos los corazones de los pibes que están convencidos de que su semana está empezando este mismo día, y que esperan con júbilo el Bicentenario de su padre y maestro, que les hace arder el corazón porque, aquí dentro de su casa, por él se sienten amados.