De conocido a familiar

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Por: Juan José Chiappetti

Hace un mes millones en nuestro país no dejaban de sorprenderse frente a la noticia: el nuevo Papa era argentino. Algunos lo conocían de cerca, por tratarlo directamente, otros por haberlo escuchado en alguna misa; para muchos, era sólo una figura pública, cardenal primado de Argentina, que aparecía cada tanto en los medios. Un poco más o un poco menos, en general había una cierta idea de quién era el cardenal Jorge Bergoglio. Por ello, el hecho de verlo salir al balcón de la basílica de San Pedro de Roma y escuchar su primer saludo a la multitud, “Buona sera” –“Buenas tardes” diríamos por acá – emocionó a muchos, a algunos hasta las lágrimas. 

Con el correr de las horas y de los días, las palabras, los discursos, pero en especial los gestos fueron dejando de ser simplemente “conocidos” para transformarse en “cercanos”, “familiares”, “de los nuestros”. Y cuando hablamos “de los nuestros” no hablamos de una facción singular y fanática, sino de aquellos con quienes se comparte un mismo lenguaje, o con los que podemos llegar a defender los mismos valores. Ya no era tanto el ser argentino lo que llamaba la atención, sino que las acciones iban coincidiendo con muchos, con el común de hombres y mujeres que no transitan el mundo con grandes pompas y ornamentos.

Nacido en el barrio de Flores, fue bautizado en la Basílica de María Auxiliadora y San Carlos de Almagro. En este mismo barrio porteño, de niño frecuentó el Oratorio San Francisco de Sales, y terminó sus estudios de nivel primario en el colegio salesiano Vilfrid Barón, de Ramos Mejía, en los años 1948 y 1949.
En su discernimiento vocacional tuvo gran importancia la orientación que le brindó el salesiano Enrique Pozzoli. «¿Qué huella me dejó el padre Pozzoli? En primer lugar familiar. Si en mi familia hoy se vive seriamente en cristiano, es por él. Supo poner y hacer crecer fundamentos de vida católica, es una referencia que llevamos dentro. Supo consolidar la devoción a María Auxiliadora y también a San Jose.» (Extracto de una carta del padre Jorge Bergoglio, sj., al padre salesiano Cayetano Bruno, en 1990).

“¿Por qué venís a rezar por el Papa?”, les preguntábamos a los jóvenes que de a miles se acercaron a la Catedral Metropolitana el lunes 18 a la noche esperando que a la mañana comenzara la transmisión de la celebración de inicio del servicio de unidad de Francisco, en Roma. “Para hacerle el aguante, porque creo que va a cambiar la Iglesia”, “Porque la Iglesia necesita de este Papa, ¿no lo viste? ¿Quién otro siendo Papa va a ir a pagar el hotel?”, “Porque es re humilde, así va a cambiar a la Iglesia”, “Porque no es agrandado y eso va a ayudar a que los jóvenes volvamos a la Iglesia”, “No sé por qué, pero me gusta, me llega”, “Porque me está haciendo volver a creer”, “Porque pidió que recemos por él”. La síntesis de las respuestas alude a gestos, no a palabras. No a discursos, que muchos podemos dar pero pocos podemos practicar, sino a pequeñas actitudes que no están hechas desde lo alto sino aquellas que, por pequeñas y al alcance de todos, nos desafían.

««Cuando iba a ser ordenado Obispo auxiliar de Buenos Aires, me dijo que la primera misa del día siguiente quería celebrarla en el camarín de la Virgen, porque allí, en ese camarín, había tomado las decisiones más importantes de su vida. Ese domingo, a las 6 de la mañana, rezó la misa, acompañado por un sobrino jesuita, una sobrina y por mí. Los 24 de cada mes, dedicados a María Auxiliadora, le traía un ramo de flores que llevaba él mismo subiendo al camarín, y quedándose en oración frente a ella. Y los 24 de mayo les llevaba un gran ramo de rosas rojas. Y si llegaba durante una misa de niños, se quedaba abajo, eligiendo un lugar desde donde pudiera ver a la Virgen, y después le pedía a una catequista que le subiera las flores a la Virgen.
No son pocos los fieles que recuerdan haberlo visto entrar al templo, subir al camarín, y no dudar en rezar al lado de los que allí estaban en oración.» Francisco Ronconi, sdb (Párroco de la Basílica de María Auxiliadora del barrio de Almagro, entre 1990 y 1995).

Más allá de una “emoción extra” por su ser argentino, que algunos momentáneamente pudieron sentir, fueron muchos los adolescentes y jóvenes que se mostraron movilizados ante los primeros gestos del papa Francisco. El encuentro en distintos puntos del país no fue fruto de un fogoneo mediático ni, en el caso de la ciudad de Buenos Aires, del asueto dispuesto; los chicos y las chicas que se congregaron lo hicieron libremente, no los movía ninguna medida gubernamental o confrontación opositora, sino que fue fruto del querer expresar un sentir general entre ellos: “Estamos con vos”, “Rezamos por vos”.

¿Qué significa esto? ¿Por qué alguien se sienta a rezar por otro? Significa que desde la fe se está en comunión con quien le pide oración, con sus acciones que muestran el auténtico rostro de Dios,  que en el fondo es Quien nos une. Muchos de nuestros anhelos, nuestro sentir la Iglesia, están en sintonía con los gestos que fueron apareciendo en la figura de Francisco, y esto que estamos viendo es algo nuevo y nos devuelve la esperanza. Es reconocer que anhelamos ver algo distinto, porque no nos es indiferente la Iglesia. Y estos gestos nos la muestran más ligada a Jesús. Y sentimos que la volvemos a notar cercana, no alejada. Y Jesús, con su «Buena Nueva», con ese Reino como programa de vida, nos interesa, y mucho…  

«Francisco, el mismo cardenal Bergoglio que cuando era Arzobispo de Buenos Aires y llamabas a la Curia para pedir una audiencia, del conmutador te comunicaban directamente, y él mismo te atendía y no te decía cuándo podía atenderte, sino que te preguntaba: “¿cuándo podés venir?”. (…)
El mismo que vivía muy austeramente en la misma Curia, sin automóvil, sin protocolos y con mucha sencillez. El mismo que, haciéndole conocer a un Superior que nos visitaba el centro histórico de la ciudad de Buenos Aires, lo encontramos caminando por la calle, vestido sencillamente con un traje oscuro y su camisa, nos saludamos y nos cuenta: “vengo de suplir a un párroco que está enfermo”. (…)
El mismo que con inmensa alegría celebró la Beatificación de Ceferino Namuncurá, presidiendo la Procesión, Misa y demás festejos.»
Fabián García , sdb (Superior de la entonces Inpectoría “San Francisco de Sales” entre 2005 y 2010).

Don Bosco en su carta de 1884 a los salesianos, ante su preocupación porque los educadores se habían ido del patio y ya no estaban con los chicos, les recomendó firmemente: “No basta amarlos, es preciso que se den cuenta que son amados”. Los jóvenes y los no tan jóvenes están deseosos de gestos sencillos y familiares que los ayuden a creer, a no distanciar la fe de la práctica. A comprender que lo que se anuncia es posible de ser vivido en la Iglesia. En la frase de Don Bosco encontramos la síntesis de este primer mes de papado de Francisco. Los jóvenes y los no tan jóvenes lo observan, lo aplauden pero sobre todo, como él pidió, rezan por él porque, desde estos gestos de cercanía, se reconocen compañeros en el camino de la fe.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – ABRIL 2013

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