La hermana María Ussher, Hija de María Auxiliadora
“Stanley [hoy, Puerto Argentino], miércoles 3 de junio de 1942. Probablemente se parta hoy para Puntarenas—apunta la cronista de la casa “Saint Mary School”,de las islas Malvinas—. Debo hacer notar una coincidencia bien excepcional. La Reverenda Directora, sor María Ussher, cumple hoy 33 años de su llegada a esta Isla y ahora, en la misma fecha 3 de Junio, parte casi con la seguridad de no regresar nunca más”.La historia le daría la razón.
Recibida por el viento y el frío
Sor María, en efecto, había llegado al puerto el 3 de junio de 1909. Tenía 39 años. Sabía bien el inglés porque pertenecía a una de esas familias irlandesas que en el siglo XIX se habían instalado en el norte de Buenos Aires y otras zonas del litoral. Nadie la esperaba porque ni las hermanas ni el padre Migone estaban avisados. Solo el frío y el viento del invierno le dieron la bienvenida. Las comunicaciones con las islas eran muy difíciles.
La llegada a la comunidad le trajo el sol y la calidez de la familia. Todas se alegraron muchísimo con lasorpresa: ¡eran tan pocas y las necesidades tantas! Con suerte las superioras de Punta Arenas, Chile, podían venir una vez al año—la fundación se había realizado desde esa ciudad, otra opción hubiera resultado imposible por las enormes distancias—. La casa se había abierto el 31 de enero de 1907 y desde entonces cuatro hermanas debían hacerlo todo: ocuparse de la escuela doblemente mixta —niñas y niños, católicos y protestantes—, del oratorio y alguna asociación, de la ornamentación y el canto parroquial, la limpieza del templo, las visitas a las familias, las necesidades de la casa, el corral.
El año siguiente la hermana María fue nombrada ecónoma y ocho meses después asumió el cargo de directora. No sabía que lo sería por 32 años.
Solo el frío y el viento del invierno le dieron la bienvenida. Las comunicaciones con las islas eran muy difíciles.
Del campo bonaerense a las islas
Había aprendido a leer y escribir en casa, en su Baradero natal. Doce hermanos eran muchos para que todos pudieran ir a la escuela. Ella era la tercera. Pronto había adquirido destreza en las tareas domésticas, sobre todo con la aguja y se había convertido en la modista de la familia.Dos de sus hermanas menores, Ana y Catalina, habían podido responder a su vocación religiosa en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Ella lo haría más adelante y Tomás, uno de sus hermanos, sería salesiano. Ahora tenía ya 13 años de vida religiosa y un poco de experiencia como directora porque había desempeñado el cargo algún tiempo en San Nicolás de los Arroyos. Pero este era otro mundo.
En seguida sus tareas fueron de lo más variadas.Se levantaba bien temprano para encender el fuego con el peat—una especie de turba abundante en la zona—y calentar las habitaciones heladas para que las hermanas encontraran la casa más templada y los niños se hallaran más a gusto. Después de la Misa y el desayuno comenzaba la escuela. Sor María era de las maestras más codiciadas debido a su dominio de la lengua y su gentileza de trato. Era importante estar a la altura de las exigencias de las autoridades escolares para que las dejaran trabajar en paz y también para atraer a las familias y, con ellas, más niños y niñas a quienes hacer el bien y preparar a los sacramentos.
Maestras, misioneras, servidoras
Los padres, en efecto, apreciaron pronto las bondades del sistema educativo de las hermanas, los teatros y paseos, la calidad de la enseñanza y los bordados, la transformación que vieron en la conducta de sus hijos, y comenzaron a mirarlas con simpatía, a colaborar con ellas.
Pero las actividades misioneras de María no se ceñían a las obras estrictamente catequísticas o educativas. Las hermanas habían descubierto que la gente apreciaba muchísimo ser visitada en los propios hogares. Allí iba la directora acompañada por una compañera aunque en el Instituto no se estilaran tales visitas.
Cuando en 1912 el buque Oravia chocó en el puerto con una gran roca y comenzó a hundirse, la comunidad alojó en casa durante varios días a cerca de cuarenta inmigrantes de tercera clase, proveyéndolos de alimentos, vestidos y alojamiento hasta que puedieron ser recogidos por otra embarcación. Dos años después, en plena guerra mundial, desoyendo la orden de retirarse al interior de la isla, las hermanas, con sor María a la cabeza, se convirtieron en enfermeras de guerra para asistir a los heridos tras un combate naval entre ingleses y alemanes, ocurrido el 8 de diciembre de 1914 muy cerca de la costa.
Una hermana que vivió junto a sor María durante veinte años escribe: “Su vida fue eminentemente de misión; misión de sacrificio cumplido a la sombra de la humildad. Dotada de un fino criterio y un profundo espíritu religioso, sembró su camino de buenos ejemplos, más que de palabras”.
Uno a uno pasaron los 33 años. Cuando, ya cerrada la misión en las islas, la comunidad se transfirió a Punta Arenas, sor María tenía 71 años y mucho cansancio. Al salir una tarde de una academia realizada en el salón de actos,no vio el escalón, se cayó y se fracturó una pierna. Tras una dolorosa pero exitosa cura pudo embarcarse hacia Buenos Aires. Allí, en la comunidad de Almagro, falleció serenamente el 5 de marzo de 1949.•
Por Ana María Fernández, hma • anamferma@gmail.com