El mensaje del Rector Mayor para los amigos del Boletín Salesiano
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Saludos amigos y amigas lectores del Boletín Salesiano,
En el último domingo de enero hemos celebrado la fiesta de Don Bosco, también este año de un modo diferente a los anteriores porque la pandemia no ha desaparecido. Pero incluso en esta situación hemos de reconocer la esperanza que se hace presente.
Y en este contexto, he elegido compartirles el modo en que he rezado y sigo rezando a lo largo de estos últimos siete años. Casi todos los días rezo así: “Señor, que no deje de asombrarme; Señor, que nunca me acostumbre a algunas cosas”.
En el sexenio pasado, antes de la pandemia, tuve la oportunidad preciosa, y también exigente, de visitar cien naciones del mundo donde hay presencias salesianas. Y he conocido una realidad increíble, fascinante, pero también muchas veces dolorosa. Y en mi oración de cada día, y en mi pensamiento al regresar a Roma, llevaba este contenido: “Señor, que nunca deje de sorprenderme”.
- Que no deje de sorprenderme al ver la dignidad de cientos de mujeres solas con sus hijos, en el campo de refugiados de Juba, en Sudán del Sur. Allí los salesianos acompañamos a todas esas personas que no tienen nada ni a nadie más.
- Que no deje de sorprenderme ante la alegría que experimenté de parte de los adolescentes que viven en la Ciudad Don Bosco de Medellín, en Colombia. Meses atrás ellos habían sido soldados de la guerrilla y ahora habían vuelto a conectarse con los estudios. Aquellos jóvenes “rescatados y salvados” vivían alegres y con esperanza.
- Que no deje de sorprenderme el bien que se hace al vivir como comunidad salesiana en el corazón del campo de refugiados de Kakuma, en el norte de Kenia. Allí viven trescientas mil personas, y si bien no es lo habitual, la fascinación por Don Bosco y su estilo educativo nos ha permitido tener una casa para vivir en medio de estas familias, una escuela donde enseñarles un oficio, y una parroquia que se hace presente en varios lugares de dicho campo.
- Que no deje de sorprenderme ante la cercanía que experimenté con la buena gente de los barrios populares en Argentina, donde también están nuestros hermanos salesianos y las Hijas de María Auxiliadora.
- Que no dejen de sorprenderme los rostros y las sonrisas de tantos chicos y chicas que son rescatados de calle por nuestras comunidades; ya sea en Colombia, en Sierra Leona, en Angola, o en India.
- Rezo con fe pidiendo que no deje de sorprenderme la esperanza y la dignidad que encontré en tantos jóvenes animadores y estudiantes en Damasco y en Alepo, en Siria, que junto con nuestros hermanos salesianos seguían cada día convocando a cientos de muchachitos para que la guerra en su país no fuese tan terrible. Allí encontré dignidad y solidaridad, fraternidad y fe. Y le pedía al Señor que no dejara de sorprenderme tanta dignidad en medio del horror de una guerra y una ciudad destruida en su setenta por ciento, algo que sólo había visto en la ficción que nos presentan las películas.
- Y le pido al Señor que no deje de sorprenderme ante la realidad hermosa de la vida compartida con tantos pueblos originarios: los yanomami, los xavantes, y los boi-bororo en Brasil; con los ayoreos y los guaraníes en Paraguay; con los shoar y achuar en Ecuador… Cuando pude conocerlos no dejé de maravillarme de su realidad y la de mis hermanos y hermanas, tantos años compartiendo la vida con ellos.
Le pido a nuestro Señor que me ayude a no dejar de sorprenderme, y a ser agradecido a Dios, a la vida, y a quienes tanto han hecho en favor de otros, de lo cual, en mis visitas de animación he sido testigo. Los sueños misioneros de Don Bosco se han desarrollado y han ido mucho más allá de lo que él mismo pudo soñar.
Los sueños misioneros de Don Bosco se han desarrollado y han ido mucho más allá de lo que él mismo pudo soñar.
Y al mismo tiempo tengo miedo de acostumbrarme a que el número de muertos por COVID-19 sea solo una cifra, cuando hay tantas historias detrás de esas muertes. No quiero acostumbrarme ante el dolor que producen las migraciones y los muertos en el Mediterráneo, o en las fronteras y ríos de América central.
No quiero que me deje de doler el abuso de las mafias que explotan a las personas, que las engañan con las promesas de una vida mejor y después las someten a una vida de prostitución y abuso. No quiero acostumbrarme a ver filas y filas de personas que esperan un plato de comida en nuestras grandes ciudades. No quiero acostumbrarme a pensar que en nuestras sociedades nada se puede hacer.
Sé que somos muchos los que creemos que es posible hacer que estas situaciones cambien y mejoren. Los invito también a ustedes a soñar y a dejarse sorprender ante lo bello e increíble de la vida, y al mismo tiempo a no acostumbrarnos ante lo que no debiera existir.
Gracias por seguir a nuestro lado como amigos creyendo que otro mundo un poco mejor es siempre posible.
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Don Ángel Fernández Artime
BOLETÍN SALESIANO – FEBRERO 2021