El papa Francisco llama a centrar nuestra atención en los niños migrantes: un pedido que, como salesianos, nos toca de cerca.
En su mensaje centrado en los “niños migrantes, vulnerables y sin voz”, el papa Francisco funda sus consideraciones en las palabras de Jesús: “El que recibe a un niño como este en mi nombre, me recibe a mí” (Mc 9, 37), explicitando que recibir con cordialidad a quienes lo necesitan es un camino concreto para vivir la misericordia.
Francisco evidencia también la responsabilidad de aquellos que actúan en contra de la misericordia: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar” (Mt 18, 6). Y denuncia a quienes sin escrúpulos ocasionan daño a tantos niños y niñas cuando los inician en la prostitución o los atrapan en redes de la pornografía, los esclavizan para trabajar, los reclutan como soldados, los involucran en el tráfico de drogas y en otras formas de delincuencia, obligándolos a huir, con el riesgo de terminar solos y abandonados.
Migrantes y refugiados siempre han estado en el corazón de las preocupaciones del Papa. En este nuevo mensaje se centra en los niños, explicando que “constituyen el grupo más vulnerable entre los migrantes, porque, mientras se asoman a la vida, son invisibles y no tienen voz: la precariedad los priva de documentos, ocultándolos a los ojos del mundo; la ausencia de adultos que los acompañen impide que su voz se alce y sea escuchada. De este modo, los niños migrantes acaban fácilmente en lo más bajo de la degradación humana, donde la ilegalidad y la violencia queman en un instante el futuro de muchos inocentes, mientras que la red de los abusos a los menores resulta difícil de romper.”
Ayer: Don Bosco y las migraciones internas
Al leer el mensaje del Papa no se puede dejar de pensar en Don Bosco. Él se ocupó de aquellos pibes que venían a Turín desde otras provincias o países buscando un techo, un trabajo y un pan para comer. En 1845, cuando establece el oratorio en la casa Moretta, los sacerdotes se quejan al obispo porque él “aleja a los chicos de sus parroquias”. “Los jóvenes que yo reúno —respondió Don Bosco— no alteran la frecuencia a las parroquias (…) porque casi todos son forasteros; se encuentran en esta ciudad abandonados por parte de sus parientes o han venido en busca de un trabajo que no encuentran. Quienes de ordinario frecuentan mis reuniones son saboyanos, suizos, del valle de Aosta, de Biella, de Novara, de Lombardía… hablan dialectos poco inteligibles…” (Memorias del Oratorio, Década segunda, capítulo 19).
Los chicos que recibía Don Bosco en sus oratorios son esos niños migrantes, vulnerables y sin voz de los que hoy nos habla Francisco.
Don Bosco se sentía el párroco de los chicos sin parroquia. Ellos eran protagonistas de las migraciones internas de una Italia castigada por la guerra y por un cambio social que invitaba a dejar el campo para refugiarse en las grandes ciudades y así quedaban expuestos a muchas desgracias y dolores. Eran esos migrantes “niños, vulnerables y sin voz” de los que hoy nos habla Francisco.
Hoy: los salesianos junto a los inmigrantes
Cabe recordar que los primeros misioneros salesianos que llegaron a Argentina se ubicaron en Congreso y en La Boca, barriadas de inmigrantes italianos. Y también es importante rescatar el testimonio de muchos niños que, viviendo en los campos de refugiados de Europa, recuerdan con alegría a los salesianos que iban hasta allí a hacer oratorio con ellos. Son varios los que encontraron a Jesús y lo siguieron más de cerca en la obra salesiana gracias a esos momentos felices dentro de tanto de dolor. ¡Y cuántas experiencias más que sería bueno rescatar de nuestra enriquecedora historia!
Hoy muchas de nuestras comunidades están en medio de grandes barriadas de inmigrantes, venidos en su mayoría de los países limítrofes. Migrantes e hijos de migrantes forman parte de nuestros oratorios, batallones, grupos juveniles, murgas y centros de formación.
De alguna manera, como en tiempos de Don Bosco, estos “venidos de afuera” son recibidos, protegidos y acompañados del mismo modo que él lo hizo, respondiendo a sus exigencias únicas e irrenunciables: un ambiente familiar sano y seguro; y una educación adecuada.
Y siempre: cuidar la vida del más vulnerable
Muchos han sido o son estigmatizados y excluidos por la sola condición de ser migrantes. Pero sabemos que eso no constituye un delito. Son hermanos nuestros que buscan una vida mejor, lejos de la pobreza, del desempleo y de otras realidades adversas que los llevaron a dejar su patria, su familia y sus amigos. Muchos, sin embargo, no logran tener aquí un mejor pasar y siguen padeciendo situaciones de indigencia y precariedad.
Migrantes e hijos de migrantes forman parte de nuestros oratorios, batallones, grupos juveniles, murgas y centros de formación.
Conocer y respetar las costumbres de los distintos países nos obliga a acercarnos a sus raíces religiosas y culturales que los identifican y le dan nombre y sentido a sus historias de vida. El papa Francisco es claro: “Nadie es extranjero en la comunidad cristiana. Cada uno es valioso, las personas son más importantes que las cosas, y el valor de cada institución se mide por el modo en que trata la vida y la dignidad del ser humano, especialmente en situaciones de vulnerabilidad.”
Sería bueno que nos ayudáramos a mirar nuestras vidas y la vida de Don Bosco desde las migraciones y descubrir todo lo que Dios nos dice a través de esto. Y este año en particular, ayudarnos a tener una atención especial para con los “niños migrantes, vulnerables y sin voz” que están con nosotros y con los que compartimos tantos momentos de cada día.
Por Juan Carlos Romanín • jcromanin@yahoo.com.ar
Boletín Salesiano, abril 2017