Las “buenas costumbres”

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Decir a un hijo que es un “maleducado” sería tirar piedras contra el propio tejado. “¿Y quién me educa? Vos, ¿no?”, podría responder. Enseñar hoy las buenas costumbres es una de las tareas más arduas.

 

El ejemplo que enseña

Lo primero que hay que recordar es, como siempre, la importancia de dar el ejemplo. Si nuestro hijo de tres años vuelca su caja de pinturas y grita algún insulto, es necesario pensar dónde lo aprendió antes de enojarse con él. Tal vez se encuentre al responsable frente al espejo. Una madre cansada por las continuas peleas de sus dos hijas perdió la paciencia y les gritó: “¡Basta de peleas! ¡No aguanto más!”. Las chicas la miraron sorprendidas y una replicó: “Papá y vos están siempre peleándose. Esto es lo mismo”. Los padres deben acordarse siempre de decir “por favor” y “gracias” cuando hablan con los niños, aún en las expresiones más simples, como “por favor, levanta la rueda de tu bicicleta de mis pies”.

A los niños les cuesta mucho acordarse las reglas del comportamiento doméstico, y les costará aún más si esas normas no se practican habitualmente. Para lograr el desarrollo de buenas costumbres es necesario que los padres enseñen a sus hijos a “resistir” la mala educación que muchas veces los rodea. Ver un programa de televisión, salir a la calle, subir a un colectivo o incluso ir a la escuela supone una inmersión en situaciones cargadas de vulgaridad, descortesía y grosería. Estamos rodeados de “malas costumbres” que se observan a diario: fumar, emborracharse, gritar para hacerse oír, decir mentiras, tirar papeles al suelo, cruzar la calle con el semáforo en rojo, hablar con la comida en la boca, interrumpir o no escuchar a los otros. Por este motivo hace falta una educación específica, que se puede obtener de dos modos: con reglas firmes que se deben observar en casa y fuera, pero sobre todo con la creación de un clima de respeto, real y vivido diariamente.

Enseñar el respeto 

No basta con enseñar algunas normas. Los niños aprenden el respeto cuando ven que los padres se tratan el uno al otro —y a los miembros de su familia— de modo educado y respetuoso; crecen pensando que la forma como los han tratado es el modo de tratar a los demás. Con el ejemplo podemos enseñar al niño que el respeto implica aceptar a otras personas, sabiendo que las necesidades de los demás son tan importantes como las propias, y que incluso a veces van por delante.

Aprenden el respeto cuando ven que los adultos también se tratan de modo respetuoso.

Admitir los errores, pedir disculpas por las ofensas que podemos haber causado e intentar ser más atentos en el futuro ayuda a mejorar el clima familiar. La honestidad y la humildad de los padres demostrarán a los hijos que siempre se puede seguir aprendiendo a respetar a los demás.

Otra cuestión importante a tener en cuenta son las palabras y el tono que se utiliza en cada diálogo. Los niños observan todo el tiempo cómo se tratan los padres entre sí: el tono de voz, la actitud, las emociones. Por ello es importante el modo en que la madre y el padre resuelven sus desacuerdos y cómo se comunican para aclarar pequeñas incomprensiones. El chico nota aun los más pequeños gestos de atención entre ellos, y se convierten en un modelo mental para tratar con las personas. Cuando se usan habitualmente y de modo natural tonos y preguntas amables, los niños entienden que de ese modo deben tratar a las personas.

Respetar las diferencias 

Cada miembro de la familia, aun el más pequeño, tiene derecho a ser respetado. El modo de tratar nuestras cosas también puede inducirles, por imitación, a adoptar una determinada actitud con las suyas. Los niños captan todo —si la ropa está amontonada en el suelo, las herramientas tiradas por ahí o las puertas cerradas de golpe— y a partir de allí siguen nuestras huellas. Además es importante, en la medida de las posibilidades, garantizarles un espacio privado, y es necesario enseñarles a respetar la intimidad de los demás: por ejemplo, a golpear cuando una puerta está cerrada y a esperar el permiso para entrar.

Crecen pensando en que la forma en que los han tratado es la manera de tratar a los demás.

Finalmente, es vital enseñar a los hijos a respetar las diferencias. Los niños de hoy, cuando sean mayores, deberán habituarse a estar con personas de origen, cultura y costumbres diferentes. Un ambiente familiar presidido por la educación, el respeto y la tolerancia hacia las diferencias individuales los preparará a respetar los derechos y las necesidades de los otros en la sociedad.

Por Bruno Ferrero • redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Boletín Salesiano, marzo 2017

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