Con los ojos de Dios

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 Una manera diferente de mirar la realidad e involucrarse.

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En el relato evangélico de Juan, que presenta la multiplicación de los panes, existen algunos “detalles” en los que me gustaría detenerme en este saludo. 

Todo comienza cuando, ante la gran multitud hambrienta, Jesús invita a los discípulos a asumir la responsabilidad de darles de comer.

En primer lugar, Felipe dice que no es posible asumir esta petición debido a la cantidad de gente presente. Andrés, en cambio, aunque señala que “hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces”, inmediatamente infravalora esa posibilidad con un simple comentario: “¿pero qué es esto para tanta gente?”.

En la vida de la Iglesia, como también en la vida de la Congregación y de la Familia Salesiana, los desafíos no faltan ni faltarán jamás. La nuestra no es una llamada a formar un grupo de personas donde se busca simplemente estar bien, sin molestar ni ser molestados. No es una experiencia hecha de certezas prefabricadas. Formar parte del cuerpo de Cristo no debe distraernos ni apartarnos de la realidad del mundo, tal y como es. 

Formar parte del cuerpo de Cristo no debe apartarnos de la realidad del mundo, por el contrario, nos impulsa a implicarnos plenamente en los acontecimientos de la historia.

Por el contrario, nos impulsa a implicarnos plenamente en los acontecimientos de la historia humana. Eso significa, ante todo, mirar la realidad no sólo con ojos humanos, sino también, y sobre todo, con los ojos de Jesús. Estamos invitados a responder guiados por el amor que encuentra su fuente en el corazón de Jesús, es decir, a vivir para los demás como Jesús nos enseña y nos muestra.

El síndrome de Felipe

El síndrome de Felipe es sutil y, por eso, muy peligroso. El análisis que hace Felipe es justo y correcto. Su respuesta a la invitación de Jesús no es equivocada. Su razonamiento sigue una lógica humana muy lineal y sin defectos. Veía la realidad con sus propios ojos humanos, con una mente racional y, en definitiva, no viable. 

Ante esta manera razonada de proceder, el hambriento deja de interpelarme, el problema es suyo, no mío. Para ser más precisos a la luz de lo que vivimos cada día: el refugiado podría haberse quedado en su casa, no debe molestarme; el pobre y el enfermo que se las arreglen solos, no es asunto mío formar parte de su problema, y mucho menos encontrarles la solución. He aquí el síndrome de Felipe. Es un seguidor de Jesús, pero su manera de ver e interpretar la realidad sigue siendo estática, no se deja desafiar, y está a años luz de la de su Maestro.

El síndrome de Andrés

El síndrome de Andrés no digo que sea peor que el síndrome de Felipe, pero le falta poco para ser más trágico. Es un síndrome fino y cínico: ve alguna posibilidad, pero no va más allá. Hay una pequeñísima esperanza, pero humanamente no es viable. Entonces se acaba descalificando tanto el don como al donante. Y el donante, en este caso, es un muchacho que simplemente está dispuesto a compartir lo que tiene. 

Apagar una pequeña esperanza es más fácil que dejar espacio a la sorpresa de Dios, una sorpresa que puede hacer florecer incluso una mínima esperanza. Dejarse condicionar por clichés dominantes para no explorar oportunidades que desafían lecturas e interpretaciones reduccionistas es una tentación permanente. Si no estamos atentos, nos convertimos en profetas y ejecutores de nuestra propia ruina. Al permanecer encerrados en una lógica humana, académicamente refinada e intelectualmente calificada, el espacio para una lectura evangélica se vuelve cada vez más limitado, hasta desaparecer. 

Quien osa desafiar la lógica humana porque deja entrar el aire fresco del Evangelio será ridiculizado, atacado, objeto de burla. Cuando esto ocurre, curiosamente podemos decir que estamos ante un camino profético. Las aguas se agitan.

Jesús y los dos síndromes

Jesús supera los dos síndromes tomando los panes considerados pocos y, por tanto, irrelevantes. Él abre la puerta a ese espacio profético y de fe que se nos pide habitar. 

Seguir a Jesús implica ir más allá del razonamiento humano. Estamos llamados a mirar los desafíos con sus ojos. Cuando Jesús nos llama, no nos pide soluciones, sino la entrega de todo nuestro ser, con lo que somos y lo que tenemos. Sin embargo, el riesgo es que, ante su llamada, permanezcamos inmóviles, esclavos de nuestro pensamiento y avaros con lo que creemos poseer.

Seguir a Jesús implica ir más allá del razonamiento humano. Estamos llamados a mirar los desafíos con sus ojos.

Sólo en la generosidad fundada en el abandono a su Palabra logramos recoger la abundancia del obrar providente de Jesús. “Entonces los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido” : el pequeño don del muchacho da un fruto sorprendente sólo porque los dos síndromes no tuvieron la última palabra.

El Papa Benedicto comenta así este gesto del muchacho: El milagro no se produce de la nada, sino a partir de una primera y modesta compartición de lo que un sencillo muchacho tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos muestra que, si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede cumplirse siempre de nuevo el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don”.

Ante los desafíos pastorales que tenemos, ante tanta sed y hambre de espiritualidad que expresan los jóvenes, procuremos no tener miedo, no quedarnos aferrados a nuestras cosas, a nuestras formas de pensar. Ofrezcamos a Él lo poco que tenemos, confiémonos a la luz de su Palabra y que esta sea el criterio permanente de nuestras decisiones y la luz que guíe nuestras acciones.

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Don Fabio Attard

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2025

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