Me llamo Carlos Cavalli

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Por Néstor Zubeldía, sdb

nzubeldia@donbosco.org.ar

Me llamo Carlos Cavalli, aunque ya hace años que todo el mundo empezó a llamarme “padre Carlitos”. Nací en una familia de ocho hijos, entre colinas llenas de hermosos viñedos, en un pueblo italiano del Monferrato. 

Nuestro párroco admiraba mucho a Don Bosco, por eso recomendaba sus escuelas y distribuía los billetes de las grandes loterías que el santo organizaba para recaudar fondos. Un año lo recibió en el pueblo cuando vino acompañado de un montón de chicos del Oratorio en esas giras inolvidables que duraban varios días y que hoy recordamos con nostalgia como “los paseos otoñales”. 

Cuando cumplí los dieciséis tuve la gracia de ir como alumno a Turín. A los veintiocho años hice el noviciado y después, mis primeros votos como salesiano. Antes de la ordenación sacerdotal me ofrecí para las misiones en América. En 1883 formé parte de la expedición misionera guiada por el querido Don Lasagna. Fui destinado primero a Buenos Aires, pero la experiencia más linda la tuve del otro lado del charco, en Paysandú. Ahí recorrí el pueblo y anduve a caballo por todos los campos de los alrededores visitando a los enfermos. Esa fue siempre una de mis principales preocupaciones de sacerdote, siguiendo el consejo de Don Bosco a los primeros misioneros. 

En Uruguay tampoco pude estar mucho tiempo, porque me enviaron a Bahía Blanca, ese pueblo del sur de Buenos Aires que monseñor Cagliero llamaba “Bahía Negra”, por la hostilidad con que nos habían recibido nuestros propios paisanos italianos. De hecho, nueve párrocos anteriores habían presentado su renuncia al obispo antes de la llegada de los salesianos. No les voy a negar que tuve que aguantar insultos callejeros, silbidos y hasta alguna pedrada, pero en Bahía hice lo de siempre: tratar amablemente a todos y no dejar pobres ni enfermos sin visitar en el pueblo, que en ese tiempo andaba por los quince mil habitantes. Además, me ocupé de mejorar la iglesia, que estaba bastante ruinosa. 

Entre tantas familias que conocí en Bahía, recuerdo especialmente a los Zatti. Parece que fuera hoy cuando el matrimonio y los ocho hijos vinieron a saludarme a la parroquia, recién llegados de Italia. O aquel otro día en el que, tomando un vinito con dos Luis y doña Albina, les propuse que dejaran ir a uno de sus hijos a Bernal, para hacerse salesiano. ¡Qué emoción había en la mirada de cada uno y cuántos sueños en el corazón! Yo sabía que de ese muchacho, Artémides, se podían esperar grandes cosas. Enseguida leyó la vida de Don Bosco que le había prestado, venía siempre que podía a la misa después de trabajar duro en la fábrica de baldosas y dos por tres me acompañaba a visitar a los enfermos y a los pobres. Ya se lo escribí a sus superiores de Bernal: ¡Ese muchacho es un santo!


Carlos Cavalli nació en San Salvatore Monferrato en 1849. En 1883 fue ordenado sacerdote y partió como misionero a América. Nunca más volvió a Italia. Vivió veintitrés años en Bahía Blanca, casi todos como párroco, en la iglesia que hoy es la catedral. Cuando murió, a los sesenta y ocho años, todo el pueblo lloró a su padre Carlitos. Su parroquiano Artémides Zatti, salesiano coadjutor y enfermero santo de la Patagonia, fue canonizado por el papa Francisco en 2022. 

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JUNIO 2024

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