Febrero de 1915: un grupo de exalumnos se encontraban reunidos con el salesiano Lorenzo Massa en el colegio San Francisco de Sales, del barrio porteño de Almagro. En el medio de la charla, el señor Lorenzo Revetria compartió un artículo del diario La Prensa que anunciaba la excursión y el campamento de un grupo de boy scouts. El “cura Lorenzo” escuchaba con atención la noticia, mientras pensaba que esos chicos se perderían las misas de los días festivos por ese tema. Fue entonces cuando su corazón se encendió y se empezó a preguntar si sería posible unir la propuesta scout creada por Robert Baden Powell con nuestro carisma salesiano. El sueño estaba en marcha.
La juventud de la época estaba en ebullición y una corriente anticlerical crecía entre los jóvenes intentando alejarlos de la Iglesia. En ese contexto, Dios inspiró a los salesianos Lorenzo Massa y José Vespignani a buscar una alternativa para acercar a los jóvenes a Dios. Basándose en la experiencia de las “escuadras de Blossio”, que había formado Don Bosco en sus primeros años del Oratorio, y viendo con buenos ojos la hermosa propuesta de los boy scouts, los salesianos proponen crear un “batallón infantil” en el colegio San Francisco de Sales.
Oratorio hecho batallón
Al momento de la fundación, el padre José Vespingani —por entonces inspector salesiano—, expresaba: “No introducimos nada nuevo en la Congregación. Los Exploradores de Don Bosco no serán más que oratorianos como levadura entre los demás…”. No serían otra cosa que un “oratorio hecho batallón”, una nueva manera de acercar a los chicos a Dios, sacarlos de la calle y ofrecerles un camino de santidad.
Fue así como el 14 de agosto de 1915 —en el marco de los festejos por el centenario del nacimiento de Don Bosco y la inauguración del nuevo edificio del colegio San Francisco de Sales—, y ante la presencia del por entonces Presidente de la Nación, Victorino de la Plaza, el batallón N° 1 Manuel Belgrano realizó su presentación oficial. A las órdenes de su primer capitán, el señor Roberto Cortés Conde, cerca de cien exploradores uniformados desfilaron y realizaron la guardia de honor al Presidente. Aquél día, hace ya cien años, nacía un estilo de vida.
La noticia de esta nueva forma de evangelizar a los jóvenes se esparció rápidamente por las obras salesianas que crecían día a día en nuestro país. Donde había un oratorio empezaba a sonar la palabra “batallón”. A poco más de un año de su fundación los Exploradores se habían expandido desde Buenos Aires hacia Tucumán, Salta, Córdoba y Mendoza. A fines de 1916 ya eran más de quince los batallones en Argentina. Los campamentos, los juegos, la música, el desfile, el deporte, la disciplina, la promesa y la catequesis resultaban la combinación perfecta para que los chicos hicieran del patio del batallón su segunda casa.
Con el correr de los años el movimiento de Exploradores se expandió aún más por todo el país y se fue adaptando a la realidad cambiante de los jóvenes y de la sociedad. Todo este amor dio fruto, dejando huellas en exploradores y salesianos consagrados que dedicaron su vida formándose y trabajando en la estructuración del movimiento a través de un reglamento, de los principios doctrinales, el surgimiento de las agrupaciones femeninas, la etapa de pre-exploradores y la creación de material formativo para que todos los exploradores pudieran vivir un camino de santidad basado en la Ley de Honor.
Un estilo de vida
“Todo empezó como un juego, luego una aventura, ahora es un estilo de vida”: esta frase, pintada en las paredes de un batallón del norte de nuestro país, resume un poco estos cien años de vida.
El ser explorador es un camino que empieza con las vivencias previas a la realización de “la promesa”, la que marcará para toda la vida: seguir a Cristo al estilo de Don Bosco. En su promesa, los chicos y chicas se comprometen a vivir al servicio de la comunidad, con los valores de la Ley de Honor como estandarte y bajo el lema de estar “siempre listos para servir”.
Cuando los aspirantes ingresan al batallón se unen a un grupo de chicos y chicas de su misma edad formando una patrulla o “etapa”. En ella se empiezan a formar vínculos y amistades que en muchos de los casos perdurarán para toda la vida. Entre los compañeros de la patrulla recorrerán juntos un itinerario formativo, compartiendo experiencias que los marcarán a fuego.
De la mano de los animadores y salesianos consagrados los jóvenes compartirán la carpa y el calor del fogón en un campamento, desfilarán al sonido de la banda, vivirán tardes inolvidables de juegos y aprenderán de la vida de Jesús y Don Bosco mate de por medio. El ser explorador se concebirá como una aventura donde la alegría, la amistad y la experiencia del amor de Dios se hacen presentes a cada paso.
Con el correr de los años y a través de un itinerario de formación en valores, los exploradores y exploradoras comienzan a descubrir su vocación y a desarrollar sus cualidades personales. Este proceso formativo llena sus corazones y los hace sentirse parte de los Exploradores de una forma a veces inexplicable para los que observan desde afuera.
“Devolver lo que me han dado”
Con la maduración propia del itinerario y con el deseo de trabajar por y para los jóvenes, como lo hacía Don Bosco, comienza una nueva etapa. Los exploradores convencidos de aquello son invitados a ser “animadores”, con la misión de trabajar en comunidad con otros jóvenes para regalarle a los más chicos un poco de todo lo que recibieron en su vida.
Luego de varios años de formación y con la convicción de querer vivir el Evangelio en todos los ámbitos de la vida, el movimiento invita a los jóvenes a comprometerse con el prójimo y a reafirmar aquella promesa que hicieron al inicio del camino. Quienes hacen esta opción se convierten en soles, con la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo dentro y fuera del batallón.
Pero este no es el final de la historia, sino el comienzo de una nueva etapa: que se desarrolla en la vida misma. La de la familia, el desarrollo de la vocación, la profesión u oficio; aquella donde el explorador lleva su “sol” a la sociedad con la convicción de vivir como “buen cristiano y honrado ciudadano”. Un explorador puede dejar el batallón, pero nunca olvidará la promesa que marca su estilo de vida.
Más vigente que nunca
La mística exploradoril, su estructura organizativa, su capacidad de adaptación a lo largo del tiempo y el sentido de pertenencia han convertido a los Exploradores en uno de los movimientos que más jóvenes aporta a la obra de Don Bosco en Argentina.
Muchos chicos y chicas empiezan a conocer a Don Bosco desde la experiencia del batallón y con el paso del tiempo hacen propio el carisma del santo de Turín. No es coincidencia que los exploradores hayan sido pensados en el contexto del centenario de su nacimiento: su creación fue un regalo de Dios y una respuesta a las necesidades de la época. Un siglo después, el sueño del padre Lorenzo se sigue haciendo realidad día a día en la vida de los jóvenes que alguna vez pisaron el patio de un batallón.
En el año del Bicentenario del nacimiento de Don Bosco, son más de setenta los batallones que desde Ushuaia hasta Salta y desde la Cordillera hasta el mar mantienen viva la llama del “siempre listo”. El 15 de agosto por la tarde, jóvenes de todos los rincones del país se encontrarán nuevamente en el patio de la casa San Francisco de Sales para celebrar con alegría el centenario de este regalo de Dios para los jóvenes: los Exploradores Argentinos de Don Bosco.
Por Renzo Aguirres • renzoaguirres@hotmail.com