Todos para el mismo lado

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La unión de padres, una oportunidad de acompañar a la escuela en la educación de nuestros hijos.

Durante la cena, con cierto estupor, un papá escuchaba el relato que hacía su hija de primer año acerca del estruendo que habían realizado los chicos del último año del secundario el primer día de clases. Por dentro se preguntaba: “Si en unos años me pide ir a la plaza un domingo a las dos de la mañana para preparar con sus compañeros, y algunas botellas de bebida, el ‘último primer día’, ¿qué le contesto…?”. Esa conversación y esa pregunta se repetían de forma variopinta en diversas cenas familiares. ¿Por qué no juntarse con otros padres a pensar esta y otras cuestiones? ¿Cómo puede la escuela dar un espacio a las familias para poder juntos compartir estas situaciones? ¿Por qué no convocar algunos especialistas que ayuden a pensar?

Aquí está el sentido de la “unión de padres”: educar juntos en una realidad compleja, cambiante, plural, rica en posibilidades y riesgos. Hace tiempo, un papá se refería a esta propuesta con una hermosa expresión: “el patio de los padres”. Yo me animo a reformular su idea, proponiendo que es la forma en que los padres pueden compartir el patio entre sí, con los hijos, y con los otros educadores de la escuela.

Unidos para educar 

Desde la tradición salesiana partimos de un ideal pedagógico en el que chicos y educadores —docentes, padres y directivos— están convocados a generar la utopía maravillosa que Don Bosco expresaba con la propuesta de “formar todos un solo corazón”. Una invitación al amor educativo que rompe “bandos”, barreras y une en la confianza; que supera, sin anular, la diversidad y las discrepancias, inherentes a la realidad de ser personas, únicas e irrepetibles; e invita al camino de la participación dialogada, confiando los unos en los otros.

Este ideario se traduce en acción concreta al generar una estructura organizativa que facilite la participación de las familias dentro de la institución, dando así respuesta a una necesidad cuya satisfacción no puede quedar librada al azar. Deberá pensarse en cómo llamarla y cómo estructurarla en cada caso, pero los objetivos parecen ser los mismos: construir juntos el ambiente educativo donde los chicos crecen, y al mismo tiempo, ayudarse mutuamente a ser mejores padres en la realidad juvenil actual a través de un espacio de participación madura.

Como en toda acción comunitaria compleja, la experiencia muestra algunos riesgos. Uno de ellos es que la unión de padres se reduzca simplemente a una “cooperadora” escolar, con puros fines económicos o de colaboración material… lo que no es malo, e incluso puede ser indispensable en algunas realidades. Pero, ¿cómo vamos a reducir la participación de las familias solamente a eso, con la riqueza de posibilidades que hay al trabajar juntos?

Otro riesgo es que la unión se transforme en un “club social”. Formar comunidad implica conocerse, socializar y entablar vínculos. Hay que organizar comidas, encuentros, convivencia; pero esto es parte de un todo, que entiende esos pasos como peldaños para construir una comunidad educativa con el centro puesto en los chicos. Los padres se congregan en función de ellos. Mientras no se pierda ese norte, todo suma. Y si los adultos consiguen nuevos amigos, mejor, pero siendo comunidad con toda la institución y creciendo en su rol.

Convocar con calidad 

La unión de padres, por esencia, la forman todos los adultos cuyos hijos son parte de la escuela, aunque no se sientan parte o no tengan tareas de coordinación. En ocasiones, los papás eligen una escuela sin estar muy identificados con su ideario o proyecto, o incluso sin conocerlo. Algunos con el tiempo lo conocen y van adhiriendo a él, mientras otros se mantienen a distancia; no faltan casos en los que se generan discrepancias nada fáciles de resolver. El desafío es integrar a quienes más lejos se sientan, comprendiendo las diversas realidades actuales de las familias y sus estructuras. En ese sentido, la unión de padres debe tener una dinámica participativa bien armada, evitando los círculos cerrados y las actitudes elitistas. Sus propuestas de actividades no deben ser excesivas: mejor pocas y bien elegidas, ya que muchas veces las familias cuentan con escaso tiempo y una mala experiencia puede alejarlas para siempre de estos espacios. Ser convocantes tampoco significa caer en la pura fiesta, sino combinar encuentros recreativos con talleres y espacios de reflexión de calidad.

La profundidad y la continuidad de estos espacios requieren que los directivos escolares presten atención, fomenten y animen. Y que las familias de más tiempo “pasen la posta” a otras cuando las promociones de alumnos van terminando su recorrido por la institución.

Un trabajo sostenido 

Son muchos los desafíos de la realidad juvenil y educativa actual que un espacio como el de la unión de padres permitiría abordar mejor, justamente para que la acción de las familias no ocurra solamente frente a eventos especiales como los viajes de egresados o las fiestas de fin de curso, sino que la gente pueda participar organizadamente en todo el recorrido escolar de sus hijos.

De esa manera, cuando lleguen esas situaciones que quizás traen algunos dolores de cabeza, tal vez puedan tener una resolución mucho más educativa y comunitaria. Talleres sobre educación y límites, la comunicación familiar o el consumo problemático de sustancias suelen ser muy requeridos por los padres y muy valiosos para toda la comunidad educativa, más si se cuenta con el aporte de algún profesional que pueda animarlas. Y, por supuesto, pueden terminar con alguna comida compartida, lo que siempre ayuda.

Por Adrián Barcas • adrianmbarcas@gmail.com

Boletín Salesiano, abril 2017

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