El consumo excesivo de alcohol se convirtió en algo habitual y generalizado, especialmente problemático entre jóvenes y adolescentes, hasta el punto de poner en riesgo su vida. La importancia de la comunicación y el rol de los adultos.
Según un estudio de Sedronar realizado durante el 2014 a más de cien mil alumnos de entre 13 y 18 años de nivel medio de Argentina, el 60% de los adolescentes habían tomado alcohol en el último año, siendo esta la sustancia psicoactiva más consumida por los estudiantes de todo el país. Y aunque el nivel de consumo se incrementa con la edad —con varones y mujeres tomando a la par—, la mitad de los jóvenes de 14 años o menos ya han tomado alguna bebida alcohólica. De todos modos, este panorama podría no ser más que un reflejo de la relación que los adultos establecen con las sustancias en general, y con el alcohol en particular: en su último informe sobre narcotráfico y adicciones, presentado en marzo de 2016, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina menciona que el 10 por ciento del total de la población de entre 18 y 64 años tiene un consumo riesgoso de alcohol.
«En Argentina, el 70 por ciento de las muertes en personas de 13 a 18 años es a causa del alcohol y de sus efectos colaterales».
Juan Pablo Berra es docente y cuenta con casi treinta años de experiencia en el campo de las adicciones. Junto a Inés Gramajo llevan adelante la propuesta de los EPPA, Equipos promotores de prevención de adicciones. Sobre este tema, su diagnóstico no deja lugar a dudas: “El problema del alcohol es grave, y está muy presente en nuestra cultura. En Argentina es la principal causa de muerte entre las personas de 13 a 18 años. El 70 por ciento de los jóvenes que mueren en nuestro país lo hacen a causa del alcohol y de sus efectos colaterales —accidentes de tránsito, hechos de violencia—; una muerte totalmente evitable”. Dos factores novedosos y alarmantes se suman a esta escena, ya de por sí complicada: por un lado la masividad de esta práctica, y por el otro, la edad de inicio de consumo que no deja de bajar; según Sedronar, ubicada entre los 13 y 14 años, con un significativo porcentaje comenzando a los 12 o menos. “Al iniciarse con el alcohol a edades cada vez más tempranas —insiste el especialista— los adolescentes tienden a probar sustancias más fuertes de más chicos. El consumo habitual de marihuana está totalmente instalado durante el secundario, entre otras cosas para diferenciarse de los más chicos, que están consumiendo alcohol en gran cantidad”.
Consumo cuidado
Según el ministerio de Salud de la Nación, uno de los mayores problemas frente al consumo de alcohol es la ingesta episódica excesiva en el grupo de 15 a 30 años, frente a un modelo tradicional de ingestión regular de vino vinculado a la alimentación.
En ese sentido, Berra plantea que es importante diferenciar la adicción —entendida como una fuerte dependencia de la sustancia— del consumo problemático, concepto que introduce la Ley Nacional de Salud mental sancionada en 2010: “Se denomina así porque justamente afecta al proyecto de vida, a la salud. En síntesis, lo que plantea muy inteligentemente la ley es que el problema de fondo no está en el alcohol o en las drogas, sino en el vínculo que se establece con la sustancia; qué le estoy pidiendo a la sustancia que no me está dando mi vida vincular”.
Esta situación de soledad se ve complejizada por la ausencia de rituales o prácticas sociales que les permitan a los adolescentes diferenciarse del resto de la sociedad. Entonces, según Berra, “primerea la industria del consumo, que se las ingenia de todas las maneras posibles para ir generando espacios donde estén presentes el alcohol en primer lugar, y el descontrol como consecuencia”. Las preocupaciones de muchos especialistas se concentran en las consecuencias que les pueda traer a los adolescentes la pérdida de conciencia provocada por el alcohol, como pueden ser los embarazos no deseados, los accidentes de tránsito, el contagio de enfermedades de transmisión sexual o el coma alcohólico —de enorme riesgo para la salud—.
Para Berra, situaciones como los festejos de “el último primer día”, o los excesos en los viajes de fin de curso, no son más que un llamado a gritos a la creatividad de los adultos para convocar a los jóvenes y hacerlos protagonistas y responsables.
Hablemos de esto
El consumo problemático de alcohol en jóvenes —muchas veces soslayado frente a la creciente penetración de las drogas, juzgada como más preocupante— es un tema sobre el que muchos educadores, padres y adultos en general suelen expresarse con determinación y contundencia; pero pocas veces se dedica tiempo a escuchar y dialogar al respecto. Justamente, éste es el planteo de Berra: “Una de las causas de cualquier consumo problemático es que hay un déficit en la comunicación. No hay posibilidad de expresar los propios sentimientos y revelar las propias necesidades y deseos. Cuando esta posibilidad no está en los vínculos primarios, se recurre a un ámbito en el cual se lo pueda experimentar. Todas las sustancias producen tres efectos: el efecto depresor, anestesiante; el efecto de ilusión, de irme de la realidad; y el efecto estimulante. Si estos efectos placenteros no se encuentran en el vínculo con las personas, se los va a buscar en sustancias u objetos que los hagan experimentar”.
