¿Populismo o pueblo de Dios?

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El amor al pueblo es una parte fundamental del ser cristiano, que el papa Francisco refuerza con sus dichos y con sus actos.

En un artículo del diario La Nación, un ensayista criticaba al papa Francisco y a su “populismo romántico”. Es interesante ver las raíces de este amor al pueblo que sin duda encontramos en el Papa y en sus documentos.

La realidad del “pueblo de Dios” ya había entrado, un poco a regañadientes, en los documentos de la Iglesia, pero con nombres más pomposos como “Cuerpo Místico de Cristo” o “Sacramento de salvación”. Algunos autores cristianos, como Dostoyevsky, habían subrayado el rol del pueblo cristiano como sustento vivo de la fe: “El concepto de pueblo es la expresión profunda y auténtica de lo profundamente humano. (…) Es el hombre en su total desamparo, agobiado por su destino, explotado por los hábiles y avisados, oprimido por los poderosos. Pero, precisamente por eso, esa forma que es el pueblo está cercana a las cosas eternas, está rodeada por el amor protector, el amor divino” (Guardini, R.; El universo religioso de Dostoyevsky).

La palabra pueblo goza de resonancias de veneración, de noble anhelo, de piedad y de consuelo. El pueblo está en íntima conexión con la tierra y con la Creación; ha nacido de la tierra, está sobre ella, trabaja en ella y vive de ella. El pueblo enlazado en la misma estructura de la naturaleza siente, quizás sin tener palabras para expresarlo, el todo en su unidad. A pesar de sus miserias y pecados, es el pueblo lo auténticamente humano, porque tiene sus raíces en la realidad.

El gusto de sentirse pueblo

Ya nuestros obispos latinoamericanos habían insistido a sus elites religiosas, a los más preparados jóvenes y adultos, a los seminaristas y consagrados, participar de las procesiones populares que son manifestación de la fe popular. También el papa Francisco, en su carta Evangelii Gaudium, nos insiste a todos los agentes de evangelización en el gusto de sentirse pueblo:

269. Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad.

270. A veces sentimos la tentación de ser cris­tianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toque­mos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comuni­tarios que nos permiten mantenernos a distan­cia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.

271. Es verdad que, en nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan. (…) Queda claro que Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hom­bres y mujeres de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras po­sibles; son indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan interpretaciones que les quiten fuerza interpretativa (…).

273. La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar (…). Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una mi­sión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. (…) Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanente­mente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo.

La fuerza evangelizadora de la piedad popular

Con todo esto, se vuelve a reforzar la importancia de la religiosidad popular. Recordemos que usualmente se dan en la Iglesia ciertas fiebres iconoclastas: “no” a las procesiones, “no” a las imágenes, “no” a las devociones marianas. Frente a esto, en Evangelii Gaudium leemos lo siguiente:

122. Cuando en un pueblo se ha inculturado el Evangelio, en su proceso de transmisión cultural también transmite la fe de maneras siempre nue­vas; de aquí la importancia de la evangelización entendida como inculturación. (…) Puede decirse que “el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo”. Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal.

123. En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo. En algún tiem­po mirada con desconfianza, ha sido objeto de revalorización en las décadas posteriores al Con­cilio. (…)

125. (…) Sólo desde la conna­turalidad afectiva que da el amor podemos apre­ciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del le­cho del hijo enfermo que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde ho­gar para pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo crucificado (…).

A partir de la lectura de los extractos del papa Francisco,
¿Cómo está mi amor al pueblo de Dios?
¿Sé amar la vida de la gente sencilla?
¿Busco momentos de encuentro con lo popular?

Por Enrique Lapadula, sdb • redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Boletín Salesiano, octubre 2016

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