La autora invita a transitar este tiempo “nada común”. A vivir la Cuaresma de manera intensa, como discípulos de Jesús que lo acompañan en su entrega por amor, en su Muerte y Resurrección, compartiendo “sus opciones y su suerte”.
Hace poco volví de una experiencia increíble: la escuela de animadores del Movimiento Juvenil Salesiano en Tandil. Increíble por la capacidad de entrega, de servicio, de alegría compartida; en los encuentros, en los abrazos, en cada espacio de oración personal, de comunidad y de fiesta. El lema que se eligió fue “conmovernos-comprometernos”. Te lo comparto, porque me parece muy oportuno para pensar este tiempo de Cuaresma que iremos transitando.
Conmoverse
¿Con qué? ¿Con quiénes? Con la realidad, con tantas personas que hoy la están pasando mal, que viven en el desamparo de la incertidumbre, de remarla y sentir que las fuerzas decaen. Sobre todo, con tantos pibes que están a la deriva, solos, que sufren la violencia, la intolerancia, el abandono, el sin sentido, la ausencia de una mesa compartida y de una familia que los contenga.
Jesús, ante la muchedumbre, “se conmovió porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Los miraba a cada uno y descubría las mismas angustias e incertidumbres, los mismos anhelos existenciales que Don Bosco encontró en cada pibe de las calles y cárceles de Turín. Porque él se conmovió por esos muchachos con “los mismos sentimientos de Jesús” (Filp 2,5), fue capaz de “ser presencia de Jesús” para ellos.
Por eso, creo que entre conmoverse y comprometerse hay un “paso” que no podemos saltear: el convertirse.
Convertirse
Es dejar a Dios entrar en tu historia, dejarlo actuar, para que su Espíritu te haga nuevo y más parecido a Jesús. Para eso hay que abrirse, y dejarse amar por Él. En el fondo, es volver a aquello para lo cual nacimos: ser hijos amados.
Quizás te resulte más fácil amar que dejarte amar. Estás acostumbrado siempre a dar, y difícilmente te sentís “necesitado” de otros, de Otro —con mayúscula. Sólo cuando tocás tu fragilidad y reconocés que no todo lo podés, y te sentís “creatura”, tocás tu pequeñez. Así podés salir de vos mismo y abrirte a los demás, abrirte al Dios que te habita y habita en los otros.
Cuando esto sucede, dejás al otro entrar en tu vida y compartís su suerte. Sos capaz de alegrarte con su felicidad y de sufrir con su llanto; porque lo que siente no te es indiferente. Podés “hacerte cargo” de la cruz de quien está a tu lado. El que la está pasando peor que vos ya no te resulta ajeno ni distante, sino hermano y amigo. Entonces, la fuerza del Dios Amor te lleva a actuar identificado con la misma causa de Jesús: el Reino para los más pobres y pequeños. Y desde ellos, para todos.
Convertirse es dejar a Dios entrar en tu historia, dejarlo actuar. Es volver a aquello para lo cual nacimos: ser hijos amados.
En este camino de conversión, el mismo Dios te regala su Palabra. Compartirla cada semana te puede ayudar a recorrer esta transformación de tu corazón, para parecerte más a Jesús. Te invito entonces a detenerte en la fuerza de las imágenes y de las acciones, que se mueven en la Palabra de cada domingo de la Cuaresma:
- en el 1º Domingo, poder adentrarte y hacer experiencia de desierto, y allí elegir libremente como Jesús, ante las tentaciones, por jugarte en permanecer en lo que Dios quiere (Mt 4, 1-10).
- en el 2º Domingo, escuchar al Hijo amado, que se transforma delante de los discípulos, en la cima de la montaña, y descender con ellos con el corazón cambiado para servir a los más necesitados (Mt 17, 1-9).
- el 3º Domingo, con la imagen del agua ofrecida por Jesús a la samaritana, reconocer y creer como ella que sólo Él es capaz de saciar tu sed más íntima y los deseos más secretos que siente tu corazón (Jn 4, 5-42).
- el 4º Domingo, a través de la luz que Jesús le devuelve al mendigo ciego, pedirle a Él que te cure y te libere, para ver como Dios, más allá de las apariencias, con una mirada capaz de llegar a los últimos y más excluidos (Jn 9, 1-41).
- el 5º Domingo, con la imagen de la piedra corrida del sepulcro de Lázaro, Jesús anticipa su propia Resurrección y te invita a participar de su misma victoria ante tus muertes, optando siempre por vivir (Jn 11, 1-45).
Y entonces sí, en este camino hacia la Pascua, desde un corazón convertido a Jesús y a su Palabra, se puede vivir el desafío de comprometerse.
Comprometerse
Se da cuando te metés en la misma jugada de Jesús, prometés hacerla tuya, y la hacés con Él.
Quisiera regalarte una Palabra de Dios para que la vayas “rumiando” en este tiempo. Es del profeta Isaías (58, 6-9), y dice:
“Este es el ayuno que Yo amo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos, compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo y no darle la espalda a tu hermano. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar, delante tuyo avanzará tu justicia y detrás la gloria del Señor. Entonces llamarás y el Señor te responderá, pedirás auxilio y Él te dirá: ¡Aquí estoy!”.
Sólo quien ha visto, oído y tocado la experiencia de Jesús en la vida de los más pequeños y sufrientes puede anunciarlo y proclamar que está vivo y resucitado.
El comprometerse con los más pequeños y pobres, a la manera de Jesús, es hacer realidad esta Palabra. Me quedo con esta interpelación, que me parece que incluye a las anteriores:
“No darle la espalda a tu hermano” es no girar la cabeza, no desviar la mirada, no desoír sus gritos. Es desterrar la indiferencia y el “a mí no me toca”.
“No darle la espalda a tu hermano” es tomar contacto con la realidad de los más pobres y “hacerla tuya”; es dejar que te “toque” su sufrimiento y comprometerte para que eso termine, luchando “con ellos” contra las causas que lo provocan.
“No darle la espalda a tu hermano” es dejar que el contacto con los más pobres te cambie el corazón y puedas aprender de ellos: de su sabiduría cotidiana, de su capacidad de desdramatizar y superar los conflictos “poniendo el cuerpo”, de su sentido comunitario y de fiesta. Porque saben confiar y esperar en el Dios que está con ellos y no los abandona.
Sólo quien ha visto, oído y tocado esta experiencia de Jesús en la vida de los más pequeños y sufrientes puede anunciarlo y proclamar que está vivo y resucitado. Porque hace experiencia de que ni la mentira, ni la injusticia, ni la corrupción, ni la muerte tienen la última palabra en la historia. Desde que Jesús de Nazaret se hizo Dios Vivo, uno como nosotros, nosotros podemos ser uno con Él, haciendo presentes sus palabras y sus gestos de humanidad y liberación, de felicidad para todos. Este es el proyecto de amor de Dios para todos sus hijos: que sean felices en el tiempo y en la eternidad.
¿No te parece escuchar el eco de las mismas palabras de Don Bosco a sus muchachos cuando les decía: “Sólo uno es mi deseo, que sean felices aquí y en la eternidad”?
¡Si nos amamos a la manera de Jesús, nuestra vida y toda realidad histórica se transforma, porque lo hacemos presente a Él, encarnamos el Evangelio y el Reino acontece en nuestra realidad!
¿Nos sumamos a este desafío?
Por Marta Riccioli, hma • agapepastor@gmail.com
Boletín Salesiano, marzo 2014