Valores en juego

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A pesar del espectáculo que muchas veces rodea a la práctica profesional, el juego y el deporte siguen siendo un recurso clave para la formación de chicos y jóvenes.

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El deporte goza de una gran aceptación social, y nuestro país no escapa de eso. Presente en la escuela, los clubes, los medios, las iglesias y otras organizaciones sociales, muchas veces se transforma en tema de debate nacional. Incluso, dependiendo la ocasión, algunos deportistas son idolatrados hasta el punto de ser llevados a monumentos, o bien condenados para siempre al olvido.

Los Juegos Olímpicos representan, por su historia y alcance mundial, uno de los eventos más importantes del planeta. Durante el mes de agosto, deportistas de todas las nacionalidades conviven y compiten en diferentes disciplinas. Mientras tanto, y como sucede diariamente, la calle, la plaza, el patio, la cancha y la pileta se vuelven escenarios más que propicios para jugar y practicar algún deporte.

De valores y contradicciones

Cuando pensamos en el deporte, enseguida resuenan en nuestra mente viejas frases que tratan de reforzar sus valores: “el deporte es salud” o “mente sana en cuerpo sano” son algunas. Pero si nos detenemos a pensar, varias contradicciones se asoman en el horizonte del deporte, sobre todo a nivel profesional.

deporte_04Sin ir más lejos, por ejemplo, cómo conciliar la salud con algunas prácticas de la medicina del deporte, como las infiltraciones para volver a jugar, o con las temporadas plagadas de competencias, que se vuelven cada vez más “lesionantes”. ¿Cómo se entiende “mente sana en cuerpo sano” cuando las prácticas de doping son una constante del alto rendimiento?

Por otra parte, sabemos que el compañerismo es otro valor que se desarrolla en la práctica deportiva. Muchos padres impulsan a sus hijos a hacer deporte buscando un buen espacio de acompañamiento y sana competencia. Y lo encuentran. Sin embargo, en el deporte de élite, se hace difícil comprender algunas historias de traiciones entre compañeros de equipo, o los “bloqueos” de los planteles a las llegadas de ciertos jugadores.

Lo mismo ocurre con los valores de la igualdad, con jugadores de primer nivel que reciben escandalosas sumas millonarias que no resisten el menor análisis crítico desde la justicia social. ¿Cómo creer en el llamado “juego limpio” cuando los goles con la mano son un “clásico” del futbol festejado por todos? Podemos también cuestionar la selección de lo que se considera deporte “olímpico”, intuyendo que la misma responde a motivos políticos y a una increíble máquina de mercado que está por detrás.

Por otra parte, los detractores del deporte encuentran también en él la encarnación de una sociedad fuertemente competitiva, la fascinación por la supremacía del mejor y el desprecio por el débil; el refuerzo de sentimientos falsamente nacionalistas y una fuente de violencia.

Salvemos aquí al juego y al deporte de las estrategias políticas, el circo mediático y los intereses de mercado. Tomando distancia de posturas idealizadas, revisemos si podemos hallar en ellos algún valor para la tarea educativa y pastoral.

¿Juego o deporte?

deporte_02Todos los deportes son juegos, pero no todos los juegos son deportes. Los juegos, siguiendo la clasificación de Roger Caillois, se pueden clasificar en cuatro grandes categorías: simulacro —imitación, teatro, juegos de rol—, competencia y oposición —básquet, fútbol, lucha—, vértigo —rafting, paracaídas— y azar —dados, juegos de cartas—. Los deportes son juegos competitivos que han alcanzado cierta popularidad internacional, constancia en el tiempo, requieren de ciertas destrezas motrices y son reconocidos por instituciones que los organizan.

El juego rompe con el ritmo de la vida cotidiana. Cuando nos entregamos a él con pasión es como si estuviéramos fuera del espacio y del tiempo, permitiéndonos ser por un momento algo distinto a lo realmente somos. El juego exige creencia y aceptación libre: de lo contrario, no hay juego.

Todos los deportes son juegos, pero no todos los juegos son deportes. Se pueden clasificar en cuatro categorías: simulacro, competencia y oposición, vértigo y azar.

Asimismo, siguiendo a Norbert Elias, a lo largo de la historia el deporte ha servido para controlar impulsos y equilibrar tensiones. Este sociólogo hace una analogía del deporte como “lucha fingida”, con un fuerte componente de catarsis. Las tensiones entre los grupos son vistas en general como algo malo o peligroso: un deporte es una forma de organizar esa tensión.

Otros autores argumentan que en el juego y el deporte existe una competencia positiva y otra negativa. Mientras algunos señalan que la competencia de por sí es mala —porque la victoria de uno significa la derrota de alguien más—, otros tienen en cuenta la riqueza educativa que tiene perder. Por otra parte, numerosas experiencias de deporte e inclusión continúan mostrando que se trata de una herramienta importante en contextos populares. Bien utilizados, el juego y aún el deporte se convierten en un poderoso recurso educativo.

