Mirar a los ojos

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El contacto entre las personas se multiplica gracias a las redes sociales. Pero nos estamos olvidando del contacto más simple: el contacto visual.

Estadísticas recientes afirman que, actualmente, el promedio de tiempo que pasa un padre o una madre con su hijo adolescente es de doce minutos al día. El exceso de actividades o los gustos de televisión incluso pueden hacer que no compartan la cena. Y muchas veces, diez de esos doce minutos, se usan para dar instrucciones, o para verificar si se cumplieron las indicaciones impartidas el día anterior. Desaparecen en las familias las ocasiones que permitían, sencillamente, mirarse.

Amarse con los ojos

Parecería que muchas veces la oración de un niño a la mañana puede llegar a ser esta: “Señor, conviértame en un smartphone para que mi mamá o mi papá me miren un poco más”.

La comunicación digital, es decir, la conexión a través del celular, la tablet o el smartphone, es sin duda uno de los mejores inventos. Las ventajas están a la vista de todos: permiten estar conectados con el mundo entero en tiempo real, ofrecen conocimientos casi infinitos y hacen más fácil la vida.

Pero estas herramientas esconden algunas trampas. Y una de ellas es que debilita los contactos visuales. Las conexiones virtuales no permiten sentir las “vibraciones” de otra persona que está cerca y tampoco posibilitan mirarse a los ojos. Se ha comprobado que los chicos o chicas que usan constantemente el celular tienen dificultades para mirar fijamente a los ojos del otro.

El asunto es muy serio. En efecto, el contacto visual es uno de los caminos más poderosos de comunicación humana. Las personas tienen necesidad de mirarse. Si así no fuera, ¿qué sentido tiene la preocupación por vestirse bien o tener un buen look? Los tatuajes y los piercing, y a veces también las desconcertantes originalidades de los jóvenes —y también de los adultos—, ¿no son para decirle a los otros que los miren?

Don Bosco sintetizó uno de los puntos destacados de su sistema preventivo con estas palabras: “Que los chicos sientan sobre ellos la mirada de los superiores”. Con ello no se refería a la vigilancia de tipo policial, sino tratar de poner sobre los jóvenes la mirada educativa. Es como decirles: “De verdad me interesás. Merecés toda mi atención”.

El contacto visual es esencial

El niño utiliza el contacto visual con sus padres para alimentarse emocionalmente. Con los ojos se comunica amor. Los enamorados lo saben. Todos conocemos la profunda emotividad de la frase: “Comerse con los ojos.” También el evangelista Marcos en el episodio del encuentro de Jesús con el joven rico, afirma que: “Jesús fijando en él los ojos, lo amó…”  La mirada transmite atención, interés, intimidad, aprobación, tristeza, reproche.

Está demostrado que la mirada cálida y animadora del docente estimula el esfuerzo del alumno y lo ayuda a comprender mejor lo que se le dice. También es verdad que los niños memorizan mejor los cuentos al narrárselos mirando a los ojos.

“Ojos malos”…

No cualquier contacto visual es automáticamente útil. Existen miradas pedagógicamente equivocados y miradas buenas. La mirada equivocada, por ejemplo, es la del ojo “policial” de los padres que controlan cada movimiento del hijo, lo asfixian todo el día y le están encima continuamente, controlando cada metro de su libertad. El ojo policial puede hacer un hijo disciplinado, pero no un hijo educado.

El segundo tipo de mirada equivocada es la del ojo “amenazador” y fulminante. “¡Mirame a los ojos!”, gritan algunos padres, olvidando que el miedo nunca educó a nadie. Y el tercer tipo de ojo equivocado, el peor entre todos, es el ojo “indiferente”. A los hijos la indiferencia les resulta siempre insoportable: deja helada su alma y les quita las ganas de estar en el mundo.

… y “ojos buenos”

Pasemos ahora a las buenas miradas buenas. Es bueno el ojo “generoso”, que ve en el hijo lo que nadie ve. Bueno es también el ojo que reconforta y levanta. Es bueno el ojo “cálido”, acogedor, que nos cobija como un manto de empatía y amor. Un contacto visual con estas características quizás tenga más valor que los millones de contactos virtuales del mundo…

Para un niño o un muchacho, no experimentar nunca la mirada amorosa de sus padres es una herida mortificante que provoca la rebelión. Es igualmente una costumbre dudosa la que evita el contacto visual como forma de castigo. Para un niño es peor que soportar un castigo físico. Significa “abandono” y desinterés. La mirada debe ser sobre todo para expresar el amor.

Por Pino Pellegrino // Traducción: Victorino Zecchetto

BOLETÍN SALESIANO – NOVIEMBRE 2018

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