Apuntes de viaje de la JMJ Río 2013
Los días de la Jornada Mundial de la Juventud abundaron en comentarios sobre la cantidad de gente, las motivaciones que inspiraban a los jóvenes, y sobre todo de los dichos y gestos del papa Francisco.
¿Qué mensaje nos deja para el día a día de nuestras comunidades locales? ¿Qué nos transmite un evento de fe que reúne a tantos jóvenes? Quedarnos con las frases y escenas más vistosas, con los “fuegos de artificio”, puede ser una posibilidad, como así también enriquecernos con la experiencia de los que allí estuvieron. Compartimos los testimonios de quienes, provenientes de distintas obras salesianas de nuestro país, participaron de un encuentro que invitó a ir para ser enviados.
Una que sabemos todos: “Y allí estábamos, dos millones de jóvenes cantando ‘Alma misionera’ en todos los idiomas que el mundo pueda conocer y a una voz unísona que, de no ser por el sonido de las olas del mar que ensalzaban el entorno, podría jurar que se trataba de un coro preparado para aquel momento, y que sonaba de tal manera que hasta mi piel erizada hablaba. Aquella multitud, nosotros, ellos y yo, éramos jóvenes llegados de tantas partes del mundo, dispuestos a iniciar la Jornada Mundial de la Juventud”.
Transpirando la camiseta: “La lluvia constante, las duchas rápidas, el desayuno ligero, los viajes apretados en colectivo, la búsqueda del mejor lugar para los eventos y la noción de que éramos millones fueron razones suficientes para entrar en ambiente. Los salesianos de todas partes del mundo, desde Canadá a la Patagonia y desde Perú a Corea del Sur, nos hospedamos en el colegio salesiano de Santa Rosa, en el barrio de Niterói. El ‘Salesiano’, como le decían cariñosamente, vivió un ambiente festivo colosal entre cantos, dinámicas y juegos en varios idiomas, donde el fervor por Don Bosco se reconocía a la distancia. A las nueve, después de un desayuno rápido, nos juntábamos en el gimnasio para la catequesis y compartir la misa al mediodía. Al terminar la misa, tomábamos un colectivo, una barca para cruzar la bahía de Guanabara y después el subte hasta la estación Botafogo, donde caminábamos largas cuadras hasta el epicentro de la jornada, la playa de Copacabana”.
Para los íntimos: “Fue aquel primer día cuando escuchamos que Francisco había pedido un espacio para compartir con los argentinos. Quería hablarnos a nosotros, frente a frente. Si hasta entonces todo había sido intenso, esto acrecentaba la ansiedad y el júbilo. El lugar elegido: la catedral de Río de Janeiro, donde podrían entrar solamente cinco mil compatriotas. A pesar de varias horas de espera en la fila, no pudimos entrar. Sin embargo, los ánimos no cedieron y desde aquella valla humana en una calle cercana a la catedral saludamos al Papa con todo el fervor argentino”.
Hasta que salga el sol: “Los días siguientes cambiamos de estrategia, un almuerzo raudo y directo a Copacabana para encontrar los mejores lugares. Esta vez, Francisco iba a presidir el Vía Crucis. En aquella inmensa playa carioca las banderas argentinas ondeaban por doquier, el castellano se escuchaba en todas las esquinas y los curiosos se acercaban para saborear el mate, lo mismo que tomaba el Papa, quien aquella tarde nos dijo: ‘Jesús recorre las calles con su cruz para cargar con sus miedos’. Sus palabras, entre portugués y español, eran profundas, pero de una sencillez maravillosa que hacía a la multitud aplaudir, saltar y demostrar de modos diversos aquella alegría que era imposible no expresar”.
Un mar de gente: “En aquel lugar, desde donde podíamos ver entre los edificios un Cristo Redentor en la cima del Corcovado, el Santo Padre habló nuestro lenguaje, nos habló de Jesús con las palabras más sabias y sencillas, nos dijo que confiaba en nosotros, que la Iglesia confiaba en nosotros para construir un futuro. ‘Vayan sin miedo para servir’, dijo Francisco con voz firme, haciendo que nuestra felicidad fuera imposible de ocultar en aquel mismo lugar donde, bajo la lluvia, habíamos iniciado nuestra experiencia y donde ahora éramos enviados a evangelizar, en todas las lenguas allí presentes, a todos los pueblos”.
ADN salesiano: “En el encuentro continental del MJS, en Niterói, pude encontrarme con miles de jóvenes con los que compartimos la pasión por el trabajo pastoral de Don Bosco y nuestro ‘ADN’ salesiano. Allí compartimos la misa con el Rector Mayor Don Pascual Chávez, y la Madre Superiora Ivonne Reungoat. Pudimos disfrutar del excelente musical de los jóvenes y salesianos de la inspectoría Argentina Norte, y más allá de que la lluvia nos refrescó la tarde, no fue capaz de apagarnos la alegría de la fiesta en familia. A la noche cerramos con las tradicionales buenas noches con las palabras de Pascual y de Ivonne y nos preparamos para participar de lleno en la Jornada Mundial de la Juventud”.
Lo que me dejó: “Fui a la JMJ sin saber qué era lo que me esperaba, o qué era lo que buscaba. Pero volví convencido de que no fueron meros ‘fuegos de artificio, finalizados en sí mismos’. Pude encontrarme con jóvenes como yo, que hace tiempo venimos caminando en la fe, preguntándonos qué espera Dios de nosotros, encontrar respuestas y renovar mis preguntas; y recargar las fuerzas para entre todos seguir construyendo el nuevo reino, la civilización del amor”.
Con alma misionera: “Durante la semana misionera estuvimos en una ‘cuasi-parroquia’ del barrio Engenho Pequeno en la ciudad de São Gonçalo, estado de Río de Janeiro. Fue una experiencia que significó para muchos de nosotros abrirnos a la realidad de lo cotidiano, pero de manera renovada: las familias que nos recibieron abrieron no sólo las puertas de sus casas, sino la intimidad de sus familias, el calor de hogar y el corazón de hermanos en la fe. Nos estaban esperando como se espera a un familiar muy querido, incluso habiendo arreglado y pintado la casa o incomodándose ellos para que nosotros estuviésemos cómodos. Compartimos la realidad cultural, social, eclesial y pastoral de nuestros respectivos lugares, ya que además de nosotros, también había un grupo de peregrinos de México y otro de Brasilia”.
Pulgares arriba: “Los momentos fuertes estuvieron marcados principalmente por la frescura, el entusiasmo y la energía que provenían de las palabras de nuestro querido papa Francisco, quien se encargó de darle siempre un toque de interioridad y oración a un evento que, por ser tan masivo, corría el riesgo de perderse en el ruido y el entusiasmo por verlo a él. Un reflejo de esto fue el silencio total que se produjo en la playa de Copacabana, donde estábamos presentes más de tres millones de personas para la Vigilia, cuando Francisco nos invitó a adorar a Jesús Eucaristía.
La experiencia de compartir estos momentos reafirmó en nosotros la convicción de que no estamos solos buscando vivir la locura de la fe con entusiasmo juvenil, sino que somos muchos los enamorados de Jesús y su causa, pero que a su vez no serviría de nada haber participado de un evento tan grande si en lo cotidiano de nuestras vidas no buscáramos establecer los mismos lazos, acrecentar nuestra entrega y profundizar nuestra vida de discípulos misioneros”.
Testimonios: Renzo Aguirre, Maiccol Araneda, Héctor Arismende, sdb, Romina Herrera, Federico Poldi, Guy San Pedro, José Luis Sánchez y Juan José Santander.