Depresión, ansiedad y cansancio se cruzan con la obligación social de hacer y disfrutar todo.
Alguna vez oí decir que la atención se centra en aquello que convoca su interés. Si se me pincha un neumático, seguro estaré especialmente atento a encontrar una gomería cerca. No sé si es una percepción sesgada, pero lo cierto es que con mayor frecuencia me encuentro con situaciones en las que alguien me comparte su cansancio, su tedio y su saturación. Ni que decir de las dolencias físicas, psicológicas y las innumerables licencias médicas en el ámbito laboral.
El stress que acarrean los modos de transitar los trabajos y las instituciones pareciera cada vez mayor y más complejo. Las relaciones y el cuidado de los vínculos; las exigencias administrativas y de procedimientos; los esfuerzos por cubrir las obligaciones contraídas o la mera supervivencia se dan la mano con el mandato a disfrutarlo todo, elegirlo todo, saberlo todo, participar en todo.
Poder hacerlo todo
Queremos saber detalles de la última serie, hacer la nueva capacitación de ese tema que nos interesa, tener organizada la actividad que planificamos en el trabajo, visitar a ese amigo que hace tiempo no vemos, hacer ejercicio, empezar la dieta, leer el último “estado” de nuestros contactos…
El sentido de “vértigo” con que se vive el día a día y el mandato a tener que poder hacerlo todo van erosionando los bordes del alma; la cual, desgajada, reclama un trato mejor. La obligación por el rendimiento se transforma así en su sutil emboscada.
Por su parte, el tiempo social, político y económico —con su aparato amplificador de la mano de los medios masivos de comunicación— nos refuerza permanentemente la idea del “país que no fuimos”, por responsabilidad de nosotros mismos, contribuyendo a la creación de un sentido de frustración e impotencia acerca de lo que podemos llegar a ser y no somos.
Detrás de esto, o mejor dicho por delante, se encuentran las banderas enarboladas por la sociedad de consumo y su “zanahoria”: mediante la apropiación de determinados bienes, accederemos a la felicidad. El “combo” se completa con la idea incuestionable de que tener dinero equivale a ser considerados personas exitosas.
No es en la multitud de actividades donde suele se encontrar el sentido de las cosas.
No siempre más es más
Pero también hay otros mandamientos: los de “elegí todo”, “descubrí nuevas experiencias”, “seguí disfrutando todo lo que más te gusta”, “acá podés” ¿Quién podría sustraerse de ellos? La publicidad de una de las plataformas de viajes colaborativos nos muestra “personas felices” que eligen, aparte de todo lo hacen en su día a día, sumar unas horitas más de trabajo, “manejando sus propios tiempos, siendo sus propios jefes, conduciendo sus propios autos”. Una profunda ironía atraviesa todo el discurso: autoexplotación, falta de elección verdadera, precariedad laboral, en nombre del emprendedurismo y el progreso personal.
Estas invitaciones a la “elección de todo” funcionan en la actualidad de la misma forma en la que alguna vez lo hicieron los mandatos, prohibiciones y leyes; salvo que ahora vestidos de otros ropajes del color de los deseos.
Sobrecargarnos de ocupaciones no siempre nos ha redundado en un bienestar mejor, y sin duda no es en la multitud de experiencias o actividades en las que el sentido nos encontró plenamente allí. La excesiva actividad sin pausas, la búsqueda de rendimiento en todo lo que hacemos o emprendemos puede llevarnos a un agotamiento que requerirá de otros estímulos para que podamos seguir.
Como suele decir un amigo, “no siempre más es más”, invitándome a pensar a qué ocupaciones le entrego mis energías y mi pasión, buscando encontrar la forma de vivir un “hacer” que no me aísle, fragmente y agote. Un “hacer” que me canse pero que me deje contento, contenido, como algunas veces nos suele regalar la vida.
La sociedad del cansancio
Byung-Chul Han, filósofo y ensayista, desarrolla en el libro La sociedad del cansancio un planteo que nos deja con muchas preguntas. Dice que cada época presenta enfermedades emblemáticas. Sostiene que hoy los padecimientos ya no son producto de virus o bacterias, como los que acechaban las sociedades de antaño, sino de otro orden.
Depresión, ansiedad, burnout y otros diagnósticos se relacionan íntimamente con la obligación del rendimiento, del poderlo todo, la autodisciplina y el hacer permanente; transformándose en nuevas cárceles sociales. Dirá que los imperativos de la sociedad del rendimiento conducen al rendimiento sin rendimiento, a la actividad sin pausas, del cansancio agotador que aísla y fragmenta, destruyendo toda comunidad y cercanía.
Busquemos un “hacer” que canse pero que nos deje contentos, contenidos, como algunas veces nos regala la vida.
Llamados a dejar huella en el barro
En los relatos de la creación del Antiguo Testamento, un Dios industrioso y trabajador realiza su “gran obra” alternando trabajo y descanso, tomando distancia de lo realizado, contemplándolo, disfrutándolo. Un Dios artesano, alfarero, modela al ser humano con un poco de barro, soplando sobre él “aliento de vida”. Desde entonces, como indica Thomas Moore en El ciudadano del alma, la mano trabajadora de toda persona “deja en su hacer pedazos de piel y de carne de dimensiones microscópicas, humaniza e infunde alma al trabajo realizado”.
Y así, el trabajo nos trabaja, nos dignifica, nos desafía a crecer entregando lo mejor de nosotros mismos. Recordar esta clave en nuestros modos de trabajar no sólo nos ayuda a crecer en lo personal, sino que, en el lugar y tarea que realicemos, ayudaremos a crecer a las personas y contribuiremos a la construcción de un mundo algo mejor. •
Por Agustín Camiletti, sdb • acamiletti@donbosco.org.ar
BOLETÍN SALESIANO – NOVIEMBRE 2019