“El pez grande se come al chico”: durante años escuchamos el dogma del liberalismo sin animarnos a refutarlo. Podría oponerse que el hombre es el único animal que acumula y el único que mata por placer o poder. Habrá que abandonar viejos credos y cambiarlos por el credo que no perece, el del Evangelio, y su portavoz Francisco. El Papa sentenció: “La desigualdad es la raíz de los males sociales”. No dijo “los pobres”, “los refugiados”, “los extranjeros”. Dijo “desigualdad”.
Ocho familias tienen más dinero que la mitad más pobre del mundo. De un lado, 3600 millones de personas; del otro lado, una mesa con ocho sillas. El primero en la lista es Bill Gates, creador de Microsoft. Para reunir sus U$S 70.000 millones, 11 millones de argentinos tendrían que trabajar 40 años sin gastar un peso. En Mozambique, si toda la población —del recién nacido al más viejo— se pusiera a juntar la fortuna de Gates, tardaría 60 años en lograrlo. Ocurre que la expectativa de vida allí es de medio siglo, con lo que las cuentas se vuelven delirantes.
Delirante es el sistema que permite a los ricos ser más ricos y a los pobres más pobres. Delirante, por ser piadoso. Anti cristiano, para empezar. ¿Qué hacer? Antes que nada, no considerar esta infamia como natural. Dedicarse desde cada ámbito y rol a señalar este atropello a la humanidad. Y construir igualdad a cada paso. Dirán que no se puede. Eso también es un discurso repetido, una mentira más grande que la montaña de dólares de esos Ocho.
Por Diego Pietrafesa
Boletín Salesiano, marzo 2017