En el último tiempo, son cada vez más los jóvenes que pierden la vida de forma violenta. El vacío que dejan es tan grande como los sueños que quedan inconclusos.
Melina, Luciano, Candela… pero también Emiliano, Gino, Fernando, María y Florencia. La lista sigue. Prácticamente todas las semanas nos enteramos de una nueva víctima de esta “epidemia” que, desde hace años, no distingue entre lugares o clases sociales: en Argentina, la muerte violenta está arrebatando la vida de los jóvenes.
Una de esas vidas fue la de Micaela.
La noticia llegó para cortar con contundencia varias semanas de espera y angustia que se hacían larguísimas. Pero la noticia fue la peor. La más devastadora para una familia. La más triste para una comunidad. La más inexplicable para toda vida joven que está creciendo: “Encontraron a Mica, asesinada…”.
Micaela Ortega, una chica de 12 años, era alumna del colegio Sagrado Corazón de Bahía Blanca, animado por las Hijas de María Auxiliadora. El 23 de abril desapareció y la encontraron en un baldío el 29 de mayo, asesinada a manos de un joven de 26 años.
A su muerte joven se suma la de tantos otros, que tan frecuentemente nos sacuden. Como Familia Salesiana, estas noticias tocan lo más profundo de nuestro corazón, nos dejan casi sin reacción, sin palabras… pero es necesario compartir lo que despiertan entre nosotros.
Así lo entendió la comunidad educativa del colegio de Mica que, días después del tremendo desenlace, quiso poner palabras a lo que estaban viviendo. Este hecho nefasto dio pie a una lúcida reflexión, nacida de una comunidad golpeada por el dolor, pero que no quiere dejarse paralizar por el miedo ni la indiferencia, sino reafirmar una vez más el compromiso por toda vida que crece.
En 2014, el 70% de los jóvenes murieron de forma violenta. Si mirásemos otros indicadores —pobreza, acceso a la educación, trabajo— comprobaríamos su vulnerabilidad en la realidad general del país.
Ahora surgen también algunas preguntas: ¿qué otras palabras podemos expresar frente a los chicos y chicas que “se nos van antes de tiempo”? ¿Qué decir desde nuestro corazón, desde reconocernos discípulos de un Jesús que nos llama a cuidar y promover la vida y dignidad de las personas? Se nos ocurren algunas claves que brotan rápidamente y que ustedes sabrán completar y mejorar en cada comunidad y equipo:
Que el dolor no nos sea indiferente. Existe un ritmo mediático que convierte todo en un zapping continuo y hace que “todo sea lo mismo”, tanto el último chisme del espectáculo, como el crimen de una nena de 12 años. No queremos igualar lo banal con lo terrible. No queremos que todo parezca lo mismo y terminemos acostumbrándonos, anestesiándonos… dejando que el corazón y la piel se vayan endureciendo. Queremos mirar en profundidad, detenernos y ver qué podemos sumar, ahí desde donde estamos.
Amar es estar, estar es amar. Siempre, pero sobre todo ahora cuando los vemos cada vez más excluidos, los jóvenes nos necesitan entre ellos. Con un mundo laboral que no los incorpora, con espacios de contención que van desapareciendo, con propuestas de entretenimiento “de mercado” que los consumen. Con adultos ausentes, escuelas desbordadas, estereotipos de éxito inalcanzables y frustrantes… Hoy, más que nunca, nuestra presencia real y afectiva es necesaria.
La opción es la educación. Estamos ante una emergencia educativa. Necesitamos recrear y seguir apostando por una pedagogía de la confianza, porque sólo la mirada confiada que nace del afecto puede levantar al joven caído, acercar al lejano, incorporar al excluido. Necesitamos seguir encarnando una pedagogía de la esperanza que apuesta a desplegar la riqueza que hay en todo joven, brindándole seguridad, contención y, a la vez, haciéndolo responsable, capaz de hacerse cargo. Y necesitamos una pedagogía de la alianza, que no trabaje sólo por los jóvenes sino con ellos, haciéndolos conscientes de sus derechos y sus posibilidades. Una alianza que también involucre a todos los que, de una u otra manera, los pueden acompañar y ayudar.
El ritmo mediático hace que todo “sea lo mismo”, tanto el último chisme del espectáculo como el crimen de una nena de 12 años.
