Éxodos: libertades impredecibles y provisorias
Hay relatos que, aunque sin aparecer en los libros de Historia, tejen nuestra vida, le dan fundamento, identidad, nos ayudan a contar quiénes somos y nos dan pertenencia: a una familia, a un grupo, a un país y, a veces, a una religión.
Son historias-palabras —dabar— que además de decir, hacen. O tal vez, porque dicen desde la profundidad, nos hacen. Nos regalan raíces y nos constituyen en un colectivo, en un nosotros, un nosotras. Nuestras familias están pobladas de estas historias que narran identidades y sentidos de pertenencia: “lleva la música en la sangre como su pueblo ancestral, todos allí son danza”; “es decidida y corajuda, como la abuela que a los 16 años cruzó sola el océano”; o quizás “tiene adentro eso de buscar, de luchar por un país mejor tal como sus padres que dieron la vida por una causa”.
Muchas veces también el arte, en su expresión poética y musical, nos narra el “inconsciente colectivo”, nos habla de las personas desaparecidas que aún caminan con nosotros, o nos advierte del “pequeño argentinito” que llevamos dentro.
Estas historias —que nos hacen diciendo—, describen quiénes somos, qué traemos y, a la vez, diseñan nuestras andanzas por el mundo. Muchas veces narran el final, cuentan la victoria. Pero, si aguzamos la mirada, están preñadas de detalles y sudores, nombres y sabores, dolores y placeres del proceso, del pujar de la vida cotidiana que, en lo secreto, las gestó.
El pueblo de la Biblia, Israel, también tiene historias que lo van configurando como pueblo, que dicen su identidad y hacen a su pertenencia. Una de estas historias aparece contada en el libro del Éxodo. Seguramente en catequesis hemos escuchado sobre la huida de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la victoria de Israel y la suerte —o la mala suerte— de los egipcios. Pero, tal vez, poco nos hemos detenido en los pequeños movimientos, las sutiles decisiones, los clamores y las ínfimas fiestas que gestaron, empujaron y prepararon la fuga de Egipto.
Mujeres que inventan salidas
Éxodo es una palabra de origen griego que quiere decir salida. Implica movimiento, cambio, paso de una situación de esclavitud a otra de mayor libertad. El libro del Éxodo, en los capítulos 1 a 3, nos cuenta acerca de ese dinamismo estrechamente identificado con el propósito de salir de Egipto, salir de la opresión que ejerce este pueblo sobre el pueblo de Israel.
Israel vive bajo un sistema inhumano que lo define como pueblo esclavo, que lo utiliza como eslabón en una estructura de poder y que, aún peor, planifica conscientemente el control de la vida de sus miembros, sus cuerpos, sus relaciones.
Los capítulos 1 y 2 del libro del Éxodo narran la opresión en Egipto y las historias de esa cotidianeidad que exige cambios. Estos relatos sorprenden por la multiplicidad de movimientos que se generan en cooperación para cambiar todas las situaciones que obstaculizan el proyecto de vida de las personas. Son memorias construidas en torno al cuidado de la vida y de las organizaciones de sentido que afirman su dignidad.
Un tono fuerte en estas narraciones son los cambios identificados con la fórmula “salir de allá”. El tema de la salida, la fuga, el paso de una situación a otra, es siempre reafirmado. El movimiento de resistencia y retirada comienza a delinearse con gestos pequeños que inciden en el tiempo y trenzan la historia; con cuerpos que, a las marcas de las exigencias de la producción, responden con procreación; con mujeres que ofrecen respuestas sagaces y que, ante la imposición de limitar el nacimiento de los niños varones, audazmente se alían y hablan del Temor a Dios y no a un poder que se cree dios. Parteras, madres, hijas, hermanas y siervas que con creativa organización, en redes colaborativas, cuidan la vida en una sociedad donde los hijos son bendición para unos y amenazas para otros.
Fugas, salidas, éxodos; todos son ensayados en movimientos que mezclan aspectos de fuerza, de amargura, de cansancio, de vitalidad, de sagacidad. Anuncian un modo de decir que la resistencia a los sistemas no sólo es hacer guerra de armas contra armas, sino que es tejer en la cotidianeidad pequeños sucesos que le den a Israel la identidad de un pueblo luchador que desea el cambio y lo construye desde sus pequeñas relaciones, a partir de sus alianzas y asociaciones.
La victoria del Mar Rojo es un mero detalle —si no una exageración que se remite a los cuentos del pasado o a la liturgia— en función de estos pequeños y profundos hilos de relaciones que, desde una lógica creativa, desobediente, colaborativa y provisoria, gestan éxodos y empujan señalando la salida.
Dios escucha su vocación
En el comienzo del libro del Éxodo, luego de las pequeñas historias que mucho hablan de la vida cotidiana y poco de lo divino, el capítulo 2 comienza a esbozar la presencia de Dios para manifestarla plenamente en el 3, sin mezquinar detalles que —también divinamente— la acercan a lo humano.
Un Dios que recuerda quién es Él mismo al escuchar los gemidos de los oprimidos. Un Dios que descubre su vocación liberadora en la escucha atenta y activa del clamor del pueblo, capaz de mirar y conmoverse, de escuchar y moverse —vio, oyó, bajó—.
Dios es conocido en el contexto de un proyecto de liberación que se ha venido tejiendo desde resistencias creativas, audaces, provisorias, organizadas. La belleza de Dios en este relato es que aparece en directa relación con el límite humano, como dimensión que trasciende sin desconectar a las personas de su propia historia.
Pero hay más novedades para esta presentación de Dios. Su nombre, YHWH, significa algo así como “soy el que soy”, “soy el que siempre estaré”. Su nombre es una danza entre el Ser y el Estar. Danza que expresa su presencia significativa en un contexto concreto: encontrar a Dios en el lugar del sufrimiento profundo y hacer, de esa experiencia, útero donde se geste la salida. “Estar siempre”, para Dios, significa empujarnos hacia el pasaje de situaciones de injusticia hacia relaciones de equidad. La compañía que promete el Dios del Éxodo es la compañía que empuja hacia el desafío de la libertad en lo transitorio de la vida.
Para seguir pensando…
- Leer Ex 1,6-2,10 y Ex 2,23-3,17 prestando atención a los verbos que aparecen describiendo la acción de las mujeres y la acción de Dios.
- ¿Hemos tenido en nuestra vida experiencias de movimiento, cambio, traslado, éxodo? ¿Qué novedad se produjo a partir de ello? ¿Qué detalles o pequeñas hiladas gestaron el cambio? Podríamos intentar recordar las vivencias sutiles que lo fueron modelando previamente y sostuvieron su desarrollo.
- ¿Qué clamores seguimos escuchando hoy? Ante ellos, ¿qué prácticas cotidianas y sencillas engendran vida y ofrecen así posibles respuesta?
Algunos tips…
- La película The shawshank redemption (en español Sueño de libertad, 1994) nos invita a contemplar procesos de liberación tejidos desde la amistad, el compañerismo, la resistencia y la vida cotidiana en el contexto de una prisión estadounidense.
- La canción Inconsciente colectivo, de Charly García, nos canta en nuestros procesos de libertad íntimos y sociales.
Por María Luján Manzotti y Silvana Rodríguez* • silvanaylujan@gmail.com