La sexualidad también se educa
Pocos temas sociales han estado tan en la mira de los argentinos en el último tiempo como este. Muchas familias, docentes y adolescentes buscan mayor formación, y una ley sancionada hace doce años aguarda continuar su implementación en muchos distritos del país.
Al parecer no es solo una inquietud que se despierta entre argentinos. Una mirada rápida evidencia que las agendas educativas de muchos países están preocupadas por el tema.
Atento a esto, la plataforma de contenidos Netflix se adelanta y presenta un nuevo producto que aborda la temática de manera particular. Sex Education es una serie británica clara y directa desde el título, que identifica su tema central. No tendrá la crudeza de Trece razones ni la elaboración de Merlí, pero puede dejar pensando a quien no rehúya de la temática. Sobre todo, si no queremos que sea la única palabra que niños, adolescentes y jóvenes escuchen acerca de la educación sexual.
La serie que muchos de sus hijos ya vieron
Sex Education es una producción adecuada para adultos, que pueden ser críticos frente a sus planteos. En todo caso, serán ellos quienes definan verla en compañía de sus hijos adolescentes. Para no spoilear los capítulos, sólo diremos que transcurre en una escuela secundaria de una ciudad donde su protagonista, un adolescente que vive con su madre —una sexóloga— busca resolver sus propias dificultades con el sexo y las de sus compañeros.
Sex Education es una serie adecuada para adultos, que podrán definir si verla o no en compañía de sus hijos adolescentes.
Aparecerán a lo largo de ocho capítulos las temáticas esperables: el despertar sexual, la identidad sexual, las primeras relaciones sexuales, el embarazo no planificado; sin dejar de vincular la intimidad con las relaciones personales. Pero la producción ahondará también en temas menos frecuentes, incluso “escandalosos”, pero que, sin embargo, suelen ser de la preocupación o curiosidad de muchos adolescentes… y por qué no, de los adultos.
“Sí a la educación sexual”
En octubre del año pasado, las comisiones episcopales de Educación y de Laicos y Familia dieron a conocer un mensaje en relación a la educación sexual en Argentina. “Hemos tomado conciencia de que hay que comenzar por la educación sexual que integre todas las dimensiones de la persona. Se pudo observar, además, que hay consenso de que dicha educación no debe limitarse a ‘saber qué hay que hacer para que una joven no quede embarazada’ —dice el comunicado— o a conocer el cuerpo de varones y mujeres como quien meramente conoce el funcionamiento de un dispositivo, sino que esa educación debe ser integral, vale decir, de toda la persona: su espiritualidad, sus valores, sus emociones, sus pensamientos, su contexto social, económico, familiar y obviamente su cuerpo y su salud”.
El mensaje toma como referencia la exhortación apostólica del papa Francisco Amoris Laetitia, donde en el apartado Sí a la educación sexual —puntos 280 a 286— señala, entre otras cosas, que ya el Concilio Vaticano II planteaba la necesidad de “una positiva y prudente educación sexual” que llegue a los niños y adolescentes “conforme avanza a su edad” y “teniendo en cuenta el progreso de la psicología, la pedagogía y la didáctica”. “Deberíamos preguntarnos si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío (…) ¿Quién habla hoy de estas cosas? ¿Quién es capaz de tomarse en serio a los jóvenes? ¿Quién les ayuda a prepararse en serio para un amor grande y generoso? Se toma demasiado a la ligera la educación sexual”, expresa con claridad Francisco.
¿Quién educa la sexualidad?
Algunos podrían incluso preguntarse si debe educarse. Si no es simplemente algo que se va descubriendo de forma personal.
A no dudarlo: la sexualidad se educa. Es una dimensión humana fundamental, donde las generaciones anteriores tienen infinidad de cosas para transmitirle a las nuevas, intentando asegurar la felicidad individual, de las futuras parejas y de toda la familia. Y los contenidos reclamados por los jóvenes deben ser tenidos en cuenta, pero también habrá que educar en aquello que no saben que deben aprender, pero es fundamental transmitirles.
La ley 26.150 establece que todos los niños y adolescentes tienen el derecho de recibir educación sexual integral en la escuela.
Por lo tanto las familias deben abordar el tema, lo que no impedirá nunca que las personas hagan sus propios descubrimientos. Las escuelas deben ayudar en el proceso, ya que es en ellas donde las familias esperan que sus hijos sean educados por especialistas, delegándoles la dimensión profesional de la educación sexual.
La ley argentina confirmó esto hace doce años cuando se sancionó la ley 26.150, que establece que todos los niños y adolescentes tienen el derecho de recibir educación sexual integral en los establecimientos educativos, ya sean de gestión pública o privada, desde un enfoque responsable, integral y multidisciplinario.
Maeve, Eric y Otis, tres de los protagonistas de la serie de Netflix
El hecho mismo de educar la sexualidad, más allá de los contenidos y dificultades que pueden desprenderse de su implementación, nos habla de una nueva mirada. Dicho de forma simple, la obligatoriedad de “hablar de educación sexual integral” en las escuelas genera una nueva cultura que tenga de la sexualidad una mirada más amplia, abierta y positiva.
De eso sí se habla
Fue durante años un aspecto negado de la educación familiar y escolar. Solamente se la mencionaba para decir lo que estaba mal. No se hablaba ni siquiera de educar los afectos.