Donde los chicos se le juegan

De distintas maneras, todas estas consideraciones llegan al ámbito educativo: en los sueños de campeón de los chicos con sus botines nuevos; “en las pruebas de los clubes”, a las que se someten con tremenda obediencia; en lo que ven en los medios cuando llegan los grandes eventos o en sus juegos en los recreos para estar con amigos.

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Una gran cantidad de niños y jóvenes ponen todo su ser en el juego como no lo hacen en ninguna otra actividad. Tanto los más chicos como los adolescentes juegan mucho más de los que nosotros solemos ver. Juegan y se juegan. Ponen su autoestima, se miden a sí mismos y luchan, con alegrías y tristezas. En cada jugada en que les toca participar reciben la aprobación o la desaprobación de sus compañeros, lo que puede ser de tremenda importancia. Y quienes más sufren son aquellos que menos destreza tienen, que en un círculo vicioso se alejan de la práctica de actividades para las cuales ya fueron juzgados. Muchas veces, cierta idea de “talento” recae en el deporte y simplifica la realidad, clasificando a los chicos en aptos y no aptos, según sus habilidades. Quienes más sufren por estar fuera del podio de los elogios son quienes más necesitan el estímulo del educador para descubrir que sí pueden.

El juego rompe con el ritmo de la vida cotidiana. Cuando nos entregamos a él con pasión es como si estuviéramos fuera del espacio y del tiempo

En el juego se manifiestan los roles y los vínculos al interior de cada grupo y las personalidades de cada uno de sus miembros. Chicos y chicas aceptan indicaciones, se rebelan y se angustian si no les pasan la pelota, porque saben que significa que no son tenidos en cuenta —aunque les digamos que “es sólo un partido”—. A veces no pueden respetar las reglas o terminar un partido completo. Está el que juega sólo o el que prefiere hacer un caño a hacer un gol; y también quienes, al terminar una buena jugada, son sorprendidos buscando con la mirada a “ella” o a “él”. Todo esto nos habla de actitudes que se expresan en el juego, pero que a la vez lo superan.

Don Bosco fue sin dudas un maestro del juego y la recreación. Sentenciará en su Carta de Roma, de 1884: “El maestro al cual sólo se ve en la cátedra es un maestro y nada más, pero si participa también del recreo de los jóvenes se convierte en hermano”. Desde la pedagogía de Don Bosco, la presencia en los juegos de los chicos y chicas ha sido una clave del sistema preventivo para poder conocer lo que otros espacios no permiten. En los juegos, y en especial en los deportivos, los chicos exponen sus destrezas. Es el lugar para identificar los roles y la dinámica vincular, para desde ahí intervenir educativamente, durante el juego o después de él.

 Aprovechar un recurso clave

En ocasiones, frente a la planificación de actividades los educadores suelen contraponer los momentos para referirse al juego y el deporte, instalando toda una “economía del tiempo” para negociar con los jóvenes: “primero hacemos esta actividad y luego pueden ir a jugar un rato a la pelota”. Los chicos entienden rápido que tienen que prestarse al momento “de reflexión”—que le interesa al adulto— para luego recibir el “premio” de jugar a lo que a ellos les interesa.

Desde la pedagogía de Don Bosco, la presencia en los juegos de los chicos y chicas ha sido una clave del sistema preventivo para poder conocer lo que otros espacios no permiten.

A la hora de proponer actividades, ayunemos de estas oposiciones que no nos convienen: “un rato de esto si quieren aquello” lo único que logra es que los chicos sientan que hay que “pagar un precio”. Hagamos más lúdicas todas las actividades y compartamos con ellos el gusto por todo el tiempo que estamos juntos. Y al pensarlas, hagámoslo desde ellos. Conocer qué habilidades tienen nos permitirá buscar competencias o juegos que hagan que se luzcan todos, sobre todo aquellos que más necesitamos acompañar.

¿Se trata de evitar los juegos competitivos para que no peleen, o de zambullirnos en ellos para convertirlos en una oportunidad para el trabajo pedagógico de modelar la conducta? ¿Dónde nos encontramos los educadores mientras ellos largan el alma en el patio?

Armemos los equipos, propongamos otros modos de jugar, reflexionemos con ellos y hagamos que se hagan cargo del juego. Modifiquemos las reglas según necesitemos. Aprovechemos los equipos para generar identidades de grupo que favorezcan vínculos que por sí mismos sean de acompañamiento. Instalemos valoraciones desde una ética del Evangelio y afinemos el ojo para devolver avances sin mezquinar elogios.

En cierta ocasión, una educadora me dijo: “Te vi jugar en el patio. Encará la vida como encarás a los adversarios”. Estar allí, valorando pero también marcando aquellas actitudes que “no van”, sabiendo hacer lugar en nuestras congestionadas agendas para el tiempo entre los chicos nos permitirá hacer del juego y el deporte no sólo ocasionales tema de debate, sino escenarios educativos privilegiados.

Por Ignacio Mássimo • imassimo@donbosco.org.ar

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