La “hospitalidad cuidante”

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Algunas pistas para reflexionar sobre el lema de este año

Por Facundo Arriola, sdb
farriola@donbosco.org.ar

Muchas de las primeras comunidades cristianas que eran perseguidas y vivían con esa preocupación hacían cotidianamente una onda experiencia de fe en Jesús. Esa fe era fidelidad creyente en Jesús que les transmitía perseverancia y paciencia. Así, las situaciones de mayor complejidad las atravesaban enraizándose en Jesús.

La fidelidad en Jesús fue configurando en los integrantes de las primeras comunidades sus formas de vivir la compasión y la acogida hacia las y los últimos. La acogida, también denominada hospitalidad, que ejercía Jesús en los relatos del evangelio muestran uno de los modos de ser de Dios: la misericordia. Por eso la hospitalidad es un acto de descentramiento que permite “demorarse” en el otro, tratarlo con ternura, y dejarse tocar por sus dolores, sufrimientos, alegrías y sueños. Acoger misericordiosamente es recibir la vida como viene, sin miradas condenatorias atadas a nuestras pobres “verdades”.

Un lugar de encuentro con Dios

La hospitalidad es un “lugar teológico”, porque cuando uno acoge al más débil y necesitado allí está Jesús: “Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; fui forastero, y me albergaste; estuve desnudo, y me vestiste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y viniste a mí” (Mt 25, 35-36)

En el Antiguo Testamento hay un bello ejemplo de la hospitalidad en el relato del génesis de la manifestación de Dios a Abraham en el encinar de Mambré (Gn 18). Ahí Abraham se desvive por atender a los peregrinos que se transforman en sus huéspedes, y les ofrece lo mejor que él tiene. Abraham ejerce una hospitalidad exquisita y ahí mismo se encuentra con Dios.

Jesús le devuelve la vida a un joven: algo más salesiano que esto no hay.

El filósofo francés Jacques Derridá define a la hospitalidad absoluta como esa acción y actitud de recibir al “totalmente otro”, al extranjero. Jesús mismo es hospitalidad absoluta cuando por ejemplo ve, se conmueve y acoge a esa pobre viuda que llevaba su hijo para sepultarlo. Nadie le suplica, ni la mujer misma, sino que Jesús conmovido actúa con hospitalidad, se hace refugio acogedor para el sufrimiento desgarrador de la viuda. De hecho, el milagro se produce por la compasión que experimenta Jesús y no por la fe de la mujer. Jesús, movido por la compasión, sintoniza su corazón y sus entrañas con las lágrimas de la madre viuda. Se involucra en su dolor hablándole y consolándola; toca el féretro y le ordena que se levante. Por ello la dinámica de la hospitalidad implica profundizar en las relaciones personales, especialmente estar atentos a las necesidades y dolencias del otro, es tender las manos con convicción y coraje. 

Jesús le devuelve la vida a un joven, algo más salesiano que esto no hay. En este tiempo de pandemia estamos llamados a nivel personal y comunitario a cuidar, sanar, consolar, resucitar la vida de los y las jóvenes empobrecidos. Y en esto consiste la esperanza; enraizada en Jesús es propuesta y respuesta para tantas situaciones que están viviendo los y las jóvenes en este tiempo. Una esperanza de la hospitalidad es lo que nos traerá aires nuevos y renovados en nuestras comunidades.

Personas a cuidar, no cosas a descartar

Este año como comunidades educativas estamos llamados a “demorarnos” en el otro. Esta actitud tan propia de la hospitalidad lleva implícita una acción muy característica de Dios padre-madre que es el cuidado.

En cada uno de los equipos y grupos de una obra salesiana podríamos hacer el ejercicio de preguntarnos: ¿cómo hemos cuidado el año pasado a quienes están más empobrecidos de los distintos ámbitos de la casa? Y otra pregunta para este año: ¿cómo estamos pensando cuidar en el 2021?

Una esperanza de la hospitalidad traerá aires nuevos y renovados en nuestras comunidades.

En este sentido, se puede hablar de una “hospitalidad cuidante”, que implica poner el acento en el cuidado responsable y comprometido. Así, los pequeños actos de cuidado que podemos hacer en nuestras comunidades se oponen a lo que Rita Segato denomina las “pedagogías de la crueldad”. Estas son las que nos enseñan y habitúan a transformar lo vivo y digno de la vida humana en meras cosas u objetos vendibles, desechables o descartables. 

“Cosificar” la vida conlleva una desritualización de la muerte y su inmediato olvido. También habilita a todo tipo de abuso, a los femicidios, a la trata de personas, y a tantas otras crueldades más. ¡Y no solo esto es lo más triste! Sino que cada vez bajamos más nuestro umbral de dolor y empatía frente a todo esto. No solo lo naturalizamos, sino que día tras día dejamos de sentirlo.

Un ejemplo claro de esto es cómo reaccionamos, sentimos y actuamos cuando nos dicen que el promedio de femicidios es de una mujer cada 23 horas —¡cuántos más habrá que desconocemos!—. Y podemos darle una vuelta más: ¿qué nos pasa cuando escuchamos al asesino de Úrsula decir “me mandé una cagada”? ¿Matar a una persona a puñaladas es tan solo una cagada?

La vida “cosificada” no es ver sólo al otro como “cosa”, sino convertirnos en una “cosa”, ya que transitamos un proceso de desensibilización al sufrimiento de los otros. Entonces, una hospitalidad cuidante es involucrarnos en el sufrimiento del otro y desde allí favorecer a ser comunidades de puertas abiertas que protegen con gestos, acciones y propuestas la vida más débil y amenazada.


«Nos mueve la esperanza»
Lema del Rector Mayor para la Familia Salesiana

“La huella de Dios en la humanidad se nota especialmente en la capacidad de salir al encuentro del otro en un acto de solidaridad con su creación. El egoísmo es el acto contrario, porque busca la autocomplacencia, nos vuelve auto-referenciales y genera la cultura siempre creciente del individualismo, la cual termina por exponer nuestra pequeñez.

Durante la pandemia, sin duda, nos hemos dado cuenta de que somos demasiado vulnerables, frágiles y dependientes. Todos. No solo algunos. Bajo una misma amenaza colectiva, inimaginable y sentida, toda la humanidad siente la necesidad de los otros. Vivimos necesitados del otro. Del mutuo cuidado. No queremos estar solos. Ojalá este tiempo nos enseñe a apostar más por la solidaridad y la fraternidad frente al ‘virus del individualismo’ ¡Cuánta razón tiene el papa Francisco! La solidaridad es la mejor victoria sobre la soledad” (5).

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BOLETIN SALESIANO – MARZO 2021

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