Me llamo Juan Bautista Baccino

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¡Cómo lloramos ese día cuando el barco ya estaba por partir! Veía a Don Bosco muy emocionado y me lloré todo. Tanto que hasta en un momento él me preguntó si estaba arrepentido de la decisión de viajar a América. Le dije que de ningún modo. Que eran lágrimas de alegría y de emoción, pero no de arrepentimiento. Y que, si la decisión no hubiera estado tomada, estaría allí mismo rogándole que me dejara partir con los otros nueve misioneros. ¡Pensar que íbamos a ser los primeros salesianos en cruzar el océano, para hacer realidad el sueño de Don Bosco de llegar hasta la Patagonia!

Yo mismo desde chico había soñado con ser misionero, con entregar todo mi corazón a Dios e incluso morir mártir en tierras lejanas. Pero vivíamos en el campo y éramos muy pobres. Apenas si pude terminar la escuela primaria porque mi familia me necesitaba para trabajar en la cosecha. Recién a los veinticuatro y gracias a un proyecto genial de Don Bosco para muchachos como yo que no habían podido estudiar antes, retomé los libros con el deseo de entregar mi vida a Dios. Cinco años después fui ordenado sacerdote. Y en tres más, me ofrecí para partir con el primer grupo de misioneros. En el barco fuimos estudiando español y enseguida empezamos el oratorio.

Buenos Aires nos sorprendió con sus casas bajas, sus calles rectas y la llanura interminable. Y también con la cantidad de italianos que vivían allí, casi todos jóvenes. Mientras la mayor parte de nuestro grupo siguió viaje hasta San Nicolás de los Arroyos para iniciar la primera escuela salesiana de América, a mí me tocó hacerme cargo de la iglesia de los italianos dedicada a la Mater Misericordiae. Ahí a la vuelta está hoy el Congreso de la Nación pero en aquellos tiempos ese era el límite de la ciudad , donde empezaban las quintas.

A las seis de la mañana ya estaba en la iglesia confesando. Todos los italianos de la ciudad querían venir a conocernos y a charlar con nosotros. Y especialmente los jóvenes, que después se quedaban hasta la noche y no querían volver a casa. Algunos venían de los campos de hasta cien o doscientos kilómetros. Por momentos se decía que en la iglesia de los italianos ya había más jóvenes que en todas las catorce parroquias de la ciudad. Ellos empezaron a considerarme como un padre y los viejos como un hijo. Claro que hay amores que matan, como se dice, y había días que no tenía tiempo ni para comer. Todos los enfermos querían que fuera a visitarlos, especialmente los italianos. Cuando me veían salir, los jóvenes me seguían por la calle y se iban conmigo. En ese tiempo escribí a los salesianos de Turín, medio en broma y medio en serio, diciendo: “acá hay trabajo para cien, vengan pronto, que estos argentinos me matan”.

Y fue justo en los días en que el arzobispo de Buenos Aires llegó a visitar por primera vez a Don Bosco en el oratorio de Valdocco y a agradecerle el envío de sus misioneros, que yo me descompuse, agotado, aunque pensé que era uno más de aquellos cólicos que ya había tenido en otras ocasiones. Pero esa vez fue mucho peor. 

A lo mejor, de aquella lista de consejos que Don Bosco nos dio a los primeros misioneros a la hora de partir, no había prestado la suficiente atención al que decía: “cuiden la salud, trabajen, pero sólo lo que les permitan sus fuerzas”. O será que me confié demasiado en sus últimas palabras de ese día, cuando dijo: “no olvidemos, en las fatigas y en los sufrimientos, que nos espera un gran premio en el cielo. Amén”.


Juan Bautista Baccino nació en 1843 en Giusvalla, cerca de Savona, Italia. A los veinticuatro años se hizo salesiano y retomó los estudios gracias a lo que Don Bosco llamó la Obra de María Auxiliadora para las vocaciones adultas. En 1872 fue ordenado sacerdote en Lanzo, cerca de Turín. En 1875 integró la primera expedición misionera salesiana que partió el 11 de noviembre del puerto de Génova y desembarcó en Buenos Aires el 14 de diciembre. En esa ciudad murió repentinamente después de unos terribles cólicos, en la madrugada del 14 de junio de 1877. Tenía 34 años. Fue el primer salesiano fallecido en América. El padre José Vespignani, que lo sucedió en la misión y fue después por muchos años superior salesiano en la Argentina escribió de él: “Baccino fue el verdadero héroe de aquellos días iniciales”.

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