«Tenemos motivos para la esperanza»

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En el dolor, enfermedad o limitación, el Señor consuela y conforta.

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A los amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano los saludo con cordialidad y haciéndoles llegar mis mejores deseos en este nuevo año que hemos inaugurado.

Acostumbro a escribir este saludo compartiendo algo que haya vivido y que me ha impactado por un motivo u otro. Bueno, me encontraba el día de la Epifanía del Señor, el 6 de enero, en mi pueblo natal Luanco-Asturias, sintiéndome en conexión con mis raíces, con el mar y la naturaleza que me vio nacer y crecer. Y ese día fui a celebrar la Eucaristía. 

Fue una mañana en la que tuve unos inesperados encuentros en los que llegaba a mi corazón la certeza de cómo el Señor consuela y conforta aún cuando el dolor, la enfermedad o la limitación se hayan instalado en algunas vidas.

El Señor consuela y conforta aún cuando el dolor, la enfermedad o la limitación se hayan instalado en algunas vidas.

Comencé mi jornada, antes de celebrar la Eucaristía, visitando a una persona de avanzada edad que había sido por muchos años médico en mi pueblo, un gran médico de familia. Me encontré con un hombre de fe que me decía que solamente pudo dar como médico algo de lo mucho que había recibido de Dios y que ahora, con una enfermedad pesada, solo le pedía al buen Dios que lo prepare para el Encuentro con Él. Era tal su convicción y su paz que me fui a celebrar la Eucaristía habiendo recibido ya mi dosis de ‘buena palabra al oído’.

En la Eucaristía me encontré a un joven de no más de 32 años que a causa de un accidente vive desde hace años en silla de ruedas. Y de mi joven amigo me impresiona con qué serenidad, sonrisa y alegría en el corazón vive. Este joven tendría seguramente todo a favor como para renegar de “su mala suerte”, o incluso peor aún, podría culpar a Dios de ello, solemos hacerlo cuando algo nos supera. Pero no, sencillamente vive sin compadecerse de sí mismo y agradeciendo el don la vida aún en silla de ruedas. Al final de las celebraciones, siempre nos saludamos y sus palabras son de agradecimiento, pero soy yo quien debería agradecerle el grandísimo testimonio de vida y de Fe en el Señor de la vida que él nos da a todos.

Así de hermoso e impactante venía siendo mi día de Epifanía cuando a la salida del templo un matrimonio de mediana edad me saluda. También con rostros de alegría; más alegría y serenidad veía en el esposo, aquejado de cáncer. Ambos me hablaban de su certeza de que deben vivir este momento, y en la enfermedad, confiados y abandonados en Dios.

Por último, una madre de avanzada edad que al presentarse me recuerda que algún año atrás ha perdido a uno de sus hijos fallecido por enfermedad, y que ella, en estos momentos estaba sufriendo un cáncer. Sólo me pedía que la tuviera presente ante el Señor. Le pregunté cómo se sentía y me dijo que, con dolores, pero muy confortada en la Fe. Puedo asegurarles que no tenía palabras que decir porque había sido muy intensa la emoción que viví a lo largo de toda la mañana, los testimonios de vida llegaban a mí y me sobrecogían. 

El Señor siempre está a nuestro lado si le permitimos que lo esté.

No podía por menos que prometer mi oración a cada uno y al mismo tiempo tomar conciencia, una vez más, de cómo el Señor sigue haciendo cosas grandes en los humildes, en los más golpeados por situaciones de la vida, en quienes sienten que sólo Él es realmente consuelo y auxilio.

Tengo la intuición de que muchos se sentirán en sintonía con esto que cuento y que yo mismo he vivido, porque lo aquí narrado, acontecido en una mañana de Epifanía en un pequeño pueblecito cercano al mar, no solo ocurre ahí. Es decir, forma parte de nuestra condición humana y en ella, el Señor siempre está a nuestro lado si le permitimos que lo esté.

Les deseo todo lo mejor, queridos amigos y amigas. Y sigamos creyendo que en todo momento, aún en los más difíciles, tenemos motivos para la esperanza.

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Don Ángel Fernández Artime, sdb

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – FEBRERO 2024

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