Megaminería, monocultivos, fracking: mientras el modelo de desarrollo económico pone en riesgo los bienes comunes, la resistencia juvenil y popular muestra un prometedor tiempo para el cuidado del medioambiente.
Ni en tiempos de Don Bosco, y mucho menos en tiempos de Jesús, podremos encontrar con facilidad la preocupación por el medio ambiente. El mundo estaba mucho menos poblado y la industrialización no había llegado a los niveles actuales. Pero ambos centraron su vida en atacar las situaciones de injusticia social de su entorno y proponer alternativas. Hoy, las situaciones de injusticia ambiental nos llevan a detenernos con mirada evangélica en este signo de los tiempos: la necesidad de ofrecernos mutuamente y ofrecer a las futuras generaciones un lugar sano donde vivir y amar. Posiblemente este mes el papa Francisco publique su próxima encíclica con la mirada puesta en el medio ambiente. La injusticia ambiental se empieza a constatar diariamente amenazando nuestro futuro… y nuestro presente.
Pan para hoy, nada para mañana
Estos últimos años, muchos países de América Latina han hecho una apuesta fuerte por reducir el peso de la deuda externa, estatizar empresas, aumentar el presupuesto destinado a educación, generar empleo y atenuar la pobreza. Sin embargo, esa opción de desarrollo y crecimiento económico ha ido de la mano de un modelo altamente extractivo de bienes naturales como los minerales, los hidrocarburos, el suelo y el agua, altamente destructivo del bosque nativo ,que nos expone a un futuro de despojo bastante desalentador.
Alarmados, preocupados y empoderados, jóvenes pertenecientes a diversas agrupaciones tales como colectivos ambientales, centros de estudiantes, grupos juveniles y agrupaciones políticas comenzaron a manifestar especial preocupación al encontrar que empresas poderosas están tomando el control de los bienes, tanto naturales como intelectuales, que históricamente han existido como públicos. Los bienes comunes tienen un rol vital en la existencia de miles de millones de personas: numerosas personas viven y gestionan activamente los bosques y tierras secas, canales de riego y cursos de agua; muchas áreas a veces clasificadas como tierras públicas son en realidad activamente organizadas por sus habitantes, incluso en ocasiones bajo formas de propiedad común.
En Argentina, bienes comunes como el agua se ven amenazados por la megaminería y por la fractura hidráulica —el llamado fracking— como método de extracción petrolífera; el monte sufre la destrucción masiva de bosque nativo para la siembra de soja; la salud del cuerpo humano se ve comprometida con la incorporación alimenticia de sustancias cancerígenas que día a día se utilizan para la producción de lo que comemos.
Los jóvenes y el medioambiente
“Te lo digo, te lo canto: fuera Monsanto”. Así corearon en septiembre de 2014 cientos de jóvenes que acamparon en la localidad cordobesa de Malvinas Argentinas contra la instalación de la planta acondicionamiento de semillas de maíz modificadas genéticamente de la empresa Monsanto. Estas semillas, por un lado, prohíben a los productores volver a plantar con las semillas que entrega la siembra y, por otro, exigen el uso de herbicidas muy potentes, como los tienen al glifosato como principio activo. Investigaciones como la de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud presentada el 20 de marzo de este año aseguran que existen “altas probabilidades” de que esta sustancia cause cáncer en las personas.
El uso de ciertas sustancias está trayendo consecuencias terribles en los lugares que ponen al agronegocio antes que a la vida de los pueblos, como es el caso de los niños y jóvenes que viven en el barrio Ituzaingó anexo, en el sureste de la capital cordobesa. Esta localidad se encuentra muy próxima a campos fumigados: allí viven cinco mil personas, de las cuales doscientas, según los registros de los propios vecinos, padecen cáncer. Cuentan las madres que “hay casos de jóvenes de 18 a 25 años con tumores en la cabeza, o chicos de 22 y 23 años que ya han muerto. Hay más de trece casos de leucemia en niños y jóvenes”. Situaciones similares ocurren en otras localidades. En un reciente informe, el doctor Medardo Ávila Vázquez, de la Facultad de Medicina de Córdoba, tras el relevamiento sanitario hecho en la localidad de Monte Maíz de dicha provincia señaló la relación entre transgénicos y agroquímicos y los altos índices de cáncer y malformaciones presentes allí.
Se hace urgente detener el avance de las semillas genéticamente modificadas y patentadas, como así también frenar el uso de herbicidas tóxicos y comenzar un proceso que revierta esta situación para que nuestro país no tenga su agricultura en manos de unas pocas empresas transnacionales. Debemos replantear la inversión petrolera en las provincias de la Cordillera, donde la extracción del combustible fósil demandará un gran consumo de agua. Hay que reformular el modo en que abordamos la minería en el país, que desde hace más de veinte años ofrece a las transnacionales grandes beneficios, y a la flora y la fauna puros perjuicios.
