Cuando recorremos la forma en que los medios de comunicación reflejaron lo que le sucedió a Melina Romero, cabe preguntarnos qué tipo de sociedad se construye a través de los mismos, y si corresponde dejar que la “única” palabra autorizada sea la de ellos.
En principio, podemos afirmar que para muchos los jóvenes son simplemente un objeto de consumo. O están para consumir, o bien son directamente el consumo de una sociedad que no consigue mirarlos de frente y aprender de ellos. Si son pobres son “chorros”; si no lo son, la frivolidad es lo central en sus vidas; si militan políticamente, les “lavan la cabeza”; si no lo hacen no tienen compromisos… y así podemos seguir.
Algunos de los profesores de Melina escribieron una carta donde nos llaman a reflexionar sobre el trato dado a ella por ser mujer y por ser pobre. Una vez más vemos como la víctima es responsabilizada. Hace años hacíamos la siguiente prueba: a un grupo de personas les contábamos que en un lugar había un bosque donde se escondía un asesino. Una chica al enterarse que su abuela estaba enferma, y como vivía al otro lado del bosque, decidió ir a visitarla. Su padre y su novio se opusieron a que fuera, pero ella resolvió ir igual. En el camino se encontró con el asesino, quien sin piedad la mató. Al preguntarle a las personas que escuchaban el relato quién tenía la culpa de lo que había sucedido, muchos responsabilizaban a la chica, o al padre, o al novio, pero muy pocos al asesino. Algo así nos pasa cuando no nos preguntamos por qué vale más el negocio que se hace con los jóvenes que sus propias vidas: quienes estamos en medio de ellos escuchamos relatos de lo fácil que es burlar los controles que se hacen en la puerta de los lugares que comercian con sus noches y sus vidas.
Melina no está desaparecida por sus perfiles de Facebook, ni por cómo era su relación con sus padres. Personas concretas la hicieron desaparecer, y la sociedad que la hace material de consumo periodístico, también mira para otro lado a la hora de preguntar cómo permitimos que esto pase. Una mirada un poco más atenta bastará para que podemos ver que las víctimas de la trata son en su mayoría jóvenes, que las víctimas del paco son en su mayoría jóvenes, que en esta sociedad de consumo, ser joven es simplemente un recurso que debe ser explotado. Los jóvenes son los más expuestos a los riesgos sociales, y son los que menos cuidados están. Se comercia con sus vidas, se comercia con sus dolores y se comercia con sus muertes.
Las cámaras de seguridad son capaces de contar los besos que ella dio frente al boliche, pero no son capaces de decirnos donde está en este momento. Por supuesto que esas cámaras están para defender la propiedad material y privada, no la vida de las personas, y mucho menos si son mujeres jóvenes y pobres.
Hay una impunidad en los medios que también construye otro tipo de impunidades. Si se puede hacer desaparecer a una persona y los responsables quedan desdibujados, esto anima a otros a cometer los mismos delitos. En nuestro país una mujer es asesinada cada treinta horas, pero como la mayoría son de sectores populares no forman parte de los mapas de inseguridad de los discursos oportunistas de turno, ni de los debates mediáticos, salvo que haya espacios que rellenar. Mientras tanto, quienes queremos continuar la obra de Don Bosco, sabemos que en la defensa y el cuidado de sus vidas es donde se juega ni más ni menos que nuestra felicidad.
Por Pablo Rozen