San Luis Orione dedicó su vida a amar y servir a Dios en los humildes, los pobres y desposeídos. Esta convicción lo llevó a fundar en 1903 la Pequeña Obra de la Divina Providencia, una familia que se extendió en su Italia natal y en tierras de misión; entre ellas Argentina, que visitó por primera vez entre 1921 y 1922, para luego regresar en 1934. Luis Orione falleció en 1940, pero su vida y obra siguen vigentes. Este santo de la Iglesia hoy nos “habla” a través de sus hijos, para contarnos su paso decisivo por el patio de Don Bosco.
¿Cómo llegó al oratorio de Valdocco?
Fueron los caminos de la Providencia. Yo había estado seis meses con los franciscanos, pero me enfermé al borde de la muerte y me mandaron a casa. ¡Lloré mucho al dejar el convento! Volví a casa y retomé el trabajo de empedrador, hasta que el padre Milanesi me encomendó a Don Bosco… y él me aceptó. Me llevaron a Turín el 4 de octubre de 1886, fiesta de San Francisco. Allí se abrieron mis ojos y mi cerebro. Comprendí la gracia grande que recibí, porque aquella enfermedad me había llevado a Don Bosco.
¿Qué recuerdos tiene de esos años? ¿Alguna anécdota en particular?
¡Oh, si pudiera revivir tan sólo un poco de aquellos días! Allí había gozo, serenidad de espíritu, alegría. Cuando Don Bosco volvió a confesar, ya que se encontraba enfermo, eran pocos los que se confesaban con él. Y yo una tarde fui. Era uno de los más jóvenes, y después de haberme confesado me dijo estas palabras: “¡Nosotros seremos siempre amigos!”. ¡Cuántas veces me encontré en dificultades, y en tantas peripecias, y siempre me sentí animado y confortado por esas palabras que quedaron grabadas en mi corazón!
¿Cómo era la relación con los salesianos?
Tuve la gracia de conocer a Don Rua, quien fue por varios años mi director espiritual; a Don Trione, mi amado catequista; a Don Berto y a tantos salesianos de la “época heroica” de Don Bosco. Recuerdo a Cagliero hablándonos de la misión de la Patagonia, a mi querido compañero de escuela, Luis Versiglia, misionero y mártir en China. Además fui cooperador salesiano durante mis épocas de seminarista.
¿Y en Argentina?
Los salesianos me ayudaron mucho cuando llegué. Alojaron a nuestros primeros misioneros, me invitaron a conocer las casas y me reencontré con ex compañeros. Visité Bernal, donde hablé de Domingo Savio, estuve en Ramos Mejía, en el Santuario de María Auxiliadora en Almagro, conocía a los padres Bonetti y Vespignani, canté la misa en el Pio IX…
¿Cómo influyeron los valores de la escuela salesiana en el desarrollo de su vocación?
Ante todo, si yo soy sacerdote, después de la gracia de Dios y la intercesión de María Santísima, se lo debo a Don Bosco. Te comparto algo que escribí en 1907: “¡Don Bosco por el gran amor a la Virgen, que diste a mi vida, por haberme dado un amor más fuerte que la muerte hacia la Iglesia, seas siempre bendito por los hijos de la Divina Providencia! ¡Que tú nunca jamás puedas salir de mi corazón!”.
¿Siente que pudo realizar su vocación? ¿Qué es lo que más valora de su obra?
Sí, soy feliz de servir en los hombres al Hijo del Hombre. Soy feliz de ver la imagen de Cristo y servir al Papa y a la Iglesia en los residentes del Cottolengo, en los alumnos, en el pobre que se acerca, en la anciana abandonada, en cada niño, ¿y sabes por qué? ¡Porque los pobres son Jesucristo!
Por Facundo Mela,fdp y Jorge David Silanes, fdp