El rostro de la misericordia

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En diciembre comienza el tiempo que Francisco nos invita a dedicarle a la misericordia, la forma en que Dios ama a sus hijos, y que Jesús nos enseñó.

En pocos días los cristianos estaremos abriendo “las puertas de la misericordia”. El papa Francisco nos ha convocado a celebrar juntos un año santo especial, un jubileo, un tiempo de gracia para contemplar más detenidamente el rasgo más distintivo del Padre: su ternura, su compasión, su misericordia. En el pasado mes de abril, él mismo nos ha escrito una carta presentando esta propuesta y ofreciendo algunas pistas para aprovechar este año en particular. La ha titulado El rostro de la misericordia —en latín, Misericordiae Vultus, MV—

Este año santo especial comenzará el 8 de diciembre. A partir de ese día en Roma y en cada Iglesia del mundo se abrirá simbólicamente una puerta santa que todos estaremos invitados a atravesar. Ella será un signo de esa peregrinación existencial a la patria de la compasión por la que comenzamos a andar cuando rechazamos toda actitud que sea juicio y condena. Desde ahí podemos avanzar a la segunda etapa del camino que nos lleva a centrarnos en lo bueno que hay en los demás para llegar, de esta manera, a la meta del perdonar y del darnos (MV 14) en una entrega solidaria por los más pobres (MV15).

Nos hará mucho bien leer esta carta por la claridad y contundencia a la que nos tiene acostumbrados el Papa y, sobre todo, para prepararnos de corazón a este tiempo de gracia que se nos acerca. Ofrecemos algunas frases de la misma, a las que les hemos imaginado un título:

No basta amar

“La misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible (…) Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos”. (MV 9)

Buscar siempre lo bueno

“Nuestros juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia es exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo bueno que hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar”. (MV 14)

Abrir los ojos para curar heridas

“En este Año Santo podremos abrir el corazón a cuantos viven en las contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea (…) Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad (…) Nuestras manos estrechen sus manos, y que sientan el calor de nuestra presencia, amistad y fraternidad”. (MV 15)

¿Por qué el año de la Misericordia comienza el 8 de diciembre de 2015?
Porque ese día se cumplirán los cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano Segundo. El Papa desea mantener en nosotros viva la memoria de este evento que ha hecho entrar a la Iglesia en una nueva etapa de la historia, en la que sintió “la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre” (MV 5).

Abrir puertas

“En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo”. (MV 25)

El anhelo profundo de Francisco

“¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros”. (MV 5)

Nos quedamos al final con este deseo, que se convierte en desafiante invitación. Dios quiera que allí donde estemos, en cada una de nuestras familias, comunidades y presencias, podamos ir llevando la bondad y ternura de Dios: de hecho, es una de las maneras más profundas también de definir nuestro carisma y espiritualidad salesiana. Que nuestra “amorevolezza” palpable, nuestro espíritu de familia y nuestra pedagogía de la bondad sean caminos que abran de par en par las puertas a la misericordia, que es el rostro del Padre que nos ha revelado Jesús.

logo_misericordia

El lema y logo del Año Jubilar son una buena síntesis. Con el lema “Misericordiosos como el Padre” se propone vivir la misericordia siguiendo el ejemplo del Padre, que pide no juzgar y no condenar, sino perdonar y amar sin medida. El logo muestra al Hijo que carga sobre sus hombros al ser humano extraviado: el amor de Cristo lleva a término el misterio de su encarnación con la redención.

El dibujo destaca al Buen Pastor que toca en profundidad a la persona y lo hace con un amor capaz de cambiarle la vida. Él, con extrema misericordia carga sobre sí la humanidad, pero sus ojos se confunden con los del que lleva. Los tres óvalos concéntricos sugieren el movimiento de Cristo que saca al hombre fuera de la noche del pecado y de la muerte.

Por Manuel Cayo, sdb mcayo@donbosco.org.ar

Boletín Salesiano de Argentina, noviembre 2015

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