Hace una semana me encontraba en la ciudad de Goa, India, donde entre las palmeras y la fina arena del mar se levantan catedrales e iglesias construidas durante los siglos XVI y XVII. Uno de estos templos es la Basílica del Buen Jesús, importante centro de peregrinación, especialmente para los cristianos y creyentes de otras religiones.
Ahí están los restos de San Francisco Javier, el misionero navarro discípulo de San Ignacio de Loyola —fundador de los jesuitas—, que evangelizó el Lejano Oriente. Aunque murió en China en 1552, sus reliquias permanecen en esta hermosa basílica.
Allí tuve el privilegio, acompañado de otros salesianos y laicos, de celebrar la Eucaristía en el altar y sepulcro de este gran misionero. Y pedí celebrar la misa en honor de San Juan Bosco, pidiéndole a él su intercesión ¿Por qué? Porque, ante todo, Don Bosco es el otro gran misionero.
Alguno se preguntará por qué presento a Don Bosco como un gran misionero, si él nunca fue un misionero ad gentes: nunca partió hacia tierras lejanas. Cierto, pero muy inexacto al mismo tiempo.
Baste decir este dato que les ofrezco: cuando Don Bosco fallecía el 31 de enero de 1888, los salesianos éramos setecientos cincuenta y cuatro. En ese mismo momento, Don Bosco había enviado como misioneros a América al 20% de sus salesianos.
Díganme si eso no responde a una verdadera pasión misionera. Él mismo ha declarado varias veces en sus cartas que habría querido participar, pero lo tendrían que hacer sus hijos.
Encontrándome en Goa di gracias al Señor por el milagro misionero. El Espíritu Santo ha guiado y acompañado la tarea evangelizadora también en toda Asia con los primeros misioneros franciscanos, dominicos, jesuitas… y también con los hijos e hijas de Don Bosco. Hoy son dos mil setecientos ochenta y seis los salesianos en la India y varios miles nuestras hermanas consagradas de las diversas congregaciones. Toda una verdadera gracia.
Después de ese hermoso momento en la Eucaristía, esa misma mañana me encontré con cuatro de mis hermanos salesianos que acompañaban a los chicos rescatados de la calle. Sus ojos brillaban con una luz especial. Estos muchachos se sienten en casa. Están recibiendo una formación y educación que les dará todas las oportunidades en un futuro próximo. Estos muchachos cantaban magníficamente. Sonreían. Nos saludábamos. Querían que nos hiciéramos una fotografía de recuerdo y habían aprendido a decir en español: “¡Hola!” y “¡hasta la vista!”.
Pensaba que los muchachos en Valdocco vivían lo mismo con nuestro amado Don Bosco. Y su corazón misionero, hoy por medio de sus hijos e hijas, hace que también los chicos y chicas del mundo hoy estén viviendo como en otro Valdocco y otro Mornese, también en la hermosa Goa.
En este mes de la Madre, le pido a la Auxiliadora que siga acompañando la misión en el nombre del Señor por todo el mundo. Y que la misión salesiana siga siendo también hoy fiel como lo ha sido siempre.
Don Ángel Fernández Artime, Rector Mayor
BOLETÍN SALESIANO – MAYO 215