Llamados a transformar el mundo

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En tiempo de Pentecostés, seguir a Jesús es asumir su pasión por el Reino de Dios

Ilustración: Carlos Julio Sánchez

Por Victorino Zecchetto, sdb
casvecio@gmail.com

El desarrollo del año por lo general nos encuentra ocupados o sobrepasados entre diferentes actividades, obligaciones y proyectos. El estudio, el trabajo, la familia, los compromisos y las responsabilidades en general muchas veces nos obligan a correr de un lugar a otro, dejándonos poco tiempo para reflexionar sobre el sentido y las búsquedas de todo cuanto hacemos. 

En este mes de junio, el tiempo de Pentecostés nos da la oportunidad para volver a mirar nuestra vida a través de Jesús y su pasión por el Reino de Dios, y desde ahí encontrar algunas respuestas.

Lo que Jesús quiere

Las curaciones de los enfermos, las parábolas que predica, las decisiones que toma, las enseñanzas que transmite… todo lo que hace Jesús es en favor del Reino de Dios. Los documentos que tenemos muestran con claridad que a Él lo que más le interesaba era la venida del “Reino de Dios”. Y porque sabe que su llegada es inminente, le pide a la gente que se convierta y lo busquen. 

Jesús es un apasionado por el Reino y sabe mejor que nadie que es un regalo de Dios.

Jesús es un apasionado por el Reino y sabe mejor que nadie que es un regalo de Dios, y en absoluto una conquista humana. Por eso también es perdón de los pecados, es invitación a la fiesta; es ser acogidos por Dios mismo, es vivir sin estar sometidos a ningún demonio, es sentirse liberados del egoísmo, es entrega a Dios y al prójimo, es salud y vida… es no estar sometido a nadie fuera de Dios y su querer. 

Por ser un don, el Reino de Dios está al servicio del ser humano antes que de la ley. Cada vez que Jesús debía elegir entre ayudar a una persona o cumplir la ley, prefería sin dudarlo transgredir los mandamientos —pensemos en las lecturas sobre el sábado, el templo, las abluciones…—.

Por ser coherente con este ideal de un mundo transformado, Jesús enfrentó la muerte y no se echó atrás. Sus discípulos después de su crucificción lo volvieron a ver viviente y entendieron que Dios estaba con Él. 

Que venga a nosotros tu Reino

El llamado de Jesús sacudió a muchas personas, que llegaron a una conclusión potente y decidida: “Con Cristo resucitado, vamos a trabajar para que al mundo venga su Reinado”. Jesús les había enseñado a rezar a Dios: “Venga a nosotros tu Reino”. Y se movieron. Comenzaron a vivir al estilo de su Señor, guiados con sus enseñanzas. Incluso, muchos de ellos pagaron con su vida y son los que conocemos como “mártires”.

Asombrosamente, una parte de la sociedad empezó a cambiar, sin batallas sangrientas ni guerras. Porque cambió la vida cotidiana: mujeres vieron reconocida y mejorada su dignidad, esclavos sentían ponderada su libertad, niños y ancianos experimentaron amor en sus familias, los enfermos fueron amados y cuidados, los pobres atendidos y tomados en cuenta.

Había un denominador común en los seguidores de Cristo: el amor a Dios que se manifestaba en el amor al prójimo, el ardiente deseo de que el mundo fuese regido por Dios, no por el egoísmo y la violencia humana. 

También otros lo quieren

Junto a los primeros discípulos de Jesús, después vinieron otros hombres y mujeres entregados a trabajar por el Reino de Dios. Los seguidores del Señor, reunidos en la Iglesia, están en la sociedad para realizar las cosas buenas de su Reinado. 

Los seguidores del Señor están en la sociedad para realizar las cosas buenas de su Reinado.

Muchos son gente común, otros se recuerdan en la historia por su gran fe, como Agustín, Ambrosio, Crisóstomo, Bonifacio, Metodio, Martín y muchísimos más. Una fuerte presencia tuvieron igualmente las mujeres que se desenvolvieron por una nueva sociedad como Mónica, Águeda, Inés, Cecilia, Catalina de Alejandría o Paula. Algunas resultaron incómodas y murieron mártires; otras atrajeron la atención por ser ricas y entregar su fortuna para los pobres y enfermos; otras se destacaron por su servicio y sabiduría. 

De mil modos, sin embargo, la Iglesia buscó enlazarse con una esperanza nueva del mundo, y construir la sociedad según Dios, sin buscar el poder basado en la vanidad, en la violencia o en rituales vacíos. 

Pero en la historia de la Iglesia, hubo siglos oscuros y de ausencia de signos brillantes del Reino, cuando el proceder de los cristianos fue notoriamente malo y escandaloso. Otras épocas, en cambio, fueron de gran conversión y de encuentro ejemplificador para el mundo. Los creyentes cristianos de todas las confesiones continúan construyendo el Reino, porque en definitiva es siempre Dios quien actúa y desea cambiar la historia humana.

Y entre ellos está Don Bosco

Don Bosco también vivió y gastó su existencia para que el Reino de Dios triunfara especialmente entre los jóvenes. Y él mismo fue un ejemplo intachable de trabajo y esfuerzo para hacer progresar ese Reino, porque no quería verlos en la miseria, y por eso buscaba que aprendieran, que trabajaran, que se ayudaran entre ellos, que fuesen útiles a los demás y que pudieran vivir un mundo mejor.

A todos aquellos que habían decidido trabajar con él, Don Bosco les recordaba: “Sepan que los pilares más importantes para mantenerse firme por el camino de Dios son los sacramentos de la confesión y de la comunión”. ¿A qué viene esta advertencia? A la convicción que tenía Don Bosco de las palabras de Jesús: “Sin mí ustedes no pueden hacer nada”. Es decir, que todo apostolado no lo iban a hacer los jóvenes solos, sin Jesucristo.

Por eso Don Bosco insistía tanto en los sacramentos de la reconciliación y de la comunión. Reformarnos a nosotros mismos, o sea, “convertirnos” y pedir perdón, nos da la capacidad de ser “luz del mundo y sal de la tierra”, a hacer más auténtica y buena nuestra vida. Confesarse es un gesto que indica inconformidad con lo que somos, y la convicción de que podemos ser mejores. Es acordarse de lo que nos dice Jesús: “Yo siempre estaré con ustedes”. Y el “sacramento de la comunión” abre la puerta al encuentro con Jesús. La comunión es signo de que el Reinado de Dios lo realiza en primer lugar Dios mismo, no solamente nuestros esfuerzos. 

Para Don Bosco, todo esto significaba “ser santo”, estar dispuestos a cambiar para hacer mejor y más bella nuestra vida, uniéndola a Cristo. Como seguidores de Don Bosco vivimos con la convicción de que Jesús está en medio nuestro para seguir construyendo el Reino de Dios, haciendo siempre más lindo y bueno el mundo.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JUNIO 2022

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