«Cada familia puede resolver las cosas de manera diferente. Lo que no es negociable es no hablarlo, no hacer el ejercicio de poner un marco».
Formas de estar
¿Existen experiencias positivas en el abordaje de esta temática, o simplemente forma parte de la cultura actual y hay que limitarse a aceptarlo? Al momento de sintetizar este panorama que se presenta desolador, Berra resume esta problemática con una contundencia admirable: “El gran problema sigue siendo la ausencia de los padres; una mezcla de deserción, de cansancio, de bajar los brazos. Esta es la madre de todas las batallas y hay que jugarla”.
Desde el año 2000, Berra realiza con su equipo diversas tareas de prevención intentando dar respuesta al consumo problemático de sustancias, fundamentalmente a través de la escucha. Partiendo de entender que hay distintos niveles de comunicación entre las personas —que Berra desarrolla en un libro de su autoría, Los siete niveles de la comunicación, de Editorial SB—, el equipo busca formar a jóvenes y adultos en una mayor profundidad de las relaciones humanas, intentando pasar de una mera transmisión de información a una sincera expresión de los deseos, necesidades y sentimientos más profundos.
La experiencia de todos estos años de trabajo le permite afirmar que los adultos no han sido preparados ni educados para responder a los desafíos de este tiempo. “Pero tenemos mucho para aprender —afirma—, y una responsabilidad indelegable de velar por la salud de nuestros hijos, cuidar que puedan sostener la vida y que la puedan vivir en plenitud, para lo cual lo primero y principal es escucharlos, estar muy atentos y hablar con ellos. Esto que parece una obviedad absoluta, entre el cansancio, el trabajo, la falta de tiempo, las exigencias laborales y demás tareas no es ni tan obvio, ni tan fácil. Hemos demostrado que quien vive a fondo la comunicación necesita muchas menos sustancias y objetos que digan por uno lo que se puede decir a través de palabras y gestos”. Berra pone como ejemplo a los equipos de “jóvenes escuchas”, alumnos de los últimos años del secundario que capacitan para hacer tareas de prevención entre los chicos más chicos.
Compartir experiencias
Sin embargo, el especialista deja en claro que el diálogo no debe ser solamente entre padres e hijos, sino también entre los propios adultos, que frente a chicos y jóvenes conectados y en permanente interacción física y virtual, se encuentran aislados entre sí y sin poder compartir experiencias de abordaje de las situaciones, acuerdos y herramientas: “En nuestro país tenemos rota la red de vínculos, pareciera que cada uno va sobreviviendo como puede en su propia casa, desconectado de los otros; y los adolescentes hacen uso de esta soledad en la cual todos estamos sumergidos. Una tarea fundamental que hacemos con nuestro equipo es ayudar a que los padres se puedan encontrar en espacios de calidad para conversar y acordar entre sí. Cada familia puede resolver las cosas de manera diferente. Lo que yo diría que no es negociable es no hablarlo, no hacer el ejercicio de poner un marco, de fijar límites. Y si se trasgrede lo que se acordó, también hay consecuencias. Acá está lo más importante, entendiendo que el alcoholismo está considerado una enfermedad pediátrica, y que hasta los 14 años el organismo carece de la enzima necesaria para degradar el alcohol”.
«Lo que yo diría que no es negociable es no hablarlo, no hacer el ejercicio de poner un marco, de fijar límites».
Lo importante es empezar
La escuela tampoco puede quedar excluida al momento de pensar cómo abordar esta problemática, ya que por ser una de las instituciones donde los jóvenes más tiempo permanecen, tiene una responsabilidad y un potencial ineludible, a pesar de estar constantemente asediada por demandas de toda índole. Así lo entiende Berra, quien asegura que la escuela “tiene el enorme desafío y responsabilidad de hacerse cargo de estos gritos que provienen de los jóvenes, de los padres y de los docentes. Posiblemente ninguna otra institución este tan preparada para convertir este gran problema en una oportunidad de transformación”.
Confiado, tranquilo y optimista, así se expresa Juan Pablo cada vez que aborda esta temática donde a fuerza de trabajo, experiencia y estudio se transformó en una voz más que autorizada: “Este es un tiempo donde se nos reclaman propuestas mejores. Toca bailar con esto y lo podemos convertir en una oportunidad de mayor encuentro. El mensaje es personal, uno no puede estar afuera de alguna propuesta de prevención, no podemos esperar que vengan otros y hagan algo por nosotros o por nuestros jóvenes. En todo caso, gracias a nosotros los otros vendrán a sumarse”.
Por Santiago Valdemoros y Ezequiel Herrero • Boletín Salesiano de Argentina
Abril 2016