Ver “lo que no se ve” y asomarnos a los dolores de nuestro mundo juvenil muchas veces disimulados. Baste un botón de muestra: las últimas estadísticas que nos ofrece el Ministerio de Salud de la Nación. En ellas descubrimos, por ejemplo, que en el año 2014 murieron unos 6619 jóvenes de 15 a 24 años. 18 por día, 1 cada 80 minutos. El 70%, de manera violenta. Y si mirásemos otros indicadores —pobreza, acceso a la educación, trabajo— una vez más comprobaríamos la vulnerabilidad de los jóvenes en la realidad general de nuestro país. Estos datos duros tienen que estar constantemente presentes para convertirlos en herramientas que nos ayuden a tomar conciencia y luchar contra las causas que los provocan.
Aprender del camino, atender a lo pequeño. Ya sea como docentes, padres, animadores o religiosos, debemos evaluar constantemente nuestras prácticas educativo pastorales para que sean de verdad promocionales, para que no introduzcan miradas desviadas de la condición juvenil, para que sostengan siempre los valores del reconocimiento, la igualdad, la solidaridad, la apertura a lo diverso, el cuidado del otro; partiendo constantemente de los gestos y acciones más pequeñas que fomentamos en nuestras comunidades.
¿Qué hacemos frente a la muerte joven? ¿No tendríamos que denunciar estos hechos, ser como una caja de resonancia, gritarlos? No decir nada también es decir algo.
La preventividad, tejiendo redes que sostengan la vida. Día a día estamos llamados potenciar la vida de cada joven, aún la más frágil y vulnerable, para que despliegue lo mejor de sí, desde la Vida abundante que Jesús quiere regalarles. Y en esto no estamos solos: hechos como los de Micaela nos impulsan a seguir “tejiendo redes” que nos sostengan entre todos. No podemos seguir reducidos a nuestro propio telar, necesitamos aportar nuestro hilo y sumarlo a tantos otros que, desde distintos espacios y organizaciones, se preocupan por la vida joven más amenazada.
“No me importa dónde vas, quiero ser tu acompañante”. Como ciudadanos y cristianos, ¿qué hacemos frente a la muerte joven? ¿Cómo Familia Salesiana, no tendríamos que denunciar estos hechos, ser como una caja de resonancia… gritarlos? No decir nada también es decir algo. Por eso las palabras que, en el medio del dolor, ha compartido la comunidad de Micaela, son más que necesarias. Por eso nos sentimos desafiados e invitados a ver cómo, ahí donde estamos, nos pronunciamos y cuidamos decididamente a nuestros jóvenes para no dejar que se nos vayan antes de tiempo… ¡Nunca más! Porque todos son nuestros hijos.
Por Manuel Cayo, sdb • mcayo@donbosco.org.ar
Una sociedad que no es amigable para los jóvenes
La sucesión de desenlaces fatales que reflejan los medios masivos de comunicación, es lamentablemente sólo una muestra de la realidad: las estadísticas más recientes del Ministerio de Salud de la Nación, que datan de 2014, marcan que en ese año se registraron 6619 muertes de jóvenes de entre 15 y 24 años. De ese total, 4450 fueron por causas externas —es decir, que no corresponden a enfermedades— como accidentes, agresiones o suicidios.
El grupo de 15 a 24 años es el sector de la sociedad más propenso a sufrir una muerte violenta. Sus tasas de homicidio, suicidio y agresiones en 2014 por lo menos duplicaron la media nacional:
- Para los homicidios, la tasa nacional fue de 5,6. La de los jóvenes, 10,9.
- Para los suicidios, la tasa nacional fue de 7,8. La de los jóvenes, 13,8.
- Para los accidentes de tránsito, la tasa nacional fue de 12,6. La del grupo, 27,1.
En otras palabras, la cantidad de jóvenes que mueren por estas causas es el doble que en el resto de los grupos de edad. Y las cifras van en aumento: el número de jóvenes que mueren cada cien mil habitantes es casi un cinco por ciento mayor en el 2014 que en el 2010. Es de resaltar que esta tasa de mortalidad es mucho más alta en los varones que en las mujeres. Mientras que en 2014 murieron por causas externas 700 mujeres, los fallecimientos de varones fueron cinco veces más: nada menos que 3739. En Argentina, son los jóvenes los que están en peligro.