Una misión en la Amazonía

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Entrevista a Daiana Vergara, misionera en la selva de Perú.

Por: Ezequiel Herrero y Valentina Costantino

redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Daiana Vergara tiene 31 años, es entrerriana y varios años de su vida transcurrieron en una obra salesiana. Desde abril forma parte de la misión de la Iglesia Argentina en la Amazonía de Perú. Si bien, un tiempo atrás, ya había vivido una experiencia similar con los salesianos en Angola, actualmente se encuentra en un territorio donde la presencia de la Iglesia Católica es muy reciente y donde Don Bosco está dando sus primeros pasos. 

¿En qué consiste la misión argentina en Perú?

El proyecto nace a partir de la publicación de la Encíclica Laudato Si y el llamado que hace el Papa Francisco a renovar la misión y sobre todo a misionar la Amazonía. A raíz de eso los obispos de Argentina empiezan a ponerse en contacto con el obispo de la Amazonía, y de a poco, se va concretando este proyecto. 

Acá hay mucho por hacer, por crear, por generar. La parroquia recién está cumpliendo su primer año de vida. Hacemos muchas visitas a las comunidades nativas. Tenemos catequesis y estamos comenzando un oratorio. Hay mucha presencia evangélica, así que la idea es que sean actividades abiertas para que todos se sientan recibidos.

¿Cómo es un día tuyo en la misión? ¿Cómo se organizan con la comunidad? 

Es una comunidad diversa formada por distintos estados de vida: sacerdotes, consagrados, laicos… Eso es un desafío, implica encuentros de oración, de planificación, de compartir, para ir construyendo cómo queremos ser comunidad. Cuando yo estaba en Angola tenía una rutina: escuela, banda, oratorio. Al ser una presencia nueva acá ningún día es igual a otro, pero todos los días se generan encuentros y oportunidades para llevar a Jesús

En este último tiempo por las mañanas empecé a visitar algunas escuelas, conocer a los chicos y que ellos nos conozcan, acompañar a profes. También estoy al servicio de la economía parroquial y de la comunidad. Y por las tardes vamos a las comunidades que están a una hora y media de viaje, y ahí estamos con los niños, compartimos y celebramos la Palabra.

¿Por qué elegiste participar de esta iniciativa?

Cuando volví de Angola sentí que algo más pasaba dentro de mí. Sentí el llamado a ser laica misionera. Y en ese tiempo una de mis hermanas de la comunidad de Angola me presentó este proyecto. Y yo supe que era lo que estaba buscando. En primer lugar, por la propuesta de la vida comunitaria, no me imagino una misión sola, siempre me imaginaba con otros; y por otro lado, la Amazonía era algo que me estaba interpelando mucho en ese momento, por lo que tenía que ver con Laudato Sí y el medio ambiente. Y un tercer factor que me hizo entrar al proyecto, y me ayudó mucho a crecer, es dar un paso afuera de los salesianos. Eso me daba mucho miedo, y a la vez me mostró un mundo enorme y encontré la riqueza de vivir el carisma en un contexto donde no hay salesianos pero la presencia de Don Bosco se va haciendo sentir. 

Como toda misión, uno viene con poco y en lo poco encuentra un montón.

A mí cada vez me maravilla más la creación. Nunca lo había visto de esa manera, contemplando el regalo de la naturaleza que se nos hace. Es importante seguir concientizando sobre la importancia de cuidar el medio ambiente, porque acá falta mucho.

Y por otro lado, el cuidado de la cultura: los ancestros, la historia, las costumbres, los mitos. Valorar a los que están antes de nosotros. Mucha cultura se va perdiendo con los jóvenes porque a ellos les da vergüenza, pero nosotros animamos a seguir transmitiendo.

Si bien son apenas unos meses vividos en Perú, hasta ahora ¿qué destacas de este tiempo? ¿Recordás algún momento hasta ahora que te haya marcado?

A mí cada vez me maravilla más la creación, el regalo de la naturaleza que se nos hace. Es importante seguir concientizando sobre la importancia de cuidar el medio ambiente, porque acá falta mucho. Y por otro lado, el cuidado de la cultura: los ancestros, la historia, las costumbres, los mitos. Valorar a los que están antes de nosotros.

Hace unas semanas en el oratorio del domingo se dio un encuentro muy lindo. Como no tenemos lugar, salimos a la calle a jugar en la vereda. Y se acerca un nene de siete años, que es terrible y me dice: Ahora me doy cuenta lo que ustedes hacen y lo que es la Iglesia, te quiero pedir perdón porque me siento mal. Para mí es una certeza mostrarles a los niños que la Iglesia es otra cosa. Ellos necesitan este espacio, y el oratorio es la propuesta que tenemos para ofrecerles.

Estamos próximos a cumplir 150 años de la llegada de los primeros salesianos a Argentina. Desde tu experiencia como misionera, ¿qué destacas de aquellos primeros misioneros?

Pienso en los misioneros que llegaban desde Europa, de otro contexto, y pienso en la apertura y flexibilidad de recibir las costumbres y los hábitos de cada comunidad, de estar abiertos a una nueva experiencia del amor de Dios, sin juicios ni prejuicios.

A mí siempre me queda la familiaridad, el encuentro y la cercanía de ir a compartir la vida, sin tanta doctrina. Y después el desprendimiento de las cosas, vivir la gracia de la providencia, de no preocuparnos por lo que nos va a faltar, sino dejar todo y confiar en que Dios se ocupa. El padre Chimento una vez me dijo “Dios ya llegó acá, nosotros venimos después”. Y eso siempre lo tengo muy presente.

¿Qué esperás haber aportado y qué buscas llevarte?

Si hay algo que puedo ofrecer es el regalo que Dios me hizo de conocer a Don Bosco, de elegir y vivir el carisma salesiano. Eso es lo que tengo para ofrecer. Sueño con una parroquia abierta, que reciba niños, jóvenes, que encuentren aquí un espacio para jugar, compartir, rezar. Que encuentren una experiencia de familia, y como comunidad misionera, recibir la vida como viene.

La misión me sana, me libera, me hace más libre, y eso me ayuda a estar más cerca de Jesús.

En lo personal, confirmo cada día que la misión me sana, me libera, me hace más libre, y eso me ayuda a estar más cerca de Jesús.

¿Qué características de Dios descubriste en esta misión?

Un Dios padre y hermano. Un Dios que me cuida y camina a mi lado en cada momento, que está atento a las necesidades de todos y de la comunidad, desde la providencia de lo material hasta de situaciones que se van generando y que nos permite hablar de él. Como toda misión, uno viene con poco y en lo poco encuentra un montón. 


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