La reina y la villana

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¿Da lo mismo mentir que ser honesto?

En este siglo, todos pueden tomar la palabra y hacerla circular por las redes sociales. ¿Cuál es la validez de esas verdades una vez lanzadas al público? Varios gobiernos del mundo están alarmados por la gran difusión de la “posverdad”, es decir, de aquellas mentiras que disfrazadas de verdad se cuentan al por mayor, sobre todo por las redes sociales, hasta llegar al periodismo de los grandes medios de comunicación.Quizás por eso un diario de la capital argentina escribió: “La verdad es una sola, pero las mentiras cada vez son más”.Es como decir: la verdad es la reina y la mentira la villana.
Están, además, “la verdad y la mentira” de cada persona singular. ¿Vale lo mismo un individuo sincero que uno mentiroso? ¿Por qué sería insoportable vivir en una comunidad de engañadores? ¿Y por qué es confortable y buena la sociedad de gente sincera?

El mundo de los niños

¿Por qué mentimos si nos agrada tanto la verdad? ¿Será que nos desagrada el mundo tal como está y queremos construir con la mentira nuestro propio mundo?Por esto debemos aludir, en primer lugar, a las mentiras de los niños. Ellos ordinariamente las dicen para zafar de un castigo o para congraciarse con sus padres. En ese período de su vida y actuando una y otra vez, según pasan los años, van forjando su existencia adulta desde la infancia.
Para ellos, enseñarles el amor a la verdad es vital. En esos años se inculcan hábitos que conservarán siempre. Los niños aprenden lo que se les enseña. Su personalidad se moldea de pequeños e influye en su visión de toda la vida. Si en el hogar ven violencia, la absorben espontáneamente, lo mismo que la venganza o las palabras hirientes, los insultos y las mentiras. Niños felices y sanos se educan primero desde las palabras, que debieran ser de concordia, buen entendimiento, de diálogo:en resumen, los hijos se nutren ante todo con palabras sinceras y buenas, condición armoniosa y estable para crear relaciones humanas.

Verdad y mentira, de joven y de adulto 

Hay jóvenes y adultos que mienten sin ruborizarse. El ambiente humano que vivimos, nuestro “propio mundo”, lo construimos también con la verdad, porque lo normal y lógico es comunicarnos con los demás mediante ella. Desde el trato con los demás en la escuela, hasta los grupos deportivos, el compañerismo y las otras relaciones sociales.
El buen ambiente empieza con la sinceridad que corre entre los amigos. Por eso “decirnos la verdad” resulta ser el buen hábito de conducta de las relaciones humanas. La verdad triunfa por sí misma, mientras que la mentira necesita siempre de la complicidad.
Junto a la verdad camina la serenidad que siente aquel de palabra sincera. Porque la verdad carece de trampa o de engaños. En todos los campos de la vida, la verdad nos trae más paz que las mentiras y la falsedad. Pensemos en la vida conyugal, en las relaciones entre padres e hijos, en el trato entre hermanos y amigos, en la escuela y en el trabajo. La mentira siempre está del lado de quien desea que la verdad se oculte, porque ella depende de algún miedo.Es temerosa. Esta constatación llevó a que el gran psicólogo Alfred Adler observara: “Una mentira no tendría ningún sentido, a menos que sintiéramos la verdad como un peligro.”

No a los parches

El individuo de hablar sincero y claro denota aprecio hacia el otro, no necesita el “parche” de ninguna falsedad. Se suele mentir a las personas que consideramos inferiores. Pero el sujeto sincero es una personalidad transparente, y ello incluso lo muestra en el comportamiento general del cuerpo: es desenvuelto, de mirada y gestos simples y directos, amable en el hablar y responder.
A la persona sincera no le hace falta contar a todos la propia vida personal: es recatada y no difunde cosas íntimas, pero tampoco miente. Conoce el equilibrio entre “contar chismes” y decir cosas verdaderas y útiles, sabe auto regularse previendo las consecuencias negativas o positivas que tienen ciertas noticias o palabras dichas en su entorno.
La gran limitación psicológica que tiene la mentira es que un sujeto que se habitúa a ella fácilmente llega a la “adicción”. Y cuando alguien se convierte en “adicto de la mentira” no puede dejar de hacerlo, y en ello invierte sus energías. Mentir se convierte así en una conducta normal. Esa pobre persona acaba siendo alguien en el que nadie cree.

En el espejo de las redes

Cada vez son más los estudios psicológicos de la personalidad a través del análisis de los contenidos y el modo de uso de las redes. Ellas son un espejo donde se refleja la forma de hablar en familia, en un grupo o en una asamblea. Los sociólogos dicen que también las redes contribuyen a construir una sociedad de convivencia o de enfrentamiento.
Mientras más nos alejamos de la verdad, más debemos alzar la voz y gritar. Decía muy bien el poeta hindú RabindranathTagore: “La verdad no está de parte de quien grita más”.
El uso abundante de las redes denota el estilo de ser, ya que las palabras salen de dentro de la persona. Todo lo que hacemos no son hábitos inofensivos: las compras, el sexo y los ejercicios físicos; comer y divertirnos; el estudio y el trabajo. ¡Tampoco los mensajes en las redes sociales!
¡Decime qué decís y mostrás en las redes, y te diré quién sos!

Por Victorino Zecchetto, sdb • casvecio@gmail.com
Boletín Salesiano, abril 2018

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