Aprender de ellas

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En los días más difíciles de Jesús, las mujeres permanecieron con Él

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La Semana Santa es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año. ¡El protagonista de esta semana es nada menos que Jesús! Es Él al que celebramos, al que acompañamos, con quien nos confesamos, al que comulgamos. Es Él al que imitamos cuando recordamos el lavatorio de los pies o los diversos Via Crucis qué participamos.

El Intérprete de esta obra santa es, como señala el profeta Isaías, el “varón de dolores”. Sin embargo, como nos cuenta la Escritura, son muchas las mujeres que vivieron con Él este momento. De ellas tenemos mucho que aprender.

 

Cuando algunos se fueron…

En efecto, los Evangelios narran que, durante la pasión, muerte y resurrección del Señor, hubo pocos varones. No vamos a hacer leña del árbol caído, pero, la verdad, no quedan bien parados. El amigo lo traicionó. El elegido le juró que no lo iba a hacer, pero al final, lo negó tres veces. Los jefes religiosos planearon matarlo y, después, lo entregaron a la autoridad civil. El gobernante en ejercicio lo entregó para que fuera crucificado, pero para que no queden huellas, se lavó las manos. Los soldados le hicieron bullying. El cireneo no se escapó porque no pudo. Los dos bandidos, los testigos y hasta los que pasaban, lo insultaba y se burlaban de Él.

Sólo se salvan unos pocos: Juan, el discípulo que se quedó hasta lo último y recibió a María; José de Arimatea, que depositó el cuerpo de Jesús en la tumba; Nicodemo, que lo ayudó; y algún otro que también habrá arrimado el hombro.

 

…ellas se quedaron…

En cambio, se dice que hubo muchas mujeres. Al principio, ellas también miraban de lejos. Pero después, hay al menos un par que toma la iniciativa. En el momento de la muerte de Jesús, están junto a la cruz con la Virgen. Al atardecer, van hasta el sepulcro para ver dónde entierran al Señor y poder volver con perfumes para ungir el cuerpo. Al final, ellas terminan entendiendo que, después de la resurrección, Jesús ya no está muerto, sino vivo y, por eso, a ellas se les confía el anuncio del mensaje esencial de nuestra fe.

A las mujeres se les confía el mensaje esencial de nuestra fe.

En el momento más trágico de la vida de Jesús, las mujeres se mantienen fieles, no se hunden, como aquellos que siempre lo habían acompañado, pero ahora estaban afligidos y lloraban.

 

…y nosotros podemos aprender

¿Qué podemos aprender e imitar de ellas en esta Santa Semana? Muchas cosas. Algunas, muy simples:

En estos días, hay que dedicarle tiempo al Señor. Hacer lo que haya que hacer, pero también sentarse un ratito, contemplar lo que está pasando y rezar. Como María Magdalena y la otra María, que “estaban sentadas frente al sepulcro” (Mt 27,61) tratando de entender lo acontecido.

Leer los Evangelios, meditar estos eventos. Tratar de recordar esas palabras que, como les pasó a las mujeres a las que se les aparecieron los hombres de blanco (Lc 24, 6-8), tal vez también a nosotros nos las contaron, pero ya nos las hemos olvidado.

No dar las cosas por sentado. Dejarnos sorprender por estos relatos “delirantes”, como parece ser que les sonaron a los apóstoles las palabras de “María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban” (Lc 24, 9-10).

Lamentarnos de los pecados propios y ajeno y llorar por ellos, siguiendo la advertencia de Jesús a esas mujeres a las que dijo: “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos” (Lc 23,28).

Adorar al Señor, incluso con gestos de afecto simples y sensibles, como esas mujeres que se acercaron al Resucitado, le abrazaron los pies y “se postraron delante de Él” (Mt 28, 9).

En fin, aceptar con gratitud que, “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él” (Rm 6,8). ¡Feliz Pascua!

 

Por Gustavo Cavagnari, sdb cavagnari@unisal.it

BOLETIN SALESIANO – MARZO 2020

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