Frente a la pandemia estamos llamados a descubrir con mirada de fe que el Señor de la Vida está en medio nuestro.
Al igual que muchos de nosotros, también la comunidad de los discípulos de Jesús vivió un escenario de encierro y desconcierto tras la muerte del Amigo. Incluso entre ellos aparece la tentación de tomar cada uno su camino, la salida individualista. Pero encerrados, con miedo y tristeza, Jesús los sorprende. Allí irrumpe el anuncio: ¡Jesús está vivo!
En esa y en esta tormenta que genera temor no estamos solos. Somos hermanos, como Marta y María, y somos discípulos que hemos creído y caminamos juntos. Frente a ese escenario de tristeza, de desorientación, el corazón busca y espera: “Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena corrió al sepulcro”. Irrumpe la gran noticia: “El Señor ha resucitado”. El Amor está vivo. El Señor ha vencido la muerte.
Frente a la realidad de la pandemia que ha sacudido a la humanidad, estamos llamados a descubrir con mirada de fe que el Señor de la Vida está en medio nuestro. Él comparte nuestras lágrimas. No está ajeno a lo que estamos transitando.
Jesucristo es palabra que nos saca de las tumbas. Es presencia que irrumpe dando vida, en un abrazo que libera y llena de gozo. Es la luz que nos desata de los miedos. Es agua fresca que sacia para que nunca más tengamos sed. Es el pan y el vino, celebrando la alianza con el Amor que no muere.
Como con los discípulos, Jesús está en el camino. Viene hacia nuestra realidad para que el dolor no nos paralice. Que la muerte no nos encierre ni anestesie el corazón. Jesús viene porque ama nuestra frágil humanidad y porque ese no es el final del camino.
En este tiempo de tanto dolor, lágrimas, pérdidas y crisis, tenemos la oportunidad de escuchar la Palabra que da vida. No estamos solos. Si están los hermanos, está Él. En Jesús la fraternidad es respuesta y denuncia a la tentación del encierro individualista.
Hoy Jesús nos llama a salir:
- de la idolatría del dinero que genera muerte
- de la corrupción que huele a fétido
- de la opresión de la avaricia que excluye y mata
- de la agresividad y el maltrato que deshumaniza
- de la cultura del consumo y el descarte
- de los reproches y lamentos
- del atropello a la naturaleza, que contamina y destruye
- de la insensatez de vivir de apariencias
- de una vida cristiana reducida solo a los ritos.
Si dejamos que Jesús entre en nuestra familia, ésta no será lugar de reproche y de tristeza. Allí veremos la gloria de Dios, que nos pone de pié. Allí no habrá el olor fétido de la muerte, sino el perfume del abrazo entre hermanos.
Las tormentas son inevitables y navegar en la barca con Él no nos exime del cansancio y el esfuerzo. Su presencia no nos anula ni nos quita el protagonismo. El camino es oportunidad y proceso de pasar de la muerte a la vida.
Porque cuando amamos de verdad triunfará siempre la vida. Por eso, en este tiempo de incertidumbre, de tormenta, hemos visto al Resucitado:
- En cada la familia compartiendo el diálogo, el tiempo en gratuidad y las celebraciones.
- En esta cuarentena que nos mostró nuestra fragilidad y lo efímero de nuestras seguridades.
- En el valor y la entereza de los agentes de la salud, médicos, enfermeras, y auxiliares, que permanecen junto al que sufre.
- En la comunión y cercanía de los hermanos, porque nadie se salva solo
Dejemos que la luz de Su presencia aleje las tinieblas. Dejemos que en su abrazo renazca la alegría. Anunciemos que Jesucristo ha vencido la muerte: pasamos con Él de la muerte a la vida cuando amamos como él nos enseñó.
El Señor nos llama a “salir”. No dejemos que ninguna muerte nos encierre y paralice. Anunciemos, con gozo y pasión: “Jesús, el Señor, vive”. Digamos con Pedro, la Iglesia: “Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Por Pedro Narambuena, sdb // petrusnsdb@yahoo.com.ar
BOLETÍN SALESIANO – ABRIL 2020