Pero la historia del siglo XX, que vio progresivamente posicionarse a la mujer en el lugar que le correspondía, muestra además una tremenda transformación en la mirada sobre la sexualidad, donde hay hitos como el nacimiento de los planteos del psicoanálisis de principios de siglo, el informe Kinsey, las investigaciones de Masters y Johnson y los cambios culturales de la década del sesenta.
Más allá de las consabidas críticas que en muchos casos con justicia llevan aparejadas estos hitos, fueron causa y consecuencia de transformaciones en la mirada científica de la sexualidad, y por otro lado empujaron cambios sociales que apuntaban a transformar la sexualidad quitándola del lugar de tabú y poniéndola como algo de lo que sí o sí se debe hablar e investigar, y con mucha seriedad.
Alguien con quien hablar
Los adolescentes actuales, más allá del uso de las redes —donde muchas veces exponen su intimidad, tal vez sin darse cuenta de las consecuencias—, sienten cierto “pudor” al hablar de estos temas formalmente. Pero muchos otros están ávidos de hacerlo. La misma exposición en las redes está fuertemente vinculada a esta cuestión y debe dialogarse.
Los educadores no podemos dejar a los jóvenes solos en un aspecto tan importante de su vida.
Los adultos dentro de la familia, y quienes se capacitan profesionalmente para enseñar, son indispensables en la educación sexual integral. Hablar del placer y del amor, del cuerpo y de los sentimientos. De los impulsos y de los pensamientos. Todo esto es indispensable. Hablar de la intimidad erótica y del enamoramiento. Del amor que se alcanza con el tiempo y se madura con los años. De la fidelidad y de la soledad. De los enojos y del respeto.
Hacer uso de las ciencias biológicas y psicológicas al igual que del arte. Filosofía, sociología y pintura. Literatura y música al igual que la catequesis. Todas estas áreas hablan de la sexualidad. Y esta es la mirada integral de la educación sexual que propone la ley, que incluso debe ser revisada a doce años de promulgada. La familia se debe hacer eco de este enfoque, y por qué no la educación superior. Pocas son las universidades o institutos terciarios que encaran el tema, y los jóvenes más maduros que educan tienen también necesidad de reflexionar sobre esto.
También en la Pastoral Juvenil
Sin duda, este es un tema central de la pastoral. Sus espacios no tienen la rigidez ni la formalidad de la escuela. Son, por lo tanto, lugares privilegiados para reflexionar la sexualidad, escuchando a los jóvenes, que seguramente se sentirán más libres que en los espacios formales.
Una pastoral que no educa la sexualidad de los jóvenes del siglo XXI es una pastoral que no está junto a ellos, que se desvincula de una parte importante de sus ansiedades y angustias. Acompañar sus preguntas más íntimas acerca de ser “normales” o no, de sentirse solas o vacíos, de sentirse en búsqueda de su identidad y de la pareja. Todo ese tránsito adolescente y juvenil no puede quedar de lado. Y luego acompañar a las parejas jóvenes —y a las no tanto— a las variadas formas de paternidad y maternidad.
Los educadores no podemos dejar a los jóvenes solos en un aspecto tan importante de su vida. Se impone, ante lo que no sabemos, formarnos. Y animarnos a decir “no sé” cuando sea necesario, ante un mundo tremendamente complejo que puede incluso intimidarnos. Buscar aprender, escuchar, no cerrarnos a una sola mirada de la realidad, abrir la cabeza y entender las otras perspectivas, aunque no las compartamos. Acompañar a cada joven es tarea de sus padres, de sus docentes, de sus animadores juveniles, fomentando también comunidades y familias que educan en el ejemplo, amando y valorando al otro en lo que es y tiene de sagrado. •
Estereotipos que hacen pensar
Sex Education presenta una adolescencia con poca presencia de los adultos, y los que aparecen son muy cuestionables.
La madre del protagonista es una mujer que se ha formado y tiene experiencia en la temática. Pero el vínculo con su hijo es absorbente, no le da lugar a crecer y tampoco respeta su intimidad. Utiliza una supuesta extroversión para enmascarar su inmadurez, sin mantener la distancia educativa adecuada.
Su opuesto es el director de la escuela. Su autoridad, que podría ser positiva para llevar adelante una institución compleja, se irá desvalorizando por su imposibilidad de mostrar empatía y buscar soluciones prudentes. A su hijo le exige más que lo que lo valora, y al no tener la posibilidad de comprender lo diverso, encasilla a cada uno donde le parece y le es cómodo.
El profesor de biología, responsable de gran parte de la educación sexual académica, es poco creíble para los alumnos. Aún simpático, no logra posicionarse en un lugar confiable.
Bastan estos ejemplos para ver algunas actitudes que se dan en la serie y en la vida, y que llevan a que las personas de quienes se espera madurez y ayuda, queden totalmente desvalorizadas. Son figuras que no gozan de la legitimidad mínima para poder enseñar. Y si a esto se suman situaciones que denotan una falta de comunicación eficaz, nos encontramos con que los adolescentes se terminan posicionando en el lugar del saber y se ayudan entre sí. Pero la educación únicamente brindada por pares juveniles, puede funcionar bien solo en la ficción.
Por Adrián Barcas y Valeria Galizzi
Adrián Barcas es psicólogo y Valeria Galizzi es psicopedagoga. Ambos son terapeutas, docentes de nivel medio y superior, y asesoran grupos salesianos de pastoral juvenil.
BOLETIN SALESIANO – ABRIL 2019