“Y a medianoche, el sol relumbró”

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¿Qué podemos aprender de los Reyes Magos?

Ilustración: Unsplash

Por Susana Alfaro
msusana.alfaro@gmail.com

Faltando pocos días para la Navidad vuelvo a pasar frente al pesebre que armamos hace unas semanas… No tiene muchas figuras mi pesebre, apenas el Niño con sus papás, unos animales, dos pastores y los Reyes Magos, que los ponemos un poquito más lejos, porque “vienen viajando”.

Siempre me identifiqué más con los pastores que con los Reyes. Me parecían más humanos, más “del pueblo”, con su corazón sencillo, los pies bien sobre la tierra, la mirada puesta en su rebaño, cuidando que ninguna oveja falte ni se aleje y sus preocupaciones centradas en lo cotidiano, en el pan de cada día, en resolver la supervivencia inmediata. Los magos, en cambio, con sus mantos, sus turbantes, sus camellos y sus cofres llenos de regalos extraños, se me hacían personajes más fantásticos, más alejados. Sin embargo, esta vez, algo de ellos me conmueve…

“Llegaron ya, los reyes y eran tres…”

El de los Reyes Magos es uno de esos capítulos de la Historia Sagrada que bien podrían comenzar con “Había una vez…”. La presencia de tantos elementos sobrenaturales hace que sea ideal para introducir a los más chicos en el mundo de los signos y las imágenes: los magos, la estrella que guía, el rey malo, los regalos. 

Sin embargo, nada de lo que aparece en los Evangelios está porque sí, y esta historia de apariencia infantil viene a contarnos una parte fundamental de la Buena Noticia, probablemente, la mejor parte, aunque a veces nos la olvidamos: la salvación que Dios viene a ofrecer es para todos, también para aquellos que habitan por fuera de las fronteras que trazan nuestras mezquindades.

Fueron unos extranjeros paganos los que miraron con sensibilidad creyente las novedades que aparecieron en lo Alto.

Los reyes del relato venían del Oriente, y si bien no está del todo claro a qué parte específica de la región hace referencia esa expresión —posiblemente fuera Persia— lo que sí es claro es que no pertenecían al pueblo judío. Es decir que fueron unos extranjeros paganos los que miraron con sensibilidad creyente las novedades que aparecieron en lo alto y se animaron a dejar la seguridad de su morada para emprender un viaje poco seguro para ir en busca del Mesías tan anunciado. Y al llegar, en lugar de sacar a relucir su ciencia y dar grandes explicaciones acerca de por qué pensaban o no pensaban que ese era el Salvador, abrieron su corazón al Misterio de un Dios hecho Niño.

“Arrope y miel le llevarán…”

De todas las imágenes populares que hacen referencia a los Reyes, la de Ariel Ramírez y Félix Luna es de las que más me gusta, porque siento que los regalos que enumeran, además de ser propios de nuestra tierra, estuvieron pensados con una gran ternura, más para cuidar la fragilidad del recién nacido que para resaltar su divinidad. Y me juego el todo por el todo que de verdad le habrían encantado. Porque es lo mismo que Él viene a decirnos/regalarnos a nosotros: “Trátense con dulzura, abríguense unos a otros con suavidad”.

Quizá sea por eso que esta vez me conmovieron los Reyes. En este año de tanta conmoción, en el que tantas veces nos sentimos como equilibristas a los que se les van agregando pelotitas que deben mantenerse en el aire, en el que por distintas razones perdimos el ejercicio de mirarnos y cuidarnos, tal vez la figura de los Reyes Magos pueda servirnos de inspiración y nos ayude a darnos cuenta de que necesitamos apearnos de nuestras agendas y aquietar nuestros cuerpos para detenernos a contemplar el Misterio de ese Dios que tiene la fragilidad de un niño recién nacido y que nos sonríe desde su colchoncito de paja fresca. 

Tal vez los Reyes Magos puedan servirnos para darnos cuenta de que necesitamos apearnos de nuestras agendas y aquietar nuestros cuerpos para detenernos a contemplar el Misterio de ese Dios.

Un niño que desde su pequeñez nos muestra que no viene a nosotros esperando ser adorado y atiborrado de regalos, sino que viene a ser uno de nosotros para estar cerca, compartir el peso de la carga, y que con su ternura nos alivia y nos invita a ir sacando una a una las piedras de nuestra mochila: la tristeza por las ausencias, la preocupación por el futuro incierto, la rabia por las injusticias, la amargura del desamor, la impotencia frente a la enfermedad, lo inexorable de la vejez, la soledad de la incomprensión, lo exigente de saber que otros dependen de nosotros… Un Dios que se hace uno de nosotros en un gesto que nos iguala y nos hermana.

“Y fue después que sonrió…”

Había una vez unos Magos que vinieron del Oriente. Algunos dicen que en realidad eran sacerdotes; otros, que eran astrónomos; otros, sabios. Pocos acuerdan en relación al origen del fenómeno que vieron en el cielo y que los puso en camino. Tampoco hay consenso en relación a cuántos eran ni sobre sus nombres de pila, pero lo que está claro es que cuando Dios toca la existencia de las personas, poco importan los detalles. Alcanza con un corazón disponible a dejarse habitar por el Misterio del Amor. 

Que esta Navidad podamos sumar al pesebre de nuestro corazón a quienes por alguna razón consideramos extranjeros. Y que al vaciar el peso de nuestra mochila, nos sintamos disponibles para llevar dulzura y abrigo al Dios que habita en cada hermano, en cada hermana.

BOLETÍN SALESIANO – DICIEMBRE 2021

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