Una lección de la naturaleza
“Reciban mi cordial saludo, amigos lectores, y todos los miembros de nuestra querida Familia Salesiana. Quiero ofrecerles una reflexión que me ha llegado como lección de la naturaleza.
En el mes de julio tuve la oportunidad de vivir una semana de serenidad y paz en un retiro espiritual junto con los demás miembros de nuestro Consejo General. El lugar en el que estábamos era el monasterio de Vallombrosa, Italia. Un lugar muy sencillo, sobrio, que se encuentra en medio de la naturaleza, a mil metros de altura, rodeado de miles de abetos que tenían, muchos de ellos, más de veinte metros.
Allí aprendí una lección de biología que me impresionó. Ya me había fijado que aquellos abetos eran muy altos y rectos. Y la copa de cada uno era muy pequeña, con pocas ramas y pocas hojas;me atrevería a decir que tenían lo esencial para poder vivir realizando las funciones propias de las hojas, y seguir creciendo.
Preguntando a un experto por tal singularidad, me dijo que aquellos abetos tenían tres características muy especiales: unas raíces muy profundas, un tronco muy flexible y una copa muy pequeña.Preguntándole el porqué de esto, me brindó una explicación que me maravilló:
- Las raíces profundas son muy necesarias para poder encontrar humedad y agua, por más que haya sequía en la superficie, a veces con veranos que son abrasadores, incluso en la montaña.
- El largo tronco necesita ser muy flexible para poder oscilar a merced del tiempo. Sin esa flexibilidad, con tanta altura, fácilmente se romperían si fuesen más rígidos.
- Por último, el tener una copa tan pequeña es, podríamos decir, un elemento de evolución natural para que en las grandes nevadas las ramas no se rompan. Si fuese muy ancha y con muchas ramas, sin duda que el peso de la nieve las quebraría, poniendo en peligro todo el abeto.
¡Qué increíble metáfora, qué lección de vida de la propia naturaleza para nosotros los humanos!Y de inmediato pensé en nosotros.
Si alcanzamos a vivir con una profundidad e interioridad grande que nos permita encontrar ese“agua fresca” de la serenidad y de la paz, aún en los días difíciles, no nos derrumbaremos.
Si somos capaces de ser flexibles en lo esencial, de ser versátiles cuando lo que está en juego es importante, cuando cambiamos la intransigencia por el diálogo, la escucha, la paciencia y la cercanía que nacen del amor, no nos quebraremos fácilmente.
Y si buscamos de verdad sólo lo más esencial, lo auténtico, lo más imprescindible y que más nos llena, otras cosas pasarán a ser absolutamente relativas y nos sentiremos más plenos y más ricos en todos los sentidos.
Me parece que esta lección de la naturaleza es muy oportuna en este año. Al mismo tiempo que los saludo con toda cordialidad, los invito a dejarnos sorprender un poquito, si lo tienen a bien, por esta bella lección de la misma naturaleza. ¡Qué hermosa huella ha dejado el Creador en esto!
”
Por Don Ángel Fernández Artime, sdb
Boletín Salesiano, octubre 2017