Abrazar la Madre Tierra
Sin embargo, en medio de este modelo actual de desarrollo que agrava cada vez más las inequidades sociales y pone en riesgo los bienes naturales, la vida en el planeta y los ecosistemas, nada será posible si no replanteamos también nuestro modelo de consumo, que busca que tengamos siempre más cosas de las que necesitamos. Para esto nos puede ayudar el concepto del “buen vivir”: esto es, vivir armónicamente en comunidad, complementándose mutuamente los seres humanos y la naturaleza de la cual formamos parte; expresión que implicó en nuestros antepasados del continente la relación con la Madre Tierra y el cuidado de los bienes naturales. Así podremos planificar un camino de vida en comunidad que sea capaz de alimentar saludablemente desde la producción orgánica, proteger el aire puro, promover la actividad física y repensar la vida en perspectiva de derechos y responsabilidades ciudadanas relacionadas a la diversidad de los bienes comunes. Como menciona la Comisión de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo: “Necesitamos cambios transformadores en nuestros sistemas alimentarios, agrícolas y comerciales con el fin de aumentar la diversidad en las granjas, reducir el uso de fertilizantes y otros insumos, apoyar a los agricultores que trabajan a menor escala y crear sistemas alimentarios locales fuertes”.
Es importante que en nuestros espacios de trabajo juvenil podamos problematizar la situación de despojo de los bienes comunes ambientales y profundizar la transformación social recuperando la reciprocidad del trabajo en las comunidades, aportando a la alimentación sana, promoviendo prácticas de cultivo agroecológico y familiar, priorizando los derechos ambientales, aprovechando el agua y atendiendo a la soberanía nacional.
Por Agustín Fontaine • agustinfontaine@gmail.com
Defender este mundo como una casa de todos
La lucha contra la megaminería en la meseta chubutense
La conciencia de cuidar la naturaleza en la cual vivimos y sobre todo la defensa del agua como un bien natural al que todo ser humano tiene derecho hizo que la población de Esquel, en la provincia de Chubut, dijera en 2002 un rotundo no a la megaminería, donde más del ochenta por ciento de la población se declaró en contra de esta actividad. Desde entonces, los obispos de la Patagonia argentina y chilena han publicado numerosas cartas sobre los bienes comunes amenazados por los proyectos mineros. Diversas organizaciones de pueblos originarios se han unido en la Patagonia, como en otras partes del país, para defender este mundo en que vivimos como una casa de todos. Podemos resumir sus reclamos y denuncias en las afirmaciones que hace el obispo neuquino Virginio Bressanelli en una de sus cartas pastorales:
- Esta minería afecta directamente los derechos de las comunidades aborígenes, alterando su hábitat y poniendo en riesgo su subsistencia centrada en la ganadería ovina y caprina, agrediendo su cultura caracterizada por el respeto a la naturaleza y el amor a la madre tierra como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano.
- La Constitución Nacional, en su artículo 75, establece la participación de los pueblos originarios en la gestión referida a los recursos naturales y demás intereses que los afecten, lo cual impone al Estado el deber de consultarlos obligadamente. Ellos deben ser los responsables y los protagonistas de su modo de vivir, de su cultura y de su destino.
- No podemos seguir esgrimiendo ideas de progreso y desarrollo en desmedro del agotamiento de los recursos humanos y naturales, a cualquier costo, amenazando la vida de futuras generaciones, en una relación de desigualdad e injusticia.
- Es responsabilidad de todos buscar una propuesta de desarrollo alternativo, que incluya la responsabilidad por una ecología natural y humana, superando la lógica utilitarista e individualista, donde los poderes económicos, tecnológicos y políticos no se someten a criterios éticos.
Resumiendo las coincidencias de las distintas organizaciones que defienden “esta atierra patagónica bendecida por Dios”, podemos decir que:
- No están en contra de la minería que respete la naturaleza; los bienes comunes y los derechos de las personas y pueblos afectados por la actividad; se realice con la debida licencia social y donde los comunidades de los pueblos originarios afectados, puedan participar de la gestión y de los beneficios obtenidos.
- Si están en contra de la megaminería extractiva donde las grandes empresas multinacionales emplean buscan obtener el mayor beneficio con el menor costo, explotando a las personas con contratos laborales a término; buscando cierto consenso social a través de dádivas y de falsas promesas, dividiendo a las comunidades; atropellando el derecho de los pueblos originarios; corrompiendo el poder político mediante grandes sumas de dinero; contaminando el agua, el aire y la tierra usando químicos venenosos; llevándose enormes ganancias al exterior a cambio de exiguos beneficios para el lugar; gestionando proyectos con fondos de la Provincia o de la Nación a favor de los pobladores, como si fueran mérito propio; presionando para desarrollar la actividad en aquellos lugares y comunidades donde haya poca gente y no esté organizada.
Por David García, misionero salesiano en la Patagonia