Un recorrido por la figura de María en el Nuevo Testamento
Por Vicente Ricchetti, sdb
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Cuando concurrimos a los santuarios, templos, capillas bajo múltiples advocaciones marianas… cuando vemos las ermitas de la Virgen en los cruces de los caminos y en las entradas de las ciudades…, cuando peregrinamos a Luján, San Nicolás, Itatí, Del Valle… cuando vemos a niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos rezando el rosario o llevándolo en el cuello o con una vela en sus manos… descubrimos que hacia la persona de María hay una devoción muy particular.
¿La sentimos como un ídolo o como parte de la Humanidad? ¿Está lejos, como alguien inalcanzable, o la sentimos muy cerca de nosotros? ¿Quién es para nosotros María? ¿Qué rol ha cumplido o cumple hoy en el mundo, en la Iglesia? Aprendimos desde pequeños a rezarle y a decirle «Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…»
Niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos rezando el rosario o llevándolo en el cuello o con una vela en sus manos, hacia la persona de María hay una devoción muy particular.
Sí, María es Madre de Dios y es nuestra Madre. Es Imagen, Modelo y Alegría de la Iglesia. Todos los bautizados queremos seguir caminando hacia el Reino definitivo con el estilo de vida e imitando las virtudes de María… Ella fue y es la dulce muchacha humilde de Palestina quien el Padre Dios eligió para ser Madre de Jesús, Hombre y Salvador. Por eso es humana como nosotros, pero tuvo el don de haber sido llamada, consagrada para una misión que aún hoy sigue cumpliendo en la humanidad.
Para comprender y contemplar su misión debemos buscar el fundamento de su culto en la Palabra de Dios.
De los 27 libros del Nuevo Testamento sólo cuatro la llaman por su Nombre: los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas, como también en los Hechos de los Apóstoles. El evangelio de Juan nos habla de Ella, sin nombrarla, haciendo siempre referencia a la Madre del Salvador: en las Bodas de Caná y junto al pie de la cruz.
Es decir que hablar de María en el Nuevo Testamento es hacerlo a través de los evangelistas… La máxima «A Jesús por María» tiene sus raíces en la bimilenaria tradición de la Iglesia. Veamos cómo aparece en los evangelios…
María en San Marcos
Tan sólo dos pasajes nos iluminan para definir a María (Mc. 3, 31-35)
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» ¡Qué mejor elogio a María que éste!
El segundo pasaje es la escéptica exclamación de los que se admiran, incrédulos, de su inexplicable poder y sabiduría: (Mc. 6, 13)… “¿es acaso el carpintero, el hijo de María…y sus hermanos no viven aquí, entre nosotros?»…
La figura de María, según Marcos es la imagen de la tradición preevangélica y se remonta a Jesús mismo. María es Madre no sólo por la sangre, sino por la Fe. Hay una relación de parentesco muy íntima con los que creen en Jesús, como Madre de los discípulos del Señor.
María en San Mateo
El evangelista nos presenta el origen del Mesías a través de la Genealogía donde surge como plenitud, su Madre. «….Jacob fue padre de José, esposo de María, de la cual nació Jesús que es llamado Cristo».(Mt. 1, 1)
Al final del primer capítulo habla de la concepción virginal de María y el nacimiento de Jesús. Luego, en el segundo, en la visita de los Magos, nos dice:»…encontraron al niño con María, su madre…” (Mt.2, 11).
Mateo no ignora la visión mariana de Marcos, sino que la retoma en la centralidad de su evangelio (Mt.12, 46-50), (Mt.13, 53-57).
María en San Lucas
El evangelio de Lucas está centrado en los Testigos. Es interesante descubrirlo leyéndolo desde esta óptica. «María guardaba todas estas cosas y las contemplaba en su corazón…» (Lc. 2, 19). «…Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc. 2, 51).
Podemos contemplar en los primeros capítulos que la primer y fiel Testigo es su Madre, María. El «Si» de María es la respuesta a la Fidelidad de Dios (Lc.1, 26-37), lo mismo que el elogio de su prima Isabel: «…Feliz de Ti porque has creído...» (Lc. 2, 39-45). Todo lo podemos recapitular en el Canto de la Virgen María, el Magnificat. Es alabanza, Acción de Gracias a la misión encomendada por Dios. Es asumir la Fe de los creyentes, en especial los humildes y los pobres. «…derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes…» (Lc. 1, 47-55).
Aquí es muy bueno recordar lo que nos dejó como enseñanza de María, Juan Pablo II en la Carta «Madre del Redentor.» Sobre el Magnificat nos decía: …«La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su Fe, expresada en las palabras del Magnificat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes,… La Iglesia debe mirar hacia Ella, Madre y modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión». (nº 37)
María en San Juan
Juan, el apóstol predilecto de Jesús, no llama a María por su Nombre sino que le dice “Mujer”. Lo vemos en los dos pasajes salientes de la relación María-Mujer.
En las Bodas de Caná, María hace «adelantar» la «hora de Jesús». Aquí vemos su sobresaliente intercesión. «…la madre de Jesús le dijo: «no tienen vino». Jesús le respondió: «¿Mujer, qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo que Él les diga» (Jn. 2, 3-5)
María es la gran Mujer-Madre de toda la humanidad nueva que pregusta el vino de la salvación.
«…Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y cerca de Ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: «Mujer aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa».
María no solamente es la Madre de Jesús, sino que encomendada por Jesús, se convierte en Madre de Juan quien la recibe en su casa. Y en Juan, es la Madre de toda la humanidad redimida por la sangre de Jesús. Su Madre es nuestra Madre.
María no solamente es la Madre de Jesús, sino que encomendada por Jesús, se convierte en Madre de Juan quien la recibe en su casa.
En María todo lo que dice Jesús encuentra luz y apoyo. No se puede prescindir de Ella para hablar de Jesús. Ella nos lo presenta como Evangelio, es decir como anuncio de la salvación. Hay un mariólogo que dice: «María no es el evangelio. No hay ningún evangelio de María. Pero sin María tampoco hay evangelio. Y Ella no falta en ninguno de los cuatro».
La misión de María no acaba con la humanidad de Cristo aquí en la tierra donde lo atiende, lo alimenta y lo educa como toda madre hace con su hijo, sino que acompaña su resurrección y el nacimiento de su Iglesia.
María camina junto a la humanidad «vestida de sol, coronada de estrellas, de pie sobre la luna…» (Ap.12). Porque Ella es «como la Palabra de Dios de la que es eco». María es Madre de Jesús y es nuestra Madre.
Auxiliadora y Madre de la Iglesia
El culto a María Auxiliadora está íntimamente ligado a defender la Fe cristiana. Ya en 1558 aparece esta advocación en las Letanías marianas, a partir de dos hechos históricos ya conocidos por muchos: las batallas de Lepanto (1571) y de Viena (1683). María está presente para acompañar a sus hijos en la defensa de la Fe.
Don Bosco fue el apóstol moderno de esta advocación. En su vida y junto a sus jóvenes fue adquiriendo una conciencia viva de intervención directa y social de María para auxiliar a los jóvenes, en especial a los más pobres y abandonados.
Al ingresar con sus muchachos al Santuario de María Auxiliadora en Turín (9 de junio de 1868), Don Bosco exclamó «Yo no soy el autor de esta maravilla. Es el Señor. Es María Auxiliadora. Ellos se han valido de un pobre sacerdote para realizarla. Pero les aseguro que cada piedra de este templo es una gracia de la Virgen«.
No se puede entender ni vivir el carisma salesiano sin la presencia materna de María. Ella siempre está presente acompañando a sus hijos, caminando junto a ellos como verdadera madre.
Por eso «creemos que María está presente entre nosotros y continúa su misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos». Este acto de fe salesiano que está escrito en las constituciones de los salesianos, sirva para toda la familia y para el «vasto movimiento».
María para Don Bosco y sus jóvenes, no es sólo la Madre solícita, sino que es la Madre Inmaculada, la llena de Gracia, que invita a los ideales nobles, a caminar mirando hacia adelante, comprendiendo la debilidad y las limitaciones humanas. El nos invita a «tirar del manto de la Virgen». Por eso queremos ser hijos fieles de esta Madre agradeciendo y pidiendo su auxilio. Ella nos alienta a la solidaridad y a formar con nuestras manos «una cadena más fuerte que el odio y que la muerte»
BOLETÍN SALESIANO – MAYO 2006