En Santiago del Estero, el cuidado del medioambiente comienza por el cuidado de la vida de las personas, de su entorno y del derecho a desarrollar todas sus capacidades.
Por Ezequiel Herrero y Santiago Valdemoros
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“Lo que no me gusta es que venga gente de otros lugares a perjudicar al monte”: Miguel Corbalán es un joven oriundo de La Higuera, un pequeño paraje en el interior de Santiago del Estero. Y lo que relata alcanza como muestra de un problema mucho más grande: según Greenpeace, Santiago es la provincia argentina con más deforestación de las dos últimas décadas. Entre 1998 y 2019 perdió casi dos millones de hectáreas de bosques nativos. La principal causa es el avance de la frontera agropecuaria destinada a la ganadería y a la producción de soja.
En este contexto, el Oratorio Don Bosco, ubicado en la capital, quiere ser una respuesta frente a esta problemática. El padre Silvio Torres, director, lo expresa así: “El Oratorio es pionero en Santiago del Estero en el cuidado del medio ambiente. Queremos que los mismos jóvenes se conviertan en promotores ambientales acá en la ciudad. Y que todos esos saberes que tienen y van adquiriendo los puedan compartir con otros”.
Estudiar, crecer y volver
La propuesta de la que participa Miguel se llama “Jóvenes campesinos”, y alcanza a otros treinta adolescentes de entre 12 y 17 años de los departamentos de Moreno, Copo, Alberdi y Pellegrini, en el norte provincial, quienes viven de lunes a viernes en la residencia. Todos ellos, con el objetivo de completar sus estudios secundarios en distintas escuelas de la ciudad, ya que la oferta educativa de nivel medio aún es escasa en algunas zonas del interior de Santiago.
Como señala Silvio, se trata de acompañar a los jóvenes en diferentes aspectos. Por un lado, en lo relativo a su desarrollo personal y afectivo. “Son chicos que tienen que dejar su familia y la vida en el monte para venir a vivir en la ciudad, con todo el desarraigo que eso provoca”. Pero también implica asistirlos en la construcción de sus trayectorias escolares, tarea que para muchos es un desafío, ya que provienen de experiencias muy diferentes.
Al mismo tiempo, como explica Daniela Silva, coordinadora de los programas del Oratorio Don Bosco, “los chicos vienen de familias que se reconocen parte de comunidades originarias, entonces nuestro trabajo también es recuperar todo ese bagaje cultural que ellos traen para poder incorporarlo y fortalecer las identidades campesinas”.
La intención es darles la oportunidad a los chicos de que estudien y conozcan sus derechos, no para que se “adapten” a una vida urbana, sino para que puedan volver y fortalecer sus comunidades con todo lo que hayan aprendido.
Seguir aprendiendo
El Oratorio Don Bosco fue inaugurado en 1989, en conmemoración por el centenario de la muerte de Don Bosco, y originalmente estaba destinado a recibir a chicos y jóvenes que estaban atravesando alguna situación de consumo o de violencia familiar. Sin embargo, con el paso del tiempo, atentos a las nuevas realidades y desde una perspectiva de derechos, la propuesta fue cambiando. A la residencia para adolescentes del interior, desde el 2013 se sumó el programa “Tejiendo Lazos”, una serie de talleres abiertos al barrio que se desarrollan por la tarde.
“Yo estaba tratando de salir de mis problemas y el Oratorio fue una segunda casa, donde pude encontrar muchas oportunidades”.
Álex Arena, otro de los salesianos que integra la comunidad, explica que tienen por objetivo “formar a los chicos y chicas para una salida laboral al alcance de la mano. Tenemos panadería, guitarra, parques y jardines, y electricidad. Están destinados sobre todo a los sectores de la ciudad de Santiago que están o pueden estar más excluidos”.
Y la propuesta parece ser más que acertada: de acuerdo al relevamiento Radiografías de las Juventudes Argentinas, elaborado por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, uno de cada cuatro jóvenes santiagueños no logran conseguir trabajo ni terminar sus estudios secundarios.
Un lugar de oportunidades
Llegado el año 2020, con la irrupción de la pandemia, la propuesta de los talleres, lejos de terminarse, tomó un nuevo impulso. Daniela explica que muchos de los estudiantes provienen de barrios periféricos, donde ellos o sus familias trabajan sobre todo en sectores de la economía informal. Por eso, con la crisis surgieron iniciativas vinculadas a atender sobre todo a chicos y chicas de esos barrios. Los mismos jóvenes propusieron abrir un merendero, que hace tiempo es una realidad.
Ahí apareció Nélida Carabajal, una vecina del barrio 8 de abril, quien abrió generosamente las puertas de su casa para que tenga lugar ahí el merendero. “Acá no hay instituciones para estas cosas, entonces yo me ofrecí para trabajar y ayudar a los vecinos. Teniendo un espacio, hay que utilizarlo”, relata ella, mientras el salesiano Jesús Olarte, junto a un grupo de jóvenes vecinos, reparten el yogurt de la merienda a chicos y chicas.
“En el Oratorio hay personas que te escuchan, que están dispuestas a ayudarte, a entender y eso es lo que nosotros como jóvenes no teníamos. Han creído en mí, y ahí encontré muchas oportunidades laborales y espirituales. Me ha ayudado a retomar mis estudios, a conocer la Palabra de Dios y a dejar de ser solamente ‘mamá’ o ‘la mujer de alguien’. Ahora soy ‘Nelly’, que ayuda en el merendero, con propósitos, con metas a cumplir”, sintetiza.
“Me ayudó a retomar mis estudios, a conocer la Palabra de Dios y a dejar de ser solamente ‘mamá’ o ‘la mujer de alguien’. Ahora soy ‘Nelly’”.
Daniel Sosa tiene 29 años, uno más que su vecina Nelly, y participa del merendero desde el primer día. Además realizó varios talleres y es animador en las propuestas juveniles: “Yo estaba tratando de salir de mis problemas y el Oratorio fue un espacio de contención, una segunda casa, donde pude encontrar muchas oportunidades: de estudiar, de encontrarme conmigo mismo y con otros”.
Trabajar con otros
Como muchas casas salesianas, el Oratorio Don Bosco no cierra los fines de semana. Sábados y domingos por la tarde los jóvenes siguen siendo animadores y protagonistas. Mallinistas, exploradores y grupos de catequesis se adueñan del patio. Al mismo tiempo, los vecinos se acercan a la capilla para celebrar la Eucaristía o recibir algún otro sacramento.
Mientras tanto, unas horas antes —los sábados por la mañana— un grupo de hombres y mujeres pertenecientes a la comunidad de recicladores santiagueños se reúnen en el Oratorio, que funciona como su “sede”. Desde allí, algunos salen a explicar a los vecinos la importancia de separar y clasificar los residuos en los domicilios, mientras otros se encargan de la recolección y acopio de los materiales ya clasificados.
Patricia Tula tiene 29 años y es promotora ambiental. Llegó al Oratorio a partir de la invitación que le hizo otro compañero y allí se encontró con un montón de oportunidades: “De tener un trabajo formal, de ser reconocidos por los vecinos, de sentirnos acompañarnos en nuestra tarea y sobre todo de dignificar nuestro trabajo”. Ella reconoce que muchas veces el cartonero no es bien visto por los vecinos; sin embargo, gracias al trabajo en conjunto con el Oratorio, “muchas familias aprendieron a separar los residuos, conocieron lo que hacemos y cómo somos”.
“No podemos estar ajenos a lo que el papa Francisco nos propone, que es el cuidado de la Casa Común, el grito de la tierra y el grito de los pobres —sintetiza Silvio Torres—. Nuestra tarea tiene que ver con este deseo de formar personas íntegras. Nosotros tenemos el ‘plus’ de ofrecerles que van a ser queridos, que van a ser apreciados, que se den cuenta que son valiosos y que puedan compartir eso con otras personas”
Adolescentes que van en busca del sueño de terminar el secundario; jóvenes que se forman para cuidar y aprovechar el monte; animadores y voluntarios que dedican su tiempo al servicio de otros; recuperadores que enseñan a reciclar a toda la comunidad. Todos forman parte del Oratorio Don Bosco de Santiago del Estero. Y todos tienen la posibilidad de encontrarse con Jesús y de colaborar en hacer el ambiente en que viven un lugar sano y con oportunidades.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2022