Dar cuenta: El trabajo de trabajar

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Escribo estas líneas con el diario en la mano. En la misma edición, dos noticias: “Hubo más de cien mil despidos en lo que va del año”, “El 80% de las empresas no tomará personal en 2016”. Frente a estas informaciones, todo debate y toda opinión se permiten, pero no puede haber lugar para aquello que el papa Francisco califica como “la globalización de la indiferencia”.

No da lo mismo una persona con empleo que una desocupada. Pareciera una verdad que no necesitaría reafirmaciones pero que, ciertamente, debe reforzarse. Son tiempos en donde valores y conciencias se pierden en la densa bruma que las diferencias políticas y partidarias han venido a sembrar. Frente a esas tinieblas, el cristiano tiene un faro: el mensaje del Evangelio en boca de los hombres que han sabido dedicar su vida a honrar la palabra de Dios. En 1987, frente a trabajadores del Mercado Central de Buenos Aires, el papa Juan Pablo II pedía decir “¡Basta!” a (sic) todo lo que sea una clara violación a la dignidad del trabajador. “¡Basta! A que el derecho a trabajar quede al arbitrio de transitorias circunstancias económicas o financieras, las cuales no tengan en cuenta que el pleno empleo de las fuerzas laborales debe ser objetivo prioritario de toda organización social”, manifestó entonces el pontífice.

Casi treinta años después, Francisco completa aquella prédica: “La desocupación hiere profundamente la dignidad de la persona humana, la dignidad del hombre y de la mujer, por ello debe ser combatida como una plaga que destruye la vida de las personas, de las familias y de sociedades enteras”. Como si el Santo Padre tuviera en cuenta aquella polémica estéril entre “dar pescado o enseñar a pescar”, agrega: “Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”. Frente a la noticia de un despido, anteponer comentarios como “lo echaron, pero…” es regresar peligrosamente al “algo habrán hecho”. Un trabajador es un trabajador: no es la empresa, no es el Estado. Acostumbrarse a que la gente pierda su puesto o considerar que el desempleo es un “daño colateral” en la guerra de los números es empobrecernos de espíritu.

Por Diego Pietrafesa • Boletín Salesiano de Argentina

Abril 